La generaci¨®n de la paliza
La actual generaci¨®n de novilleros es de mucho cuidado. La actual generaci¨®n de novilleros que estaban llamados a ser el futuro de la fiesta es capaz de acabar con la paciencia de una plaza de toros entera. No es que sea una generaci¨®n de novilleros malos (ni buenos); es que trae la paliza por bandera.Es la generaci¨®n de la paliza porque s¨ª, la paliza como expresi¨®n m¨¢xima del arte de torear. La paliza concurso pues se trata de ver qui¨¦n consigue ser el m¨¢s paliza de la terna.
La paliza que peg¨® la terna novilleril de esta funci¨®n ferial dej¨® lipot¨ªmica a media plaza, cariacontecida y trastabillante a la otra media y fue de las que hacen ¨¦poca. La paliza que pegaron Rafael de Julia, Javier Casta?o y Juan Alberto a la inocente afici¨®n valenciana constar¨¢ en los anales del hist¨®rico coso de la calle X¨¤tiva.
Arjona / Julia, Casta?o, Alberto
Novillos de S¨¢nchez Arjona; tres primeros, chicos y con cara de eral; resto, mejor presentados, en general escasos y c¨®modos de cuerna; mansos en varas, pero todos con casta, manejables para el toreo a pie. Rafael de Julia: pinchazo y estocada corta trasera tendida; la presidenta le perdon¨® un aviso (aplausos y saludos); estocada y rueda de peones (palmas y saludos). Javier Casta?o: dos pinchazos baj¨ªsimos -aviso con retraso-, cuatro pinchazos bajos y tres descabellos (silencio); pinchazo y estocada trasera (insignificante petici¨®n, aplausos y saludos); pisado por el toro durante la faena, pas¨® a la enfermer¨ªa. Juan Alberto: pinchazo bajo -aviso con retraso-, pinchazo perdiendo la muleta y estocada corta atravesada; se le perdon¨® el segundo aviso (silencio); estocada, rueda de peones -primer aviso con retraso-, cinco descabellos -segundo aviso con mucho retraso- y tres descabellos (palmas). Enfermer¨ªa: asistido Casta?o de fracturas en un pie, pron¨®stico reservado. Plaza de Valencia, 17 de julio. 3? corrida de feria. Media entrada.
Y eso que el p¨²blico les ped¨ªa que acabaran, por favor. "Ch¨¦, d¨¦jalo estar ya", se o¨ªa decir cuando llevaban mil pases. Pero no hab¨ªa manera. Y segu¨ªan, segu¨ªan...
No es por criticar mas un servidor no descarta que haya en esta concepci¨®n destajista y pl¨²mbea del toreo una responsabilidad por parte de Enrique Ponce, mand¨®n de todos los estamentos de la fiesta. Al ejemplo, nos queremos referir. Enrique Ponce es de los que se sabe cu¨¢ndo empiezan pero no cu¨¢ndo terminan; de los que cogen carrerilla, se ponen como una moto, la emprenden a derechazos y peg¨¢ndolos les llegar¨ªa el juicio universal si no fuese porque los presidentes les env¨ªan un aviso.
Enrique Ponce es, sin duda, el torero a quien m¨¢s avisos han enviado desde el C¨²chares ac¨¢ (varias decenas de miles de coletudos lo contempla y pues, recibi¨¦ndolos, ha ganado fama y cortijos los que quiera, y manda en la fiesta, los novilleros se creen que por ah¨ª va la vaina; y la emprenden a derechazos hasta agotar al mism¨ªsimo lucero del alba).
La imitaci¨®n es un fen¨®meno muy de la fiesta de los toros. Los que remedaban el estilo de El Viti no lo hac¨ªan cargando la suerte sino poniendo cara de ajo; los que intentaban igualar a Belmonte, no lo hac¨ªan con las de templar sino sacando pr¨®gnata la mand¨ªbula hasta descoyuntarla; los que pretenden mostrar ese hechiso y ese ¨¢ge que no se puede aguantar propio de los toreros artistas -Curro, Paula y alguno m¨¢s de similar tenor- se ponen cursis y los hay que la emprenden a caderazos y acaban pareciendo mariquitas.
Y todo, para nada. Cu¨¢nto trabajo se tomaron Rafael de Julia, Javier Casta?o y Juan Alberto pegando derechazos desde que estaba el sol en lo alto hasta la noche cerrada, cay¨® en el vac¨ªo: conclu¨ªan y la gente ni se acordaba de lo que acababan de hacer.
Algo destac¨®, de cualquier forma, Juan Alberto, por la valent¨ªa con que afront¨® sus compromisos. Arte no tendr¨ªa pero lo supl¨ªa con pundonor y estremeci¨® verle aguantar algunas coladas y algunos arreones de sus encastados novillos.
Encastada en su conjunto result¨® la novillada de S¨¢nchez Arjona y en esta condici¨®n destac¨® el novillo que hac¨ªa sexto pues desarroll¨® una codicia espectacular. Recrecido e ind¨®mito, tomaba pronto y veloz los enga?os que Juan Alberto le presentaba tenaz y arrojado.
La faena, por su creciente emoci¨®n era de oreja. Y sin embargo de poco le echan a Juan Alberto el toro al corral, por sus desaciertos con la espada. No se lo echaron al corral porque la presidenta estaba en plan condescendiente y retrasaba el env¨ªo de los avisos o, sencillamente, se absten¨ªa de darlos; as¨ª, por las buenas.
A los aficionados siempre les ha parecido ofensivo que los presidentes se muestren ben¨¦volos o intransigentes (se dan casos) como si contara entre sus potestades modificar el reglamento para vengarse de alguien o practicar la elegancia social del regalo. En ocasiones con perjuicio del espectador, cual era el caso, ya que sobre lo tarde que empez¨® la corrida, la parada de la merienda para que no meriende nadie y la paliza de los novilleros, se hubo de a?adir los retrasos de la presidenta en materia de avisos.
Tres horas -cerca- nos tuvieron en la plaza un Rafael de Julia torp¨®n con el capote, aburrido y monocorde con la muleta; un Javier Casta?o sin asomo de calidad ni sentimiento, m¨¢s dispuesto a los alardes tremendistas, a los circulares de espaldas y a toda la monserga del toreo moderno que a torear de verdad; y un Juan Alberto a¨²n verdecillo en t¨¦cnicas taur¨®macas. A la inexperiencia se deber¨¢ atribuir que su primera faena, pasada de l¨®gica y de tiempo, no s¨®lo aburriera al p¨²blico sino al toro tambi¨¦n; y aunque era bravo acab¨® tirando la toalla y se march¨® de all¨ª buscando la escapatoria. Como todo hijo de vecino.
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