Llaneras, capit¨¢n general en Sydney
El ciclista mallorqu¨ªn conquista su primer t¨ªtulo ol¨ªmpico en la prueba de puntuaci¨®n
Mereci¨® la pena el fracaso. Joan Llaneras sali¨® de Atlanta derrotado. Lleg¨® a los Juegos del 96 convencido de que nadie era mejor que ¨¦l y termin¨® sexto en la carrera de puntuaci¨®n. Nunca m¨¢s, dijo. Una obsesi¨®n se apoder¨® de ¨¦l: ganar en Sydney, ganar en Sydney. Empez¨® a prepararse como un loco. En el camino, conducido por su determinaci¨®n, gan¨® cuatro mundiales. Dos en puntuaci¨®n, su prueba fetiche, aquella en la que el individuo es uno y solo, en la que no hay equipos, y dos en madison, puntuaci¨®n por parejas. En el camino se convirti¨® en el ciclista m¨¢s respetado del circuito. El fracaso le hizo m¨¢s grande. Tan grande que anoche, en un vel¨®dromo r¨¢pido de 250 metros, pudo deleitarse con gozosa anticipaci¨®n de una victoria impecable, de una obra de arte sobre dos ruedas. A los otros 22 competidores s¨®lo les falt¨® ponerse de pie sobre la bicicleta y aplaudir la destreza, la fuerza y la superioridad con la que Llaneras ajust¨® sus cuentas con el pasado. Las dos ¨²ltimas vueltas de las 160 (40 kil¨®metros) fueron un mudo homenaje: Llaneras, el ganador, en cabeza; todos los dem¨¢s, a su rueda.Rodando en medio del pelot¨®n, o en cola, al principio, Llaneras estudia a sus rivales. A todos los conoce, los ve y los analiza. A 50 por hora. Sin perder su lugar en la pista. Llaneras es el general, analiza y decide: la carrera va demasiado lenta, la gente no se fatiga, as¨ª no vamos a ninguna parte. Llaneras es m¨¢s rodador que velocista: no tiene cuerpo (mide 1,80 metros, pero anda por los 60 kilos), ni m¨²sculos ni velocidad para puntuar. Pero es m¨¢s resistente que nadie: puede poner su cuerpo a tope y aguantar y aguantar hasta que nadie resista y todos cedan. O sea, que necesita que la gente se canse para poder escaparse y ganar vueltas.
Mediada la primera mitad, Llaneras se lanza en picado hacia la cuerda. Bajo su impulso, el pelot¨®n se pone en fila india, ofrece grietas, la gente sufre. Llaneras lo ve, observa y sonr¨ªe para s¨ª: yo, piensa, estoy fresco, con fuerzas, pero ellos sufren a mi ritmo. Tensa un poco m¨¢s la cuerda y se retira a sus cuarteles. Desde la parte superior de la pista sigue observando. Analiza. Decide. Ya se ha pasado la mitad de la prueba. Ya unos cuantos se han agotado en in¨²tiles sprints. Ahora es la hora. Quedan 73 vueltas cuando Llaneras lanza su primera carga, con ¨¦l se van el coreano y el ruso. Detr¨¢s se resiste s¨®lo un poco. Pasan 15 vueltas, dos sprints. De un solo golpe, certero y directo, Llaneras ya se ha puesto tercero. Ha ganado una vuelta y sprint y medio. No basta. Hay que ganar. Ahora es la hora. Markov, el ruso, y Cho, el coreano, est¨¢n cansados. Nada m¨¢s enlazar con el gran grupo por detr¨¢s, se relajan y respiran. Es la hora. Sin pararse un segundo, oyendo a su entrenador gritar ahora, Llaneras adelanta a todos desde la cola y sigue lanzado: se le unen otra media docena. Mejor: en nueve vueltas gana la segunda. Quedan 49 vueltas y ya es oro. Es el m¨¢s fuerte y va primero. Sabe que nadie le va a ganar. Se sabe campe¨®n ol¨ªmpico.
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