Carab¨¦n y Sol¨¤-Morales, trazos de civilidad
Dir¨ªa que el destino ha querido llevarse al mismo tiempo a Armand Carab¨¦n y a Ignasi Sol¨¤-Morales. Pero lo del destino es simplemente la expresi¨®n de la impotencia -o la falta de coraje- que tenemos para reconocer la abrumadora naturalidad de algo insoportable: la muerte. Porque la muerte nos desborda tenemos que encontrarle alg¨²n sentido. Y no lo tiene. Esta ah¨ª, simplemente, cruel cada vez que llega porque todos somos cuerpo y el cuerpo se gasta y se para. A veces, inesperadamente. Y parece m¨¢s ininteligible todav¨ªa. ?Por qu¨¦?, nos preguntamos. Porque estamos hechos de un material que caduca (y no siempre avisa). As¨ª de simple y duro. No s¨¦ siquiera si Armand Carab¨¦n e Ignasi de Sol¨¤-Morales se conoc¨ªan. Aunque este pa¨ªs es tan peque?o que es dif¨ªcil que no se conozcan las gentes que han circulado por las ¨¦lites del poder, del saber y del dinero. No s¨¦ si se me hubiese ocurrido nunca ponerles juntos en un art¨ªculo. La muerte lo ha querido. Y, en la medida en que interviene sobre la memoria, puede que sea hacedora de sentido. Ah¨ª est¨¢n juntos a la hora de la despedida.
Armand Carab¨¦n era un liberal en un pa¨ªs con demasiados creyentes. Cuando todos cre¨ªan en algo: en Franco, en la patria catalana, en el socialismo, en Dios o en la superioridad de clase, Carab¨¦n ya desconfiaba. A finales de la d¨¦cada de 1970, cuando eramos j¨®venes y revolucionarios recuerdo haberle visitado con Juan Tapia en su despacho. ?l estaba entonces con Pallach en un socialismo liberal que ¨¦ste pa¨ªs ha echado mucho de menos. Era un se?or inequ¨ªvocamente antifranquista que miraba con comprensi¨®n solidaria pero con enorme prevenci¨®n los entusiasmos izquierdistas del momento. Despu¨¦s Carab¨¦n fich¨® a Cruyff. Y esta figura -que le ha acompa?ado hasta el mismo d¨ªa de su muerte- qued¨® incorporada a su biograf¨ªa, tapando con su potencia medi¨¢tica muchas otras cosas.
Probablemente la gente desconoce que Carab¨¦n fue una persona que estudi¨® en el extranjero -en Ginebra- cuando en este pa¨ªs, cerrado a cal y canto por la dictadura, casi nadie estudiaba a fuera. O que Carab¨¦n ha estado en mil aventuras, con suerte dispar, en el espacio pol¨ªtico-econ¨®mico catal¨¢n. O que Armand era uno de los mejores conversadores que ha habido por estos pagos, formado en la tradici¨®n de la socarroner¨ªa rural de Josep Pla y del escepticismo ilustrado de Joan Fuster. Muchas cosas entraron en este pa¨ªs -o se conservaron- gracias al gusto por la palabra de gentes como Armand, gentes que sab¨ªan que el mundo no se acababa en Catalu?a y que ten¨ªamos muchas cosas que aprender de los pa¨ªses m¨¢s ricos y m¨¢s civilizados del norte. El gusto por la democracia y la civilidad, podr¨ªa llamarse este g¨¦nero. Una visi¨®n nada ¨¦pica de la sociedad que hizo que Armand se librara de los desencantos porque nunca estuvo encantado.
S¨®lo en un aspecto el pa¨ªs pudo con Carab¨¦n: se le contagi¨® el pavoroso miedo a ofender y a discrepar p¨²blicamente que se ha encubierto con la coartada del seny. Armand Carab¨¦n escrib¨ªa bien y sab¨ªa muchas cosas. No las cont¨®, porque era un hombre de orden y porque se meti¨® en historias dif¨ªciles de justificar. Por eso sus memorias resultaban algo frustrantes. Nos quedamos sin saberlo casi todo del Bar?a, de Javier de la Rosa o del episodio de El Observador, episodios de los que ¨¦l sab¨ªa muchos de los secretos. Y prefiri¨® guard¨¢rselos. Su causticidad pocas veces sal¨ªa de los l¨ªmites de la conversaci¨®n privada. Cuesti¨®n de prudencia. Era su car¨¢cter.
Ignasi de Sol¨¤-Morales tiene tambi¨¦n su Cruyff, en este caso el Liceo. Puede que la reconstrucci¨®n que ¨¦l dirigi¨® oculte otros aspectos mucho m¨¢s importantes de su biograf¨ªa. Y, sin embargo, Sol¨¤-Morales fue quien dio cuerpo te¨®rico a la llamada Escuela de Arquitectura de Barcelona. Lo dio desde su c¨¢tedra. Lo dio desde la colecci¨®n de libros te¨®ricos de arquitectura que dirigi¨® en Gustavo Gili. Y lo dio predicando por el mundo la buena nueva de la arquitectura barcelonesa y d¨¢ndole un empaque culturalista que contribuy¨® poderosamente a su reconocimiento internacional. Sol¨¤-Morales era el barcelon¨¦s en el que todos pensaban a la hora de convocar congresos y coloquios de arquitectura, porque era el que sab¨ªa explicar mejor lo que aqu¨ª se hac¨ªa y situarlo en los c¨®digos y tendencias de la arquitectura internacional. Sab¨ªa las grandezas y las miserias del star system de la arquitectura. Y supo tejer una red a la que pudieron engancharse muchos arquitectos barceloneses que gracias a ¨¦l descubrieron y consolidaron un lugar en el mundo.
Tambi¨¦n en el interior fue un hombre de trama. O de puente si se prefiere. De v¨ªnculo entre generaciones. Sol¨¤-Morales ten¨ªa la curiosidad necesaria para entender que siempre quedaban cabos por atar, cosas por pensar, y que ninguna generaci¨®n puede tener el monopolio de nada, ni siquiera de la arquitectura y del urbanismo. Fue ¨¦l quien supo tejer v¨ªnculos entre la generaci¨®n de Bohigas y la de los que ahora van por los cincuenta y era ¨¦l el que ahora estaba repitiendo el ejercicio con los que van por los cuarenta. Una tarea imprescindible si no se quiere romper la continuidad de una de las tradiciones m¨¢s potentes de la cultura del pa¨ªs: la arquitectura. Su infinita curiosidad hac¨ªa de ¨¦l un viajero incansable. No es raro que haya encontrado la muerte fuera de casa. En cierto modo es una met¨¢fora de su manera de entender las cosas. Un voluntarismo obsesivo por no perder nunca el mundo de vista y estar atento a los signos que vienen de fuera.
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