El cuento siempre permanece
Deseo, ante todo, dar las m¨¢s cumplidas gracias al honorable jurado que me concedi¨® este Premio Pr¨ªncipe de Asturias de las Letras, correspondiente al a?o 2000. Sin su benevolencia, por no decir su valent¨ªa, no estar¨ªa yo hoy en situaci¨®n que tanto me honra, ni junto a tan destacados artistas, hombres de ciencia, dignatarios y acad¨¦micos de diversas nacionalidades, igualmente premiados, a quienes saludo con mi admiraci¨®n y respeto.En la prensa de estos d¨ªas se ha dicho que en m¨ª se premiaba no s¨®lo a un escritor centroamericano, sino tambi¨¦n un g¨¦nero literario, el cuento, un g¨¦nero que ha venido siendo relegado por las grandes editoriales, por algunos cr¨ªticos, y aun por los mismos lectores. Pues bien, no tiene nada de extra?o que as¨ª suceda. Las leyes del mercado son inexorables, y no somos los escritores de cuentos ni los poetas -hermanos en este negativo destino- quienes vamos a cambiarlas. Pero, como dec¨ªa el Eclesiast¨¦s refiri¨¦ndose a la Tierra, generaci¨®n va y generaci¨®n viene: mas el cuento siempre permanece.
Como quiera que sea, es cierto que pr¨¢cticamente toda mi obra ha consistido en el acercamiento a dos especialidades hoy alejadas de los reflectores y el bullicio, si bien nada modestas en cuanto a su prosapia: el cuento y el ensayo personal, variando en ocasiones de tal manera sus formas y sentido que algunos comentaristas hablan, refiri¨¦ndose a aqu¨¦lla, de transposici¨®n de g¨¦neros, cuando no de invasi¨®n de unos a otros, lo que vendr¨ªa a dar un nuevo sesgo a nuestros acostumbrados modos de expresi¨®n literaria. Algo se ha dicho tambi¨¦n de la brevedad en esta obra, y, como si lo anterior fuera poco, del humor y la iron¨ªa en ella, haciendo que yo me pregunte: ?de verdad cabr¨¢ todo eso en el reducido espacio que ocupa? Bueno, el campo de la literatura es tan amplio que en ¨¦l caben hasta las cosas m¨¢s peque?as.
No he pretendido nunca erigirme en defensor del cuento com¨²n, o del cuento brev¨ªsimo, ni mucho menos en detractor de las novelas, cortas o largas, que me han deleitado y ense?ado tanto desde Cervantes a Flaubert y Tolstoi y Joyce; es m¨¢s, en diversas ocasiones he confesado que aprend¨ª a ser breve leyendo a Proust. El cuento se defiende solo. Por otra parte, no soy un te¨®rico, y s¨¦ que a pesar de innumerables tentativas de definici¨®n aventuradas por los que saben, hoy d¨ªa es un problema insoluble establecer lo que constituye un cuento. No obstante, ciertos cuentistas a¨²n no se han enterado de su evoluci¨®n, y al escribirlos todav¨ªa siguen el cumplimiento de antiguas reglas, como aquella de la exposici¨®n, el nudo y el desenlace, cuando no la del final sorpresivo, y hay quienes piensan con honestidad que el cuento es un g¨¦nero intrascendente y entonces los escriben -declaran-, a manera de descanso entre su verdadera labor creativa, es decir, sus importantes novelas. Y tampoco ser¨¦ yo quien trate de sacarlos de esta idea. La verdad es que en este idioma nuestro basta pensar hoy en Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti o Julio Cort¨¢zar para formarse una idea de lo lejos que estamos ya del cuento convencional.
