Umbral
Decir que Francisco Umbral es un bocazas resulta ya un ep¨ªteto; no es una informaci¨®n que a?ada nada nuevo a su perfil, como tampoco lo es afirmar al mismo tiempo que es tambi¨¦n un maestro de la palabra y que sus escritos han renovado el aire rancio de la lengua espa?ola. Lo malo de gente como ¨¦l es que le crecen enemigos por todas partes, y la vida, por mucho que ¨¦l mismo lo niegue, no es c¨®moda con tanto adversario de por medio. Umbral se ha creado esa imagen de hombre sobrado, de criatura suprema a la que se la suda el mundo, de notario oscuro pertrechado bajo su melena patriarcal y solemne que mira a sus contrarios desde la atalaya de la inteligencia y se ajusta las gafas para contemplar con agudeza los defectos ajenos. Y lo malo de pasar por la vida con esa prestancia, acaparando todo el protagonismo dentro de la tribu, es que el carisma acaba por sepultar el talento innato, y la obra literaria -que es al fin y al cabo lo que cuenta y lo que queda- ocupa un plano innecesariamente secundario.
La imagen de Umbral, su lengua bayunca y suelta, han hecho flaco favor al Umbral escritor, a ese Larra de nuestro tiempo que demuestra a diario lo que el verdadero ingenio literario puede dar de s¨ª. Y la pol¨¦mica que la concesi¨®n del Cervantes ha levantado contra ¨¦l es tan injusta como merecida. Saber perder no es nada f¨¢cil, pero no saber ganar es quiz¨¢ mucho peor, y Umbral no est¨¢ sabiendo ganar en esta partida contra s¨ª mismo. Pero tampoco lo est¨¢ haciendo bien su m¨¢s directo adversario en la candidatura a tan cacareado premio. El propio Bouso?o ha llegado a afirmar, por una parte, que 'nada me interesa menos en la vida que los premios', para luego decir que el fallo del jurado le parece 'totalmente bochornoso', que 'todo el proceso estuvo lleno de anomal¨ªas' y que 'el presidente del jurado incumpli¨® su obligaci¨®n legal'.
Los conozco a los dos y les aseguro que la vanidad es para ambos un derecho recurrente. Sin embargo, hay escritores que tanto en la gloria como en la indiferencia siguen echando mano de la discreci¨®n e incluso del silencio. Pienso, por ejemplo, en Delibes y me acojo a sagrado para salir airoso de tantas tentaciones.
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