Universidad: reforma o ruptura
Se resucita el viejo dilema que acunara el nacimiento mismo de nuestra democracia, pero ahora referido a la que debiera ser instituci¨®n fundamental de su acaecer. Sin embargo, en lugar de ello, la pobre Universidad lo que sufre desde hace a?os es el mayor n¨²mero de parches pensable. Y ello hasta la aparici¨®n de la LRU, que la destroza sin piedad. Desde entonces, reformar la LRU ha sido prop¨®sito de sucesivos ministerios, tanto del PSOE como del PP. Hasta ahora no ha sido posible ni acercarse al ag¨®nico monstruo, dicen que por los intereses creados sobre todo en ciertas autonom¨ªas. Es l¨®gico y as¨ª pasa siempre que se hace una mala pol¨ªtica.
Quiz¨¢ es que seguimos sin resolver el gran debate. El de para qu¨¦ ha de servir la misma instituci¨®n universitaria. ?Formar o informar? Desde los escritos sobre la Universidad de Giner de los R¨ªos o la misi¨®n de la Universidad de Ortega, seguimos rizando el rizo. Sobre todo, en la respuesta a la relaci¨®n que parece ha de existir entre Universidad y Sociedad.
Ante el anuncio de una nueva reforma, me parece oportuno menester reflejar una opini¨®n, avalada por la experiencia y la meditaci¨®n, que no compromete m¨¢s que a su autor. Se notar¨¢ una gran dosis de impopularidad en cuanto sigue. Pero, como lo de los votos no anda por medio, uno puede sugerir la necesaria ruptura con el sistema actual y, con la mejor intenci¨®n, sintetizar lo que sobra y lo que falta en la actual Universidad espa?ola.
Comenzando por lo que sobra, por aquello de la denuncia de los males, diremos:
a) En primer lugar, y casi como paradoja, lo primero que sobran son universidades. Por razones meramente localistas, nuestro pa¨ªs ha quintuplicado el n¨²mero de ellas en algo m¨¢s de veinte a?os. Mucho m¨¢s que lo existente en el resto de Europa.
Cada capital de provincia ha movilizado sus 'fuerzas vivas' en campa?as 'en pro de una Universidad'. Y hasta en localidades que no son capitales. ?Universidades para todos! O algo as¨ª como 'ponga una universidad en su acera', como si de plantar patatas se tratara. Sin pensar en lo que una universidad de verdad requiere: bibliotecas, hospitales donde hacer pr¨¢cticas, profesorado bien formado, librer¨ªas, ambiente propicio, etc¨¦tera. Nada de nada. Ha sido suficiente un viejo edificio retocado y alg¨²n que otro erudito del lugar. ?La Universidad como redenci¨®n de males!
Tama?o disparate comienza a dar 'sus frutos': matr¨ªculas de 40 estudiantes nuevos, manifiesto y consentido guadalajarismo, etc¨¦tera. Triste panorama que est¨¢ pidiendo un fin r¨¢pido y dr¨¢stico. Sin pensar en popularidad o en votos. M¨ªrese hacia afuera y se encontrar¨¢n soluciones para tal empresa.
b) En segundo lugar, sobran alumnos. Otra impopular afirmaci¨®n. No todo el mundo debe ir a la universidad, como el que va al cine o a la feria. Deben poder ir, sin ning¨²n tipo de obst¨¢culo econ¨®mico o ideol¨®gico, justamente quienes est¨¦n preparados para ello. Y, una vez dentro, quienes aprovechen debidamente lo que, se quiera o no, es un privilegio.
En estos ¨²ltimos a?os, por obra de un sistema educativo preuniversitario tan malo como cambiante y con una sociedad en la que, seg¨²n encuestas, el 42% no lee un solo libro, el personal que llega a la universidad es de ¨ªnfimo nivel. Y en ella puede permanecer a?os y a?os, por los mil vericuetos a su alcance. Esto origina un caos, aumentado con los nuevos planes de estudio (?) al que hay que poner fin. Guste o no guste. Por supuesto, deben existir otras opciones. Muy fundamentalmente, una s¨®lida Formaci¨®n Profesional, acompa?ada de la pertinente socializaci¨®n familiar sobre lo que el pa¨ªs necesita. Y explicando que actualmente se vive mejor de cerrajero o montador de televisores que de licenciado en paro.
c) En tercer lugar, y como consecuencia de lo ya dicho, sobran profesores. Posiblemente lo m¨¢s impopular. La Universidad se ha convertido en lugar donde pasar a?os calentando el sill¨®n. A fuerza de ello, a todos, buenos o malos, les llegar¨¢ la hora de la ansiada permanencia. No se ejercen controles de rendimiento. Las pruebas de selecci¨®n del profesorado son de risa. Se habla continuamente de la endogamia como mal, pero, hasta ahora, nada se ha hecho para acabar con ella.
Con lo que s¨ª se ha acabado es con la continuidad de las escuelas o de los equipos. A los maestros se les cita cuando conviene, pero, en la realidad diaria, son ya 'algo pasado'. A la no deseada etapa de las vacas sagradas ha sucedido la de los terneros sagrados. Un catedr¨¢tico no tiene, oficialmente, quien le sustituya por cualquier raz¨®n de ausencia. Todos somos sabios oficiales gracias, otra vez, a la nefasta LRU, y cada uno tiene 'su grupo'. Los niveles est¨¢n en el terreno de la cruda mediocridad: se dicta en clase, se repite un manual, se fomentan los apuntes propios o ajenos.
Todo esto empez¨® con las lamentables pruebas de idoneidad y sigue con la localista composici¨®n de los tribunales (eso s¨ª: ?ahora se llaman comisiones!). ?Qu¨¦ gran deuda tuvo este pa¨ªs con el salvador Cojo Manteca!
Corregir esto es volver a pruebas a nivel nacional, con tribunales a sorteo y el requisito de saberse el programa que luego se ha de explicar. Como ocurre con el resto de funcionarios, a cualquier nivel. Y cada uno a la plaza que obtenga, a cumplir con su obligaci¨®n. Y si no le gusta o no quiere, a su casa por absentista, que ya vendr¨¢ otro. Lo de la autonom¨ªa de la Universidad es otra cosa bien distinta y en la que ahora no podemos entrar.
d) Y, por ¨²ltimo (o por primero, seg¨²n se mire), sobra democracia. ?Ah¨ª es nada lo dicho! La democracia, pese a ser el principio legitimador en la pol¨ªtica de nuestra era, tiene, sin embargo, su ¨¢mbito, que no cabe romper. Y mucho me temo que lo hayamos roto en no pocos terrenos. Y as¨ª, hay que admitir que la democracia o no se puede dar o, al menos, tiene que compartir su reinado con otros valores y principios: con la fe, con la obediencia y jerarqu¨ªa, con la experiencia o, simplemente, con lo que indica el marcador al final de una prueba deportiva. Y esto se acepta sin discusi¨®n.
En la Universidad caben ciertos niveles de democracia, sobre todo en el terreno de elecci¨®n de representantes de alumnos o profesores. Pero el principio dominante tiene que ser otro: la meritocracia. La actual sindicaci¨®n de los ¨®rganos de gobierno est¨¢ anulando una gesti¨®n independiente de los ¨®rganos unipersonales. La comisionitis reina en todo y para todo. Y todos los votos valen lo mismo a la hora de aprobar los festejos del patr¨®n de la facultad o a la de proponer a una personalidad doctor honoris causa. Es el mal profundo de nuestra Universidad, tambi¨¦n aportado por la LRU y normalmente empeorado por los Estatutos de las Universidades.
Y si hasta aqu¨ª lo que sobra, deducir¨¢ el lector que, suprimidos estos males, lo que falta es una ¨²nica cosa: calidad. Lo que debe diferenciar a la Universidad de cualquier academia privada. Y ha de estar presente en todas las instancias que la componen. En alumnos que tengan sus listas de lecturas, piensen, critiquen y valoren. En profesores que est¨¦n al d¨ªa, salgan al extranjero en estancias ampliadoras de conocimientos, publiquen dentro y fuera de Espa?a, dominen un idioma extranjero de prestigio, que valoren el buen exponer de los alumnos tanto en las pruebas escritas como en las orales. En decanos que aprecien su facultad. En rectores con criterios claros y de altura. Y en todo el entramado de lo que un d¨ªa fuera feliz ayuntamiento.
Sin calidad y, por ende, sin protagonismo de la meritocracia, no hay Universidad. Habr¨¢ 'otra cosa' que casi no merece la pena reformar; es decir, poner alg¨²n nuevo parche.
Manuel Ram¨ªrez es catedr¨¢tico de Derecho Pol¨ªtico de la Universidad de Zaragoza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.