Un intenso olor a pipa
VICTORIA CIRLOT
Nosotros siempre le llamamos simplemente "la Academia". All¨ª llegamos pronto, muy pronto, hacia las ocho de la ma?ana, para recluirnos en los magn¨ªficos despachos del edificio g¨®tico restaurado cerca de la plaza de San Justo Pastor. Nosotros: los que nos dedicamos a hacer nuestras tesis doctorales. Otros ya las han hecho y vienen de visita, a consultar la magn¨ªfica biblioteca enteramente especializada y dedicada a la filolog¨ªa rom¨¢nica: estudios, ediciones cr¨ªticas; o s¨®lo a hablar con ¨¦l. En el fondo del pasillo, con la puerta de par en par, se abre el despacho del doctor Mart¨ªn de Riquer, el director de todas las tesis, el maestro. A la Academia se va a trabajar, y tambi¨¦n a hablar, de todo, menos de algunos temas vedados. Algunos temas son inveros¨ªmiles, o al menos poco usuales incluso entre eruditos: ?qu¨¦ deber¨ªa de ser en realidad el fieltro del arz¨®n de la silla para que los caballeros apoyaran all¨ª sus lanzas y el gesto se petrificara en la expresi¨®n en franc¨¦s antiguo lance sur fautre? Todos podemos llegar hasta el fondo del pasillo para formular preguntas inauditas. Miramos los libros de la biblioteca una y otra vez. En realidad, todos nos encontramos siempre mirando y mirando a los libros: los t¨ªtulos, los nombres de sus autores, los ¨ªndices. Comentamos con el doctor Riquer lo que nos parecen. Sus opiniones son siempre contundentes: "?ste es un malo", "¨¦ste no sirve para nada", o "con ¨¦ste ya tienes suficiente". En muchas ocasiones, sus palabras rezuman iron¨ªa: "El alem¨¢n de Erich K?hler es m¨¢s dif¨ªcil que el de Walter von der Vogelweide". Hay libros que nos gustan mucho a todos: Le sens de l'aventure et de l'amour. Durante una ¨¦poca nos dedicamos a traducir del franc¨¦s antiguo alguna novela de Chr¨¦tien. El doctor Riquer nos anima: "En una semana esto se lee como el peri¨®dico". Traduce con nosotros, nos corrige. Y casi siempre nos re¨ªmos, nos re¨ªmos much¨ªsimo: cuando le vemos escapar por una escalera que sale directamente de su despacho hasta el patio ante la llegada de una visita inoportuna. Un acto ceremonial ven¨ªa a concluir en cierto modo la estancia en la Academia, o, al menos, una etapa de la estancia: era la lectura, finalmente, de la ansiada tesis doctoral en la sala de abajo. Estoy hablando de hace ya 20 a?os, entonces, cuando estuve en la Academia, durante tres o cuatro a?os. Al entrar en el edificio se respiraba un intenso olor a pipa que, desde entonces, no he podido dejar de asociar con aquel mundo donde tuvo lugar mi formaci¨®n. S¨®lo alg¨²n seminario que he visitado en alguna universidad alemana me ha recordado el mundo de la Academia, un mundo creado para la formaci¨®n de alumnos, un mundo creado por Mart¨ªn de Riquer.
Victoria Cirlot es profesora de Literatura Medieval en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra.
Babelia
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