Un legado que nos persigue
El legado de la ex primera ministra Margaret Thatcher todav¨ªa se hace sentir en el Reino Unido y en el resto de Europa. Hay quien dice que la intenci¨®n estrat¨¦gica fundamental de la dama de hierro fue adaptar al Reino Unido a un mundo en el que el sistema econ¨®mico keynesiano no generaba ya suficiente valor a?adido como para pagar crecientes costes salariales, sociales y de materias primas. Pero Thatcher se pas¨®, y mucho.
Veamos: si en 1979 las inversiones netas p¨²blicas brit¨¢nicas estaban situadas en torno a 20.000 millones de libras anuales, durante la etapa conservadora cayeron a la mitad y en algunos a?os a la mitad de la mitad. El objetivo era recortar el gasto p¨²blico a toda costa y devolver a la gesti¨®n privada entre un 5% y un 10% de los recursos p¨²blicos.
Los cortes afectaron, en primer lugar, al sistema educativo, donde el gasto por alumno en la secundaria cay¨® anualmente un 6% entre 1992 y 1997. En segundo lugar, afectaron al sistema de transportes. En este terreno, desde 1985 (menos en 89-94) el crecimiento de la inversi¨®n fue negativo, en algunos a?os hasta el 10% o el 15% sobre el a?o anterior. El tercer sector afectado fue, por supuesto, el Sistema Nacional de Salud, con el agravante de que, en este caso, los recortes se complementaron con la introducci¨®n en el sistema de la de l¨®gica de la competencia de mercados.
Todav¨ªa hoy es lugar com¨²n en el Reino Unido hablar de falta de equipos o camas en los hospitales, de m¨¦dicos que trabajan 100 horas a la semana y cobran cuarenta, de un sector desmoralizado. En un sistema de salud en el que el tiempo se convirti¨® en dinero, no era una aberraci¨®n el caso de personas que, al siguiente d¨ªa de ser operadas, eran invitadas a dejar el hospital con la recomendaci¨®n de contactar con su m¨¦dico de cabecera para que les quitara los puntos de sutura...
Pero los excesos conservadores no se limitaron a la obsesi¨®n por hacer realidad el dogma del Estado m¨ªnimo. Adem¨¢s, abrazaron las privatizaciones con fervor militante... y fueron m¨¢s all¨¢ de lo aconsejable. El ejemplo m¨¢s evidente es la privatizaci¨®n del sistema de transporte ferroviario: no es s¨®lo que, por ejemplo en el ejercicio 1998-99, hubiera m¨¢s de medio mill¨®n de quejas de los usuarios de los trenes brit¨¢nicos debido a la falta de calidad del servicio (b¨¢sicamente, puntualidad), sino que en tr¨¢gicos accidentes como el de Paddington o el de Hatfield la investigaci¨®n realizada ha encontrado evidencias de deterioro en las v¨ªas, de falta de inversi¨®n en el mantenimiento de la infraestructura viaria, mantenimiento que debe ser realizado por las compa?¨ªas concesionarias.
Lo que quiz¨¢s es menos conocido es que hay una conexi¨®n entre los dogmas thatcherianos y el mal de las vacas locas. Ya en 1987 apareci¨® p¨²blicamente el mal en el Reino Unido. Desde entonces y hasta 1997, los sucesivos ministros de Agricultura conservadores, Southwood, Gummer, Waldergrave, Sephard y Hogg, jugaron alternativamente a no dar importancia al asunto, hacer callar la creciente evidencia de la naturaleza pand¨¦mica de la enfermedad, desanimar la alarma respecto a su posible efecto en los humanos, pretender ante la Comisi¨®n Europea que el ganado exportado no estaba contagiado ni descend¨ªa de la caba?a infectada y prohibir tarde y mal la exportaci¨®n de ganado vacuno y de harinas fabricadas con el mismo.
El mal de las vacas locas fue una pesadilla que lentamente se fue desplegando ante los ojos de los ciudadanos brit¨¢nicos, granjeros incluidos, desde 1988 hasta 1997, una pesadilla en la que el Ministerio de Agricultura iba siempre detr¨¢s de las evidencias que no pod¨ªa ocultar. El resultado, a la altura de las elecciones que dieron a Tony Blair su triunfo, no fue ya la total p¨¦rdida de credibilidad del ministerio, sino que el coste estimado de enfrentarse a la pandemia ascend¨ªa a 3.200 millones de libras. ?Cu¨¢l fue la raz¨®n de tan torpe actuaci¨®n? ?Por qu¨¦ en 1990 el ministro John Gummer invit¨® ante las c¨¢maras de las televisiones inglesas a su hija a comerse una hamburguesa (que, por cierto, ella rehus¨®)? ?Por qu¨¦ no se tomaron en 1987 las medidas que hubieran evitado la propagaci¨®n del mal? S¨®lo hay una raz¨®n posible: intentar no hacer frente al gasto p¨²blico en compensaciones, prevenci¨®n e investigaci¨®n que luego, de todos modos, ha debido realizarse; en otras palabras, el dogma del recorte del gasto p¨²blico, a costa de lo que fuera.
En estos nuevos tiempos le da a uno cierto pudor invocar pensamientos pret¨¦ritos. Pero viendo la herencia, amarga, que recogi¨® el laborismo brit¨¢nico hace cuatro a?os, viene a la mente la m¨¢xima socialdem¨®crata de Bad Godesberg: 'Tanto mercado como sea posible' (es decir, el mercado es deseable y hay que hacerlo funcionar al m¨¢ximo), y 'tanto Estado como sea necesario' (es decir, hay pol¨ªticas p¨²blicas, muchas, que son imprescindibles). Quiz¨¢s lo ¨²nico que quepa decir, a comienzos del siglo XXI, es que si el dogmatismo estatista fue malo, el dogmatismo de mercado a palo seco, posterior, ha sido tan malo o peor.
Manuel Escudero es profesor de Macroeconom¨ªa en el Instituto de Empresa.
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