Estorninos
Durante estos d¨ªas de febrero se produce en la ciudad de Valencia un fen¨®meno muy curioso. A la ca¨ªda de la tarde decenas de miles de estorninos en medio de un griter¨ªo hist¨¦rico buscan acomodo para pasar la noche en las ramas de los pl¨¢tanos y enormes ficus de la Gran V¨ªa Marqu¨¦s del Turia. Llegada la oscuridad, de pronto, los p¨¢jaros enmudecen y se ponen a dormir. Son p¨¢jaros valencianos. Esto significa que en su cerebro de cacahuete, a¨²n dentro del sue?o, tienen codificada la m¨¢s completa variedad de ruidos que incluye toda clase de p¨®lvora, petardos y tracas. Jam¨¢s se hab¨ªan inmutado. Pero aquella noche del 23 de febrero de 1981, de eso se cumple ahora el vig¨¦simo aniversario, los estorninos oyeron un extra?o sonido que sus genes no hab¨ªan registrado nunca desde el tiempo de los dinosaurios e incluso desde mucho antes. Los carros de combate del golpista Milans del Bosch cruzaban en ese momento por la avenida envueltos en un fragor muy oscuro que no s¨®lo conmovi¨® las ra¨ªces de los ¨¢rboles sino tambi¨¦n el coraz¨®n de aquellos p¨¢jaros que dorm¨ªan. Yo me encontraba all¨ª y parec¨ªa que se estaba abriendo la tierra. Tal vez ellos sintieron que hab¨ªa cambiado el orden natural de las cosas porque es un hecho cierto que aquellos miles de estorninos huyeron en desbandada en mitad de la noche hacia un punto desconocido. Pero sucedi¨® algo m¨¢s enigm¨¢tico todav¨ªa. Los p¨¢jaros no regresaron a Valencia hasta tres d¨ªas despu¨¦s y aunque el golpe de estado hab¨ªa fracasado por lo visto no se fiaron del mensaje del Rey en la madrugada ni del pacto del cap¨® a la ma?ana siguiente ni tampoco les tranquiliz¨® ver que se llevaban preso Tejero. Hasta ahora sigue siendo un misterio el lugar que eligieron los p¨¢jaros para ponerse a salvo. Puede uno imaginar que estuvieron volando tres noches seguidas sobre el mar. O que se escondieron en el nido que ten¨ªan en el fondo de la tierra. O que se convirtieron cada uno en una estrella. ?Demasiado l¨ªrico, no es cierto? Al fin y al cabo otros p¨¢jaros m¨¢s siniestros tambien desaparecieron aquella noche: el silencio medido que guardaron esas aves del para¨ªso que son los obispos, la cabeza bajo el ala que pusieron algunos pol¨ªticos dem¨®cratas, la zona oscura donde permanecen todav¨ªa desde entonces muchos conjurados civiles. Los estorninos nunca se equivocan. Si regresaron a la ciudad fue porque sab¨ªan que la libertad en este pa¨ªs ser¨ªa ya definitiva.
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