Castillos en Espa?a VICENTE MOLINA FOIX
Vivo en una calle de Madrid que, siendo c¨¦ntrica, ruidosa y automovil¨ªstica, tiene en un costado un barrio con subsistencias de pueblo; callecitas estrechas, antiguas casas modestas de dos o a lo sumo tres alturas, una plaza central y un mercado, ¨¢rboles y bancos de sentarse.Todos los d¨ªas lo cruzo por una u otra raz¨®n, y en los ¨²ltimos meses notaba un cambio visible que los peri¨®dicos locales y la vox populi ahora confirman y explican: al barrio han llegado muchos inmigrantes de los pa¨ªses andinos, predominando uno. La zona empiezan a llamarla Peque?o Per¨². Aunque dice el due?o de la freidur¨ªa de patatas que nuestros nuevos vecinos latinoamericanos viven amontonados en esas casas viejas y por ello comparativamente baratas, cuando los veo pasear no me parecen menos risue?os o m¨¢s ajetreados que los madrile?os con antig¨¹edad. En el and¨¦n del metro o delante de los escaparates disfruto oyendo su castellano endulzado. Alguna que otra palabra la desconozco.
Coincidiendo con la peruanizaci¨®n de La Guindalera, el profesor Il¨¢n Stavans ha publicado un interesante trabajo, 'Los sonidos del spanglish', en la revista Encuentro de la Cultura Cubana (n¨²mero 18, oto?o de 2000). Es un art¨ªculo militante; Stavans defiende la causa de la impura jerga que las crecientes comunidades latinas de Estados Unidos inventan y usan sin el menor respeto a la gramatolog¨ªa, y de paso se mete con esa mayor¨ªa de intelectuales para quienes el spanglish "carece de dignidad y no tiene una esencia propia".
La dignidad y la esencia no me parecen, en efecto, principios sagrados del habla, ni siquiera de la literatura. Un d¨ªa le se?al¨¦ a F¨¦lix de Az¨²a el incorrecto catalanismo ("Diego se lo mira con sorna") que hay en la p¨¢gina 134 de su Diario de un hombre humillado (premio Herralde 1987), y el novelista barcelon¨¦s, que escribe un excelente y preciso castellano, me sali¨® respond¨®n: "?Contaminaciones catalanas, nada de errores!; el espa?ol no es el castillo de la pureza".
La fuerza del destino. El profesor Stavans tambi¨¦n se pone rom¨¢ntico en el acto de darle al spanglish, que compara culturamente al yiddish, una carta de identidad. Esta nueva jerga, seg¨²n ¨¦l, sanciona un "cambio verbal" y es el reflejo de una polaridad inevitable y creciente: el binacionalismo, el biculturalismo, el biling¨¹ismo. A continuaci¨®n incluye ejemplos, y su peque?o l¨¦xico no tiene nada que envidiar a las muestras m¨¢s sensacionales del diccionario elucubrado por Bouvard y P¨¦cuchet. Algunas palabras se entienden por s¨ª solas; bluyin, border¨ªgena, amigoization. Otras desaf¨ªan nuestra intuici¨®n: estore no es lo que nosotros ponemos en la ventana, sino una tienda (store); las gangas no son oportunidades que uno encuentra en las tiendas, sino bandas criminales (del ingl¨¦s gang); las grocer¨ªas se comen, no se dicen, y ringuear, lejos de tener un parentesco con los Beatles, es llamar por tel¨¦fono.
Hay dos que me han gustado mucho: bastardiar, que es engendrar bastardos o tener relaciones extraconyugales, y weba, la invencible desgana -que tan bien comprendo- de ponerse a navegar por la web. (As¨ª entramos en el ciber-spanglish, una rama a¨²n m¨¢s torcida de este idioma del que sin duda seguiremos oyendo hablar).
Enclavado en mi Peque?o Per¨² madrile?o, recuerdo la sorpresa de las bonitas palabras desconocidas en los primeros libros de Vargas Llosa, o ¨²ltimamente el cautivador torrente oral de las novelas de Jaime Bayly. Y est¨¢ el cubano de los cubanos de aqu¨ª y de all¨¢, el chileno, el venezolano. La melodiosa verborrea del mexicano popular, que ha llevado a los temerosos distribuidores de la pel¨ªcula de Ripstein La perdici¨®n de los hombres a estrenarla en Espa?a con subt¨ªtulos en espa?ol.
En la calle de las grandes ciudades de este pa¨ªs viven lenguas nacidas de la nuestra, pero crecidas con savia propia. ?Se escribir¨¢n tratados dentro de veinte a?os sobre el lati?ol o el espa?olicano? De momento seamos curiosos. Todo consiste en bajar el puente que separa el castillo paterno de las f¨¦rtiles tierras filiales, y ponerse a escuchar. No habr¨¢ que bastardiar para entendernos.
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