?Qui¨¦n cree en la educaci¨®n?
Qu¨¦ bueno es leer! Cada vez que comienzo un libro ya s¨¦ de antemano que voy a encontrar una frase que me va a llegar muy hondo. Siempre habr¨¢ una idea, un verso, un di¨¢logo, un s¨ªmil, un personaje, un giro, una palabra; siempre s¨¦ que, oculto entre las l¨ªneas de una de sus p¨¢ginas, hay algo esper¨¢ndome que parece escrito especialmente para m¨ª.
Cuando le¨ª El Busc¨®n, de Quevedo, descubr¨ª un tesoro escondido. Al comienzo de la obra, el p¨ªcaro protagonista describe a su madre en estos t¨¦rminos: '... unos la llamaban 'zurcidora de gustos'; otros, 'algebrista de voluntades desconcertadas'; otros, 'juntona'...'. Por aquella ¨¦poca, un algebrista era una suerte de cirujano que se dedicaba a curar dislocaciones o, como aclara el Corominas, un componedor de huesos (por cierto, este curioso t¨¦rmino tambi¨¦n aparece en la segunda parte del Quijote). Para m¨ª fue todo un hallazgo clarificador. A principios del siglo XVII, un ilustre escritor hab¨ªa encontrado la definici¨®n perfecta de lo que debe ser un profesor: un algebrista de voluntades desconcertadas. Desde entonces entiendo mi labor de otra manera.
Pero, ?qu¨¦ es educar? 'Educar: Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del ni?o o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc¨¦tera.'
?Empezamos bien!, la Real Academia Espa?ola no cree en la educaci¨®n de los adultos. En el Diccionario del espa?ol actual (1999), de Seco, se explica que educar es 'formar intelectual y moralmente para convivir en sociedad'. Uff, menos mal, aunque sea entre corchetes, ¨¦stos s¨ª son creyentes. As¨ª, que lo primero es animar a la Real Academia para que incluya a los adultos en su definici¨®n de educar.
Sospecho que hay much¨ªsimas personas acad¨¦micas que se niegan a ser objetos directos de este complicado verbo. Est¨¢n covencidas ciegamente de que a un adulto no se le puede educar y su coletilla favorita es: 'A mi edad ya no voy a cambiar'. Pero, ?por qu¨¦ no educarnos para avanzar hacia un uso razonable del autom¨®vil?, ?unos programas educativos para evitar malos tratos dentro de la pareja?, ?qu¨¦ tal un jard¨ªn de infancia con sus sillitas ocupadas por pol¨ªticos?, ?ciudadanos tomando apuntes para aprender a convivir siendo tolerantes?, ?jornadas intensivas de yoga para todos los violentos? Seguramente los gobernantes dir¨¢n que no est¨¢ mal, que es una magn¨ªfica soluci¨®n a largo plazo, pero que ahora hay que encontrar remedios inmediatos (v¨¦ase ordenadores). O sea, que tampoco creen en la educaci¨®n.
Dice Savater que la primera condici¨®n indispensable para ejercer de profesor es ser optimista. Si no creemos que nuestra labor va a dar frutos, es mejor claudicar. Un profesor tiene la obligaci¨®n de creer que mediante la educaci¨®n es posible cambiar a las personas, cambiarlas a mejor. Nosotros somos un referente clave para nuestros alumnos, muchas veces somos las ¨²nicas voces que les hacen pensar, y es que los centros escolares se han convertido poco a poco en islas donde unos adultos intentan mostrar a grupos de chicos y chicas que hay otra manera de pasar por la vida. Educar no es f¨¢cil y no me parece acertado que toda la responsabilidad de la educaci¨®n se deje en manos de los profesores, aunque tristemente creo que esto no va a cambiar. Cuando suspendemos a un alumno, en verdad tambi¨¦n estamos suspendiendo a sus padres, a la televisi¨®n, a los pol¨ªticos, a la sociedad, a nosotros mismos. Ser profesor es dif¨ªcil, pero ser alumno tambi¨¦n lo es.
?Y los adultos? ?Ustedes han o¨ªdo en alguna tertulia o en alg¨²n debate pol¨ªtico una intervenci¨®n parecida a esta?: 'Pues mire, me ha convencido usted. Creo que su postura es mejor que la m¨ªa, yo estaba equivocado y le agradezco much¨ªsimo que me haya abierto la mente'. (?A que han esbozado una sonrisa?). No debemos tener miedo a aprender, a conocer, a dudar, a equivocarnos, a elegir, a aventurarnos, a rectificar, a cambiar. Debemos educarnos rec¨ªproca y reflexivamente, unos a otros y cada uno a s¨ª mismo, igual que don Quijote y Sancho. Somos adultos, pero no piedras. ?Eduqu¨¦mosnos!, nuestras voluntades desconcertadas nos lo agradecer¨¢n.
Esteban Serrano Marug¨¢n es profesor de matem¨¢ticas en el instituto de educaci¨®n secundaria ?frica, de Fuenlabrada (Madrid).
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