La patria y la tricefalia
La coalici¨®n nacionalista que gobierna Catalu?a ha sido noticia este fin de semana por el anuncio de Pujol de que no volver¨¢ a aspirar a la presidencia de la Generalitat y por el contrato de pareja suscrito entre Converg¨¨ncia y Uni¨® que toma la forma de una federaci¨®n de partidos. Las dos noticias est¨¢n ¨ªntimamente relacionadas: Pujol renuncia a ser candidato pero se hace nombrar presidente de la nueva federaci¨®n, con lo cual se asegura un rango org¨¢nico superior tanto respecto a Mas, el candidato que ¨¦l mismo escogi¨®, como a los dirigentes de Uni¨®, la otra formaci¨®n federada.
Curiosamente, Pujol y Aznar, que viven momentos de tensi¨®n por la presi¨®n asfixiante que el PP est¨¢ aplicando sobre CiU, preparan el futuro con guiones parecidos. Ambos se disponen a dejar paso a un nuevo candidato, ambos se reservan la ¨²ltima palabra desde la presidencia del partido. Aznar est¨¢ en un momento ¨¢lgido; por edad y por posici¨®n su decisi¨®n parece m¨¢s gratuita (y, por tanto, m¨¢s elogiable) que la de Pujol, que -como su partido- vive s¨ªntomas de agotamiento. Pero, independientemente de la peculiar situaci¨®n de cada uno, es curioso que los dos opten por un modelo, la bicefalia (tricefalia en el caso de CiU), que ha sido profundamente denostado. Hasta el momento s¨®lo ha funcionado en el PNV. El PSOE la ensay¨® fugazmente, con Almunia y Borrell, y fue un desastre. Ahora lo descubren PP y CiU. ?Cuesti¨®n de moda? M¨¢s bien un ejemplo del sentido patrimonial que ambos tienen de su partido. Aznar y Pujol, por razones muy distintas -Pujol ha apurado hasta la ¨²ltima gota del c¨¢liz del poder-, deciden renunciar a ser candidatos y est¨¢n tan convencidos de que su partido est¨¢ hecho a imagen y semejanza suya que lo adaptan a sus intereses personales, qued¨¢ndose ambos en condici¨®n de presidentes. Un juego que s¨®lo tiene un l¨ªmite: la legitimidad del heredero, en ambos casos, vendr¨¢ del sufragio universal. Porque la de los ex presidentes ya s¨®lo ser¨¢ moral e hist¨®rica. Si el heredero pierde, Aznar y Pujol seguir¨¢n mandando en sus partidos, quitando y poniendo nombres. Pero si el heredero gana puede que interprete su victoria como la conquista de la plena autonom¨ªa respecto al tutor, por mucha autoridad moral que ¨¦ste tenga. No parece que el modelo vasco de sumisi¨®n del lehendakari al partido sea repetible fuera de aquel contexto y lugar.
El modo escogido por Pujol para su salida no es irrelevante porque tiene mucho que ver con su concepci¨®n del pa¨ªs y de la pol¨ªtica. He o¨ªdo decir a Pujol que las posiciones ideol¨®gicas que uno abraza en su juventud son muy determinantes y afloran siempre cuando uno se hace mayor. El nacionalismo de Pujol se form¨® en la tradici¨®n herderiana y rom¨¢ntica, con un sentido a veces casi m¨ªstico de la patria, aunque fuera atemperado por el realismo del dinero que aprendi¨® de su padre. El roce con la realidad ha hecho evolucionar a Pujol pero sin renunciar nunca a una visi¨®n entre naturalista y trascendental (la patria como garant¨ªa de nuestro ser) que funde la pasi¨®n por la tierra con el esp¨ªritu del pueblo. Como si Catalu?a, alma y cuerpo, fuera una realidad org¨¢nica anterior a sus habitantes. Este cuerpo y esta alma, por ser trascendentales, necesitan alguien que sepa interpretar sus designios. Pujol se sinti¨® llamado por esta misi¨®n, es decir, construy¨® sobre ella lo que los cl¨¢sicos llamar¨ªan su voluntad de poder. Y lo refrend¨® con una primera elecci¨®n en la que no part¨ªa como favorito. La patria hab¨ªa impuesto su destino. Pujol hab¨ªa sabido componer un 'nosotros' que los otros candidatos no supieron encontrar.
