Nostalgia de Alejandr¨ªa
Est¨¢ regresando una moda alejandrina. Se recuerdan dobles para¨ªsos perdidos: la gran metr¨®polis que, en la ¨¦poca de los Ptolomeos, fue centro de la cultura mediterr¨¢nea y la urbe multirracial que a mediados del pasado siglo, con la modernizaci¨®n de Egipto emprendida por Mohamed Al¨ª, se convirti¨® en lo que ensayistas han llamado un ejemplo de cultura de la convivencia: esa Alejandr¨ªa de "las cinco razas, cinco idiomas, cinco sexos" a la que se refer¨ªa Lawrence Durrell, que vivi¨® sus estertores. Es tan grande el prestigio del Egipto fara¨®nico que se olvida a menudo la importancia, la fascinaci¨®n de los dos periodos citados, adem¨¢s del copto, pero la inauguraci¨®n de la Gran Biblioteca -cuyas obras visit¨¦ con mirada de asombro- pondr¨¢n seguramente al d¨ªa la extra?a ciudad-espejismo que sigue siendo una tentaci¨®n para el poeta. No en vano fue so?ada por Alejandro, con gui¨®n escrito por Homero.Ahora mismo est¨¢ prosperando una literatura de evocaci¨®n, que se levanta sobre la muerte decretada por la Historia. Me refiero a los escritos, ya numerosos, de los alejandrinos que tuvieron que abandonar la ciudad a partir de 1956, concretamente despu¨¦s de la nacionalizaci¨®n del canal de Suez y del capital extranjero. El sentimiento de orfandad derivado de este exilio forzoso tiene precedentes en mi memoria de lector. Efectivamente, en el inmenso monumento literario que son sus Memorias de Ultratumba, tiene Chateaubriand un momento particularmente alejandrino trasplantado a Par¨ªs: al regresar de su exilio ingl¨¦s, pasa por la plaza de la Concordia, donde estuvo instalada la guillotina en tiempos del Terror, y evoca a sus familiares ejecutados. No recuerdo si es en este momento -pues cito de memoria- cuando decide lo dulces que eran las horas antes de la revoluci¨®n; pero la frase ha hecho fortuna hasta ser legitimada por cuantos han sufrido en sus carnes los reajustes derivados de cualquier revoluci¨®n.
Esto es particularmente cierto en los libros de autores alejandrinos que eran adolescentes cuando Nasser tom¨® el poder. Todos recuerdan las fastuosas horas de la ciudad cosmopolita, y si visitan la Alejandr¨ªa actual s¨®lo es para descubrir que la mayor¨ªa de las grandes villas han sido sustituidas por horribles edificios de hormig¨®n armado. Azza Heikal lleva la nostalgia al extremo de reproducir en la portada de su libro L'education alexandrine el palacio donde naci¨® y se educ¨®, convertido hoy en edificio gubernamental. Y nuestro Instituto Cervantes, de probad¨ªsima eficacia en Egipto, ocupa un palacio que fue de dos hermanas italianas dadas a la prosapia y al dispendio. Como por otro lado cualquier alejandrino de pro.
Los bienes de las grandes familias fueron requisados y malvendidos. En los anticuarios de Atarin todav¨ªa es posible encontrar valiosas piezas art d¨¦co y aun peque?os recuerdos de la vida social, como insignias del Sporting Club, vol¨²menes requisados a la biblioteca del College Saint Marc -yo encontr¨¦ algunos que son un potos¨ª- e incluso pasquines cinematogr¨¢ficos procedentes del cine Metro y que van desde Los tambores de Fu Man Chu -para envidia de los adictos Juan Mars¨¦ y Juan Manuel de Prada- hasta el cartel en ¨¢rabe del Don Juan de S¨¢enz de Heredia. Teniendo en cuenta que en los a?os cuarenta s¨®lo se estrenaron dos pel¨ªculas espa?olas en Egipto, ¨¦ste puede ser envidia de cualquier Filmoteca de pro.
Yo me limito a envidiar las dos Alejandr¨ªas que no me fue dado conocer. La de los Ptolomeos y la de Forster y Cavafys. Me queda, en la actual, lo que Durrell dio en llamar el Spirit of Place. Y a fe que puede m¨¢s que yo.
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