Cultura espongiforme
Tiendo a desconfiar de las jeremiadas culturales que se basan en la idea de que existi¨® alguna vez un tiempo mucho mejor, as¨ª como de los dict¨¢menes apocal¨ªpticos de los que se excluye cuidadosamente el mismo que los formula. Uno pasea la mirada por la actualidad de las pel¨ªculas, de los libros, de los programas de televisi¨®n, de los peri¨®dicos, y puede encontrar tantas razones para el desaliento como para un prudente optimismo, a condici¨®n, desde luego, de que no se empe?e en comparar el presente con una edad dorada que nunca existi¨®, y tambi¨¦n de que no olvide que lo mejor ha sido siempre m¨¢s escaso que lo mediocre o lo deleznable, y en general ha tenido menos p¨²blico. Y tampoco hay que olvidar que Espa?a tiene una larga tradici¨®n de pa¨ªs pobre y sobresaltado, regido por minor¨ªas ineptas, s¨®lo eficaces en su parasitismo, y ajenas a la inteligencia o beligerantes contra su cultivo, y contra la mejora y la difusi¨®n del saber.
No ha habido tiempos mucho mejores que ¨¦stos, aunque quiz¨¢s tampoco m¨¢s escandalosos
Hay una generaci¨®n de cincuentones especializada en la nostalgia de los vapores de Mayo del 68 y de una presunta seriedad cultural que debi¨® situarse hacia los a?os setenta, es decir, cuando ellos eran j¨®venes. Aqu¨¦llos eran tiempos. Lo que se ha hecho despu¨¦s, vienen a decir, es comercial, o light, o fr¨ªvolamente despojado de todo compromiso. Hay que tener cuidado con la nostalgia, porque es muy embustera, y porque sobre todo sirve para segregar formas de consuelo que endulzan el paso de la edad. De aquella ¨¦poca dorada, lo que yo recuerdo sobre todo es la presi¨®n abrumadora del dogmatismo y de las consignas, dogmatismo que legislaba la literatura y el arte que era l¨ªcito hacer y disfrutar y los que se estigmatizaban como inaceptables, y consignas tan cerriles para la valoraci¨®n de un libro o de una pel¨ªcula como de una coyuntura pol¨ªtica.
Claro que hubo obras excelentes, que brillan y duran todav¨ªa, y que prestigian con su calidad el tiempo en que se hicieron: ahora es f¨¢cil echar de menos los a?os en que se rod¨® El esp¨ªritu de la colmena, ya que nosotros somos contempor¨¢neos de Torrente 2, pero es posible que dentro de un cuarto de siglo alguien recuerde con envidia y nostalgia que hacia el a?o 2000 se rodaban en Espa?a Leo, Lisboa o Krampack, igual que ahora los libros que conservamos de los a?os setenta son Si te dicen que ca¨ª o El beso de la mujer ara?a, por poner los dos primeros ejemplos que me vienen a la memoria, y no cualquiera de los best-sellers pelmazos y olvidados de entonces o que los s¨®rdidos manuales de adiestramiento leninista o mao¨ªsta que ocupaban el espacio preferente de los escaparates.
En algunas cosas hemos progresado, y es preciso resaltarlas, aunque al hacerlo perdamos el prestigio supremo que entre nosotros reciben los catastrofistas: hemos progresado en el h¨¢bito y el disfrute de la libertad, que permiten un espacio m¨¢s despejado de encuentro entre la obra y su destinatario; tenemos m¨¢s lectores y m¨¢s bibliotecas, igual que hay muchos m¨¢s auditorios, orquestas y p¨²blico interesado por la m¨²sica, y eso son avances de estos ¨²ltimos veinte a?os. Hay, sin embargo, muchas menos librer¨ªas, lo cual es un s¨ªntoma alarmante: la mayor parte de las que existieron, por ejemplo, en una ciudad intermedia y universitaria como Granada, donde yo me eduqu¨¦, han desaparecido, a pesar de que se ha multiplicado el n¨²mero de estudiantes. Cuando yo era joven hab¨ªa en esa ciudad dos cines que programaban diariamente pel¨ªculas en versi¨®n original: ahora es inveros¨ªmil imaginarse que pudieran subsistir.
Como la lozan¨ªa de las vacas europeas que uno admiraba tanto en sus viajes de espa?ol de secano, el brillo de los mejores logros culturales espa?oles contiene negras cavernosidades de ignorancia y atraso. Nunca hubo m¨¢s talleres escolares de animaci¨®n a la lectura, y sin embargo, la degradaci¨®n de la ense?anza es tan grave que una parte del p¨²blico que deber¨ªa estar llegando ahora a los libros no va a acercarse nunca a ellos. El mismo empe?o que han puesto los poderes p¨²blicos en que la escuela pierda su car¨¢cter progresista y sagrado de aliciente para el desarrollo de las mejores facultades de cada uno y la igualaci¨®n social lo han dedicado simult¨¢neamente a costear televisiones que alientan y difunden lo m¨¢s bajo de la tonter¨ªa y de la zafiedad humana, as¨ª como un grado pertinente de cerrilismo nacionalista o comarcal. El prop¨®sito, parece ser, es crear un modelo de mastuerzo analfabeto y patriotero que use la cabeza, corrigiendo el verso machadiano, para asentir o embestir seg¨²n lo requiera la ocasi¨®n.
Hay algo que echa uno de menos, aunque no puede a?orarlo, porque en realidad no parece que haya abundado nunca entre nosotros. Un cierto amor por el propio trabajo, una atenci¨®n cuidadosa hacia lo que se est¨¢ haciendo, sea redactar una cr¨®nica o corregir las pruebas de un libro, o enfrentarse a una obra cualquiera para evaluarla cr¨ªticamente, con el esp¨ªritu despierto y sin prejuicios, con el afecto y la concentraci¨®n que pon¨ªa un artesano en culminar la s¨®lida forma de un objeto. No ha habido tiempos mucho mejores que ¨¦stos, aunque quiz¨¢s tampoco m¨¢s escandalosos o atolondrados, as¨ª que la ¨²nica nostalgia leg¨ªtima y ¨²til me parece la de las cosas que ya deber¨ªamos estar haciendo, las que siguen malogr¨¢ndose no por falta de talento, sino por un h¨¢bito inveterado de chapucer¨ªa y negligencia, de abandono al desali?o de lo m¨¢s f¨¢cil. A no ser que ya no tengamos remedio, y que estemos irreparablemente condenados a convertirnos todos en concursantes o espectadores del Gran Hermano.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
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