'Manos sucias' y moral militar
Una vez m¨¢s, la vieja pero inextinguible 'teor¨ªa de las manos sucias' asoma su feo rostro, y, tambi¨¦n una vez m¨¢s, lo hace en el ¨¢mbito militar. Un libro reci¨¦n publicado por el anciano general franc¨¦s Paul Aussaresses (83 a?os, pero no retirado a¨²n, sino todav¨ªa en situaci¨®n de reserva) reaviva la antigua herida, nunca cicatrizada, del Ej¨¦rcito franc¨¦s: la de los cr¨ªmenes y torturas perpetrados en Argelia en los a?os 50 contra los miembros -reales o presuntos- del Frente de Liberaci¨®n Nacional (FLN), que desde 1954 combat¨ªa contra las tropas coloniales en busca de la independencia, que finalmente lograr¨ªa en 1962.
A la altura de 1957, el entonces capit¨¢n Aussaresses ten¨ªa las ideas sumamente claras sobre lo que ten¨ªa que hacer. Seg¨²n pormenoriza en su libro, organiz¨® sin vacilar el asesinato del l¨ªder del FLN, Larbi Ben M'Hidi, con el respaldo de la m¨¢xima autoridad militar en Argelia, el c¨¦lebre general Jacques Massu. La eliminaci¨®n f¨ªsica de este dirigente rebelde, una vez capturado -escribe el general- 'fue largamente discutida con Massu. Llegamos a la conclusi¨®n de que un proceso a Ben M'Hidi no era deseable, pues habr¨ªa implicado repercusiones internacionales'. 'Aislamos al prisionero en una habitaci¨®n ya preparada (...) y con el apoyo de mis ayudantes le ahorcamos de una manera que se pudiera interpretar como un suicidio'.
Recu¨¦rdese que la llamada por los estudiosos anglosajones 'the dirty hands theory' o 'teor¨ªa de las manos sucias' no es de hoy, ni tampoco de anteayer. En t¨¦rminos resumidos, su enunciado no es otro que ¨¦ste: 'Todo dirigente de alto nivel, civil o militar, en ciertas situaciones, puede verse obligado a ensuciarse las manos actuando fuera de la ley y de la moral, en aras de un mejor servicio a la propia sociedad'.
Se equivoca quien piense que hay que remontarse a Maquiavelo para encontrar esta filosof¨ªa, ni siquiera a Hobbes. De hecho no hay que remontarse ni poco ni mucho, pues ah¨ª est¨¢, sin ir m¨¢s lejos, el general Jorge Videla, ex jefe de la Primera Junta Militar en la ¨²ltima dictadura argentina -en su d¨ªa condenado a prisi¨®n perpetua y posteriormente indultado-, quien todav¨ªa se manifiesta seguidor entusiasta de esta teor¨ªa. Pero no s¨®lo militares: tambi¨¦n pensadores civiles, ilustres profesores y conocidos fil¨®sofos absolutamente actuales participan de ella, matiz¨¢ndola, puliment¨¢ndola, pero sosteni¨¦ndola en definitiva.
As¨ª, el polit¨®logo estadounidense Michael Walzer mantiene que cuando la supervivencia colectiva est¨¢ amenazada, los dirigentes deben asumir una 'moral utilitaria', es decir, suficientemente acomodaticia como para utilizar cualquier medio -incluida la pr¨¢ctica de las manos sucias- para asegurar dicha supervivencia. A lo cual a?ade una curiosa condici¨®n: los dirigentes que recurran a las manos sucias deben tener un sentido del honor tan exigente que, a posteriori, sus acciones inmorales deben arrojar sobre ellos un fuerte 'sentimiento de culpa', que pese intensamente sobre sus conciencias y les haga aceptar su cuota de responsabilidad por los actos delictivos que cometieron o mandaron cometer.
A su vez, el fil¨®sofo brit¨¢nico Bernard Williams admite que, en ciertas situaciones, las leyes son quebrantadas por los dirigentes, que sienten la imperiosa necesidad de actuar, en algunos casos, al margen de la ley y de la moral. De ah¨ª que la ¨²nica garant¨ªa realista consiste, a su juicio, en asegurarse de que el poder radique siempre en manos de individuos dotados de un alto sentido moral, sumamente reacios al uso de m¨¦todos inmorales. Ello proporcionar¨¢, seg¨²n Williams, la ¨²nica garant¨ªa accesible: la de que el recurso a las manos sucias quedar¨¢, al menos, reducido a su menor grado posible.
Otra extra?a posici¨®n es la del profesor norteamericano Carl Klockards, quien admite que la polic¨ªa puede y debe, en ciertos casos, 'quebrantar la ley para capturar a quienes quebrantan la ley'. Pero a continuaci¨®n a?ade que aquellos polic¨ªas que -incluso con ese buen fin- quebrantaron la ley deben ser castigados por ello, incluso si tal quebrantamiento redund¨® en un 'incuestionable beneficio' para la sociedad. Con ello el problema contin¨²a irresuelto, pues -seg¨²n el propio Klockards- se trata de una 'cuesti¨®n irresoluble' desde la perspectiva moral.
Por el contrario, el profesor Sidney Axinn rechaza de plano la teor¨ªa y la pr¨¢ctica de las manos sucias, manteniendo esta firme posici¨®n: 'A pesar del p¨¢nico moral que pueda suscitar la amenaza de perder una guerra, la teor¨ªa de las manos sucias es simplemente un nuevo nombre para una vieja figura. La vieja figura se llama cr¨ªmenes de guerra, y un militar honorable no puede elegir esa v¨ªa, cualquiera que sea su denominaci¨®n'.
No era ¨¦sta, en absoluto, la posici¨®n de Aussaresses, cuya adscripci¨®n a la teor¨ªa de las manos sucias era realmente fervorosa, pues de hecho la ten¨ªa -y ahora vemos que a¨²n la tiene- plenamente incorporada a su moral militar. Seg¨²n expone en su libro, ¨¦l mandaba un escuadr¨®n de la muerte que actuaba al anochecer: 'Nuestro equipo sal¨ªa hacia las ocho y nos las arregl¨¢bamos para estar de vuelta antes de medianoche, con nuestros sospechosos, para proceder a los interrogatorios'. (...) 'La tortura era utilizada sistem¨¢ticamente si el prisionero rehusaba hablar, lo cual suced¨ªa con frecuencia. Era raro que los prisioneros interrogados por la noche llegaran vivos al amanecer', reconoce el general.
Hay que subrayar que estos prisioneros eran simples 'sospechosos', seg¨²n precisa en