En 1992, Barbara Jacobs y yo publicamos en Espa?a una Antolog¨ªa del cuento triste. Toda vez que la tarde en que lo escribimos est¨¢bamos m¨¢s bien taciturnos, nos permitimos aseverar en el pr¨®logo: "La vida es triste. Si es verdad que en un buen cuento se encuentra toda la vida, y si la vida es triste, un buen cuento ser¨¢ siempre un cuento triste". No pocos reaccionaron en contra de este pensamiento tan claramente melanc¨®lico, y yo no s¨¦ si la vida es triste para todos -cosa que dejo a los expertos-, pero se da la circunstancia de que los cuentos que escogimos, casi al azar, de nuestras respectivas memorias, no s¨®lo son tristes de verdad, sino que resultaron ser obra de algunos de los mejores y m¨¢s profundos escritores del ¨²ltimo siglo y medio, como lo pueden ser desde Herman Melville y William Faulkner, o Leopoldo Alas Clar¨ªn, hasta Salarru¨¦ y Juan Rulfo, pasando por James Joyce, Thomas Mann y Corrado Alvaro, quienes retrataron v¨ªvidamente el hondo dramatismo que encierran las existencias cotidianas de hombres y mujeres de cualquier pa¨ªs, pobre o rico, del centro de Europa o del centro de Am¨¦rica, a trav¨¦s de este g¨¦nero, que en sus breves dimensiones y su aparente humildad recoge la vida con penetraci¨®n, verdad y belleza.
Quisiera considerar tambi¨¦n este premio un reconocimiento a la literatura centroamericana, de la que, guatemalteco, formo parte. Centroam¨¦rica, como bien pudiera haber dicho Eduardo Torres, ha sido siempre vencida, tanto por los elementos como por las naves enemigas: me refiero a los desastres naturales de los ¨²ltimos a?os, y a los econ¨®micos y pol¨ªticos a que nos han sometido los intereses de poderosas compa?¨ªas extranjeras productoras de ese fruto por el que nuestros pa¨ªses son llamados rep¨²blicas bananeras. Pero es mi deber se?alar una vez m¨¢s que a lo largo de los siglos no ha sido s¨®lo pl¨¢tano lo que producimos. Recordar¨¦ que nuestros ancestros mayas, refinados astr¨®nomos y matem¨¢ticos, que inventaron el cero antes que otras grandes civilizaciones, tuvieron su propia cosmogon¨ªa en lo que hoy conocemos con el nombre de Popol Vuh, el libro nacional de los quich¨¦s, mitol¨®gico y po¨¦tico y misterioso; a Rafael Land¨ªvar, autor de la Rusticatio mexicana, el mejor poema neolatino del siglo XVIII; a Jos¨¦ Batres Mont¨²far, cuentista sat¨ªrico en verso, cuyas octavas reales vienen en l¨ªnea directa de Ariosto y de Casti y cierran brillantemente la narrativa mundial en esta estrofa, y, por ¨²ltimo, para no acercarme peligrosamente a nuestro tiempo, a Rub¨¦n Dar¨ªo, renovador del lenguaje po¨¦tico en espa?ol como no lo hab¨ªa habido desde los tiempos de G¨®ngora y Garcilaso de la Vega.
Tres herencias, la ind¨ªgena, la latina y la espa?ola, que la mayor¨ªa de los escritores centroamericanos, estoy seguro, tratamos de merecer, pero tambi¨¦n, ?por qu¨¦ no?, de mantener y acrecentar con dignidad y decoro.
En un momento de optimismo manifest¨¦ hace algunos a?os, en ocasi¨®n parecida a ¨¦sta, que mi ideal ¨²ltimo como escritor consist¨ªa en ocupar alg¨²n d¨ªa en el futuro media p¨¢gina en el libro de lectura de una escuela primaria de mi pa¨ªs. Acaso esto sea el m¨¢ximo de inmortalidad a que pueda aspirar un escritor. Estoy seguro de que haber sido merecedor de este Premio Pr¨ªncipe de Asturias de las Letras contribuir¨¢ en gran medida a que aquel deseo, m¨¢s vanidoso de lo que parece, se convierta en realidad.
Babelia
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