Algunos no entienden la compatibilidad de esta visi¨®n fuerte del nacionalismo con el enorme pragmatismo de Pujol. Y por eso interpretan su comportamiento como puramente c¨ªnico. Se equivocan. Precisamente porque no tiene dudas de su misi¨®n, Pujol cree que casi todo deber¨ªa estarle permitido, por el bien de la patria, por supuesto. Naturalmente, con el paso de los a?os y el uso del poder, debajo del manto ideol¨®gico se trenz¨® un importante sistema clientelar. La ideolog¨ªa nacionalista se convirti¨® en la coartada de un sistema de intereses, como ocurre, por otra parte, con todas las ideolog¨ªas. Pero el tiempo es cruel y con su paso los intereses afloran y la ideolog¨ªa va perdiendo colorido. No por ello Pujol deja de pensar que Catalu?a sin ¨¦l queda desamparada, a merced del enemigo. ?Qu¨¦ Catalu?a?, se preguntan algunos: ?la Catalu?a eterna de los sue?os de juventud de Pujol o el sistema clientelar con el que se ha roturado el pa¨ªs? En la mentalidad de Pujol las dos son la misma cosa, seg¨²n se desprende de la pol¨ªtica entendida como conflicto entre amigos y enemigos, tan bien teorizada por Carl Schmitt. Los pol¨ªticos ideol¨®gicamente m¨¢s ruidosos acostumbran a ser tambi¨¦n los m¨¢s pragm¨¢ticos.
Esta visi¨®n organicista del pa¨ªs explica muchas de las actitudes de Pujol, desde el ninguneo del parlamento hasta sus relaciones con la prensa. Pujol nunca ha entendido que el sufragio universal no hace verdad ni bien, simplemente elige representantes. Cree que una mayor¨ªa pol¨ªtica -mayor¨ªas por otra parte que apenas superan el tercio de los electores- es expresi¨®n de una hegemon¨ªa social que tiene que traslucirse en los medios de comunicaci¨®n. Como si la mayor¨ªa fuera una limitaci¨®n de la libertad de expresi¨®n de los dem¨¢s o del pensamiento de las minor¨ªas. En su idea de la democracia, el gobernante una vez elegido debe tener manos libres. Por eso ha vivido siempre las obligaciones parlamentarias como una carga, como una p¨¦rdida de tiempo.
En 1975 Pujol cerr¨® el ciclo de conferencias de las 'Terceras V¨ªas' -una aparici¨®n tolerada de las fuerzas pol¨ªticas antifranquistas- reconociendo que 'todas las posiciones que se han expuesto hasta ahora son nacionalistas o aceptan el nacionalismo catal¨¢n'. Y situando al nacionalismo como una respuesta democr¨¢tica y europea. Pujol supo hacer suyo lo que inicialmente era de todos y contribuy¨® a ello la incompetencia de los socialistas que, frustrados por la derrota de 1980, le regalaron la Generalitat. El destino le pon¨ªa en su sitio: con los signos del nosotros catal¨¢n en las manos. Nadie ha sido capaz de echarle democr¨¢ticamente. Se va ¨¦l, sin haber perdido. Dec¨ªa Edgar Faure que un pol¨ªtico no es cre¨ªble hasta despu¨¦s de haber tenido la primera derrota. Pujol la tuvo en las generales de 1977: lleg¨® cuarto. Desde luego, pas¨® la prueba de Edgar Faure con ¨¦xito. No volvi¨® a perder nunca m¨¢s. En su debe hay, sin embargo, un punto negro: no consigui¨® -o no quiso conseguir- que la totalidad de los catalanes asumieran la Generalitat como instituci¨®n propia. Y en esto vamos a peor: en las ¨²ltimas auton¨®micas la abstenci¨®n bati¨® todos los r¨¦cords. Entre la Catalu?a sagrada y la Catalu?a real hay un desajuste. Sin Pujol, ?se cerrar¨¢ o se agrandar¨¢?
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