Ense?ar al que no quiere
De las 14 Obras de Misericordia que tuve que aprenderme de memoria para aprobar el ingreso de bachillerato, la de ense?ar al que no sabe, me result¨® siempre la m¨¢s misteriosa. Pero cada vez que me viene a la cabeza aquella letan¨ªa acad¨¦mico-religiosa, ense?ar al que no sabe me lleva siempre a ense?ar al que no quiere. Me he sorprendido a veces pensando en la Ense?anza Obligatoria, una especie de obra de misericordia al rev¨¦s. Obligar a aprender no parece demasiado misericordioso, por eso nuestra cultura se protege de las imposiciones ense?ando de modo soterrado, sin que el alumno se d¨¦ por aludido. Los andaluces hemos construido sin saberlo, concepciones del tiempo, del amor, de la muerte, de la vida, que no estar¨ªan a salvo, ni se transmitir¨ªan con tanta facilidad, si pudi¨¦ramos sacarlas a la luz e incluirlas en la Ense?anza Obligatoria. La mayor parte de nuestros gestos, de nuestras preferencias, de nuestras expresiones no necesitan la formalidad de la ense?anza. Se ense?an solas.
Don Jos¨¦ Ortega pregunta aqu¨ª por una calle y el viandante, en vez de indicarle donde est¨¢, se ofrece a acompa?arle hasta ella. Ortega se pregunta si se trata de una cortes¨ªa exquisita o si es que los andaluces no tienen nada mejor que hacer. Don Jos¨¦ no entendi¨® que nuestro concepto del tiempo est¨¢ siempre supeditado a la relaci¨®n personal. Hay tiempo dependiendo de para qui¨¦n. No de para qu¨¦. Y los forasteros ejercen sobre los andaluces una fascinaci¨®n casi morbosa. Por suerte solemos llamar ense?anza a una m¨ªnima parte de nuestro sistema de transmisi¨®n de conocimientos. Reservamos este t¨¦rmino por lo com¨²n, para referirnos a la ense?anza reglada, a la que se imparte en los Centros de Ense?anza. Menos mal que la mayor parte de lo que llegamos a saber lo aprendemos sin saberlo, quiero decir: sin que nos demos cuenta, sin advertirlo. Afortunadamente aprender a vivir no es lo mismo que aprender a ganarse la vida y sobre eso la gente de nuestra tierra tiene una larga y fecunda experiencia.
Pasar por los Centros de Ense?anza vale, como mucho, para ganarse la vida, pero no garantiza que aprendamos a vivir. La escuela de la vida, ese centro no oficial de connotaciones levemente p¨ªcaras, es tambi¨¦n obligatoria y no hasta los 18 a?os, sino hasta que duremos. Gracias a la inconsciencia con que los andaluces aprendemos en ella, una parte de nuestro modo colectivo de ser, de concebir las cosas y de relacionarnos con las personas, conserva ciertos rasgos distintivos, no mejores ni peores que los de otros ¨¢mbitos culturales, pero s¨ª propios, nuestros.
Seguramente s¨®lo logramos ense?ar realmente bien cuando el alumno no advierte que le estamos ense?ando. Por eso entre nosotros se dice mucho: 'hay que predicar con el ejemplo'. No diciendo c¨®mo hay que hacerlo, sino haci¨¦ndolo calladamente, sin adoctrinar. ?No ser¨ªa conveniente llevar un poco de esa escuela de la vida, de la que tanto saben los andaluces, a esas otras escuelas en que se intenta ense?ar al que, a veces, no quiere aprender? Quiz¨¢s confundi¨¦ndolas un poco logr¨¢ramos ense?ar con una chispa de misericordia, con una chispa de disimulo, como quien no quiere la cosa. Ense?ar al que no quiere. ?Vaya mal ¨¢ngel! ?No suena eso a la seguidilla famosa? 'Querer a quien no quiere. / ?Vaya malaje! / Se gasta la paciencia, / arde la sangre'.
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