Pol¨ªtica y disparate
Los comportamientos pol¨ªticos son de una monoton¨ªa apabullante. Los personajes cambian, las situaciones tambi¨¦n, pero las maneras de actuar se repiten como si estuviesen determinadas por leyes inexorables. Como si fuera verdad lo que algunos todav¨ªa creen: que la pol¨ªtica no se puede hacer de otra manera. Tengo la impresi¨®n de que el futuro de las democracias -si no se quiere que deriven definitivamente hacia el totalitarismo de la indiferencia- depender¨¢ de que los pol¨ªticos sean capaces de renovar sus c¨®digos. Algunos pueden pensar que en la cultura audiovisual vale todo, especialmente la demagogia y el populismo. Con el tiempo quiz¨¢ se vaya descubriendo que no es cierto, y que el distanciamiento de la ciudadan¨ªa respecto de la pol¨ªtica tiene mucho que ver con modos que parecen inscritos en la carne de los pol¨ªticos. La ¨²ltima semana nos ofrece tres ejemplos locales de la eterna repetici¨®n que es la pol¨ªtica. As¨ª podemos ver como la teor¨ªa conspirativa acompa?a siempre los episodios de decadencia partidaria; como es inconcebible el reconocimiento de un error -aun siendo meridianamente objetivo- por parte de un gobernante, y como el ventajismo es una pr¨¢ctica que no se detiene ni ante los cad¨¢veres.
Por orden: la teor¨ªa conspirativa. Los males propios siempre deben tener causas ajenas; as¨ª podr¨ªa enunciarse el principio de respuesta a las desgracias, de un manual de pol¨ªtica politiquera (para decirlo a la francesa). El Ejecutivo de Converg¨¨ncia i Uni¨®, desgastado por 20 a?os de gobierno, sometido a una crisis sucesoria y acorralado por el Partido Popular, ha perdido el control del territorio y se ha encontrado con un cisco considerable en las tierras del Ebro. Nadie, excepto Converg¨¨ncia i Uni¨® tiene culpa de su p¨¦rdida de credibilidad; nadie excepto Converg¨¨ncia i Uni¨® es responsable de las consecuencias de haber retrasado tanto la renovaci¨®n de su liderazgo y de haber quemado por el camino un par de generaciones de dirigentes; nadie excepto Converg¨¨ncia i Uni¨® es causante de su incapacidad para trazar alianzas en otras direcciones y para ser aut¨®noma respecto del Gobierno central y su partido; nadie excepto Converg¨¨ncia i Uni¨® puede sentirse responsable de los enga?os y dobles juegos que la coalici¨®n ha hecho con la cuesti¨®n del Ebro y del Plan Hidrol¨®gico. Y, sin embargo, Converg¨¨ncia i Uni¨®, en vez de asumir sus responsabilidades y replantearse estrategias y alianzas, hace lo de siempre, lo que hacen todos, denunciar la conspiraci¨®n del enemigo. Detr¨¢s de las movilizaciones del Ebro est¨¢ Maragall, dicen. Como los socialistas dec¨ªan cuando la decadencia del PSOE: el GAL y la corrupci¨®n era culpa de una gran campa?a orquestada por el PP. Estamos en lo de siempre: la negaci¨®n de la realidad. El problema no es que Maragall est¨¦ o no est¨¦ detr¨¢s de estas movilizaciones -que no lo est¨¢, como todo el mundo sabe, y ya le gustar¨ªa estar porque significar¨ªa que tendr¨ªa una fuerza que de momento no tiene. El problema es que en el Ebro las cosas se han hecho mal, que Converg¨¨ncia i Uni¨® lo sabe, y que no tiene capacidad de salirse del l¨ªo en que se ha metido porque su debilidad la tiene en manos del PP. Los gobiernos en decadencia se asfixian siempre en la espiral del argumento conspirativo. Por mucha conspiraci¨®n que haya, la realidad es la que es. Y finalmente, como le ocurri¨® al PSOE, acaba imponi¨¦ndose. El discurso conspirativo es casi siempre un discurso de perdedores.
Siguiendo el orden de aparici¨®n, la obstinaci¨®n en el disparate. El Rey meti¨® la pata en el discurso del Premio Cervantes al decir que el castellano no hab¨ªa sido nunca una lengua impuesta. La metedura de pata fue todav¨ªa mayor en la presunta rectificaci¨®n: el Rey, dec¨ªan, s¨®lo se refer¨ªa a Latinoam¨¦rica. Hay que tener realmente una viga en el ojo para no darse cuenta del atropello. Conforme a las convenciones del r¨¦gimen, todo hac¨ªa suponer que el discurso del Rey lo hab¨ªa preparado el ministerio correspondiente, el de Cultura en este caso, y Arcadi Espada se fue en busca de su titular, la se?ora Pilar del Castillo (EL PA?S, 6 de mayo). La obsesi¨®n por no aceptar que se ha cometido un desliz hizo meter a la ministra en un jard¨ªn del que no s¨¦ muy bien c¨®mo va a salir. ?C¨®mo una ministra de tradici¨®n democr¨¢tica como ella puede decir que habr¨ªa que ver en qu¨¦ medida el franquismo persigui¨® el catal¨¢n y puede poner la supervivencia de la lengua como prueba? ?Era necesario que el catal¨¢n hubiese desaparecido para que se pudiese hablar de prohibici¨®n? Desgraciadamente, somos demasiados los que no pudimos cursar los estudios en nuestra lengua como para que el discurso de la ministra pueda colar. Aunque la ideolog¨ªa de la ministra se correspondiera con el esp¨ªritu de su afirmaci¨®n, es dif¨ªcil creer en la eficacia de un discurso tan flagrantemente contrario a la realidad. La ministra qued¨® entrampada en el vicio pol¨ªtico de no reconocer nunca un error, de no enmendarse nunca la plana a s¨ª misma y, en este caso, al Rey, que era el lector del papel. A cada respuesta el l¨ªo era mayor. Todo por no aceptar humildemente que los gobernantes tambi¨¦n se equivocan.
La tercera figura lleg¨® despu¨¦s del asesinato del presidente del PP de Arag¨®n, Manuel Gim¨¦nez Abad. Podr¨ªa decirse as¨ª: aprovecha cualquier circunstancia -por tr¨¢gica que sea- en beneficio propio. Fiel a este principio, Joseba Egibar corri¨® a decir que este atentado perjudica al PNV y favorece al PP. Se dir¨¢ que los otros partidos, con el ritual de las condolencias y los entierros, tambi¨¦n capitalizaban el crimen. Ser¨ªa el colmo del cinismo. Ha sido Egibar el que ha hecho una interpretaci¨®n ventajista y sin ninguna base real, porque los especialistas saben que es muy dif¨ªcil precisar los efectos electorales concretos de un hecho de este tipo. ETA sencillamente irrump¨ªa en campa?a para hacer saber lo que a veces se olvida: que ella no aceptar¨¢ nada que no pase por sus manos y sus m¨¦todos. Y Egibar, mientras los otros ponen los muertos, se atreve a hacer victimismo. Ventajismo vergonzante. As¨ª de sencillo.
Sin embargo, son modos y maneras, todos ellos, inscritos en los comportamientos pol¨ªticos. Sobre ¨¦stos se funda la desconfianza creciente de los ciudadanos. ?Ser¨ªa imposible que la pol¨ªtica recuperara cierto reconocimiento de la realidad, cierta humildad para reconocer los errores, cierto respeto a las reglas del luto que rigen en la sociedad?
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