El temor
Todav¨ªa tenemos suerte, siendo omn¨ªvoros, de que el mal de las vacas locas no haya acabado con nuestra oportunidad de existir. Pero hemos tenido fortuna tambi¨¦n de que esta sevicia aceche en plena posmodernidad porque unos quinientos a?os antes el mismo asedio habr¨ªa sido acogido como un signo fatal y sin consuelo. M¨¢s bien al rev¨¦s: de haber ocurrido una epidemia semejante en tiempos de Lutero, los ex¨¦getas habr¨ªan identificado a Creutzfeldt-Jakob como la encrucijada de nuestro exterminio y, en el mejor de los casos, de tal aniquilamiento se obtendr¨ªa una depuraci¨®n o tabula rasa que cerrar¨ªa definitivamente nuestra actualidad. Ahora, sin embargo, la poblaci¨®n ni se subleva, ni invierte energ¨ªas en plegarias desgarradas, ni espera que el mensaje del ganado vacuno aluda al final de una era. La plaga parece tan incoherente con el nivel de los avances y el desarrollo del conocimiento que Europa aguarda sin perder los nervios a que en un laboratorio de Par¨ªs, en una investigaci¨®n de Oxford o en un instituto biol¨®gico de Francfort surja una vacuna contra la masa espongiforme. No importa incluso que esa enfermedad tenga el aspecto de una degeneraci¨®n profunda o que muestre el rostro de una decadencia en el centro mismo del pensamiento. La humanidad occidental cree sin vacilaciones que el mal se atajar¨¢ a tiempo, y esta temporada de temblor popular pasar¨¢ como un ligero episodio dentro de las ondas en el tr¨¢nsito de la centuria.
En definitiva, esta ¨¦poca que se cree tan civilizada se ha acostumbrado demasiado a vivir cerca del horror y a deso¨ªr el significado de sus voces. Acepta demasiado mansamente los hechos que matan al modo imprevisible del terrorismo y que se producen -como el terrorismo, las vacas locas, el sida o los accidentes de tr¨¢fico- apuntando a todos, atemorizando a todos, y sin matar m¨¢s que a un pu?ado. En otro tiempo, estos horrores persistentes ser¨ªan los signos elocuentes de un mensaje destinado a cambiar las vidas o a desatar una formidable represalia contra el mal. Pero hoy el terror -la bomba, el virus, el veneno, la carretera- aparece casi metabolizado, integrado como escoria dentro del sistema, demasiado asimilado al puro riesgo de vivir aqu¨ª.
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