El dinosaurio de goma
Con permiso de Javi Moreno, el delantero desconocido mejor del mundo, Carew se ha convertido en el m¨¢s grato descubrimiento del a?o 2000.
Con independencia de su pasaporte noruego, John Carew es en realidad un ap¨¢trida. No responde a un modelo establecido, carece de filiaci¨®n profesional y procede de un lugar en que el f¨²tbol no tiene memoria. Sin embargo, ser¨ªa injusto considerarle un deportista hu¨¦rfano; aunque no parece un jugador de escuela, participa de una cualidad com¨²n a todos los deportistas de su pa¨ªs: es un alem¨¢n on the rocks. A corta distancia, ese reflejo de proximidad aumenta, y su ascendencia germ¨¢nica resulta inconfundible; mide casi dos metros, resopla como un minero, se mueve a una velocidad constante y act¨²a con la misma disciplina militar que sus parientes del sur. Sin duda estamos ante un irreductible cumplidor de ¨®rdenes.
Cuando llega el momento de competir no afronta los partidos como una aventura, sino como una obligaci¨®n. Y, puesto que para su equipo el domingo es d¨ªa laborable, convierte la cancha en una extensi¨®n de la factor¨ªa. Con esa disposici¨®n industrial nunca se enreda en filigranas; en vez de tocar, trata la pelota como si fuese un producto maleable y prefiere moverla por una imaginaria cadena de montaje: la prepara, la env¨ªa, la templa o la remata con el gesto resignado de un obrero ferroviario. Esa filosof¨ªa tan espartana explica muchas cosas. Por ejemplo, que su gente y ¨¦l, los mec¨¢nicos del norte, celebren los goles a media voz. Con la sobriedad de quien consigue poner el ¨²ltimo remache.
Sin renunciar a sus or¨ªgenes, quiz¨¢ por un benigno influjo mediterr¨¢neo John ha dado una vuelta de tuerca a su propio estilo en el campeonato de invierno. Inesperadamente nos ha demostrado que su llamativa figura de vikingo chamuscado oculta un delantero de ¨²ltima generaci¨®n. A ratos interpreta el repertorio pesado de Jancker: o aplasta al central con el hombro derecho o lo atropella con el izquierdo. Pero de repente sufre un inesperado cambio de comportamiento: alarga la musculatura, picotea los v¨¦rtices del ¨¢rea como una grulla y empieza a transfigurarse en Van Basten. Su sorprendente metamorfosis concluye en una pirueta definitiva: amenaza con arrasar el ¨¢rea bajo sus cascos de percher¨®n y reaparece convertido en un purasangre.
Se esconde en el pelot¨®n, inicia un elegante galope, entra por los palos y estira el cuello en busca de la pelota. Cuando consigue encontrarla, sus goles despiden un limpio destello boreal.
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