Horario comercial
El tema no pierde actualidad, apenas amortecido en estas fechas caniculares. El gran comercio, las extensas superficies de los grandes almacenes, la presumible situaci¨®n de dominio frente a las peque?as tiendas de barrio, los sombr¨ªos pron¨®sticos para el modesto negocio, la tradici¨®n familiar abrumada por la prepotencia de las multinacionales se encuentran en punto cr¨ªtico. De tomar partido, claro que lo har¨ªamos por David ante Goliat, pero eso no resuelve el problema ni esclarece la situaci¨®n. Sinceramente, las perspectivas son m¨¢s bien sombr¨ªas y quiz¨¢s inevitables.
Cuesti¨®n generacional, de forma de vida, de distribuci¨®n del tiempo. Es muy natural que nosotros, los viejos, tengamos el coraz¨®n cerca de los d¨¦biles, porque debilitados estamos por el calendario y condicionados por nuestra propia historia. Amamos lo cercano y hemos de considerar con melancol¨ªa la irremediable variaci¨®n de muchos h¨¢bitos que nos fueron caros. No podr¨ªa situar el momento en que qued¨® definitivamente desterrada la pr¨¢ctica del regateo, el "trato", ofrecer menos de lo que nos piden y, probablemente pagar m¨¢s de lo que vale. Puede catalogarse como h¨¢bito espa?ol, apenas ejercitado en otros lares. Recuerdo un viaje a Londres y una incursi¨®n en su Rastro -Portobello Road- acompa?ado por el periodista Jes¨²s Pardo, buen conocedor de aquella ciudad. Tuve el antojo de un bast¨®n chino, de marfil, que no me hac¨ªa falta al que, adem¨¢s, le faltaba la empu?adura. En mi deficiente ingl¨¦s intent¨¦ el chalaneo, lo que hizo que el colega murmurase a la oreja: "Eso aqu¨ª no puede hacerse". ?Vaya que s¨ª! Dimos un par de vueltas, aventurando yo cifras caprichosas, hasta conseguir la pretendida rebaja en algo superfluo y de bajo precio. Eso, hoy, no puede hacerse, ni en los grandes almacenes ni en el m¨¢s diminuto baratillo. Una mujer o un hombre de nuestros d¨ªas ni siquiera lo comprende.
Tiene relaci¨®n con el encabezamiento. La transacci¨®n est¨¢ sujeta al precio fijo y los consumidores se dirigen, como parece l¨®gico, al lugar donde el coste sea menor. Incluso merece la pena estimar el ahorro del tiempo empleado en hacer la compra, que suele realizarse de una vez y en d¨ªa determinado. En cualquier expendedur¨ªa, s¨®lo las personas mayores que viven solas -una parte estimable del censo- compran cuatro albaricoques, 50 gramos de queso y una loncha de jam¨®n cocido, quiz¨¢s por desconfianza en la continuidad del consumo. Esas personas se encaminan hacia lugares donde el anonimato y la atenci¨®n est¨¢n garantizados.
Preferimos -hablo como improvisado portavoz de parte del segmento- el peque?o comercio donde quiz¨¢s somos conocidos y se entabla esa relaci¨®n adicional de la breve charleta, m¨¢s conocida como calor humano, algo fuera de lugar en las grandes superficies. Hace pocos d¨ªas, en el s¨²per de una peque?a ciudad levantina solicit¨¦ de una gentil dependienta orientaci¨®n para ganar la calle: "Por favor, se?orita, ?puede decirme por d¨®nde se sale?". Con sencillez y perspicacia, me dijo: "Por la puerta". "Muchas gracias", aunque la informaci¨®n resultaba ociosa, pues el local carece de ventanas y huecos al exterior. Se teme, con nostalgia que compartimos, por el destino de los libros y el futuro de los estimados libreros, ante el casi obsceno ofrecimiento de miles de vol¨²menes, seleccionados por expertos en marketing como pasto para la exigua solicitud cultural de la sociedad. Quiz¨¢s el origen se encuentre en los criterios editoriales y los mecanismos que deciden cu¨¢ndo un texto es bueno, en funci¨®n de su ponderado lanzamiento propagand¨ªstico. Adem¨¢s, el n¨²mero de libreros del viejo estilo disminuye y amenaza con extinguirse ante el imperio del ordenador, la b¨²squeda del volumen d¨¢ndole a la tecla que sin datos precisos no funciona. Cuesti¨®n peliaguda la del horario comercial, batalla de resultado tornadizo. Son muy respetables los intereses del peque?o comerciante, pero la mujer y el hombre de hoy no consideran al proveedor parte de una ecuaci¨®n personal, sino un elemento fat¨ªdico e indispensable para satisfacer necesidades de cualquier entidad. ?Alguien cree discutible el precio de un autom¨®vil? Los propios vendedores se regatean a s¨ª mismos en la oferta publicitaria, lo que no deja de ser un alivio. Sospecho que la meta ¨²ltima del sufrido tendero, tan acogotado por los gastos e impuestos, es traspasar el negocio a un banco, una caja o un local de karaoke para los fines de semana, aunque no s¨¦ si esos negocios siguen siendo pr¨®speros. Soy poco optimista en el asunto de los horarios comerciales. Quiz¨¢s sea por el calor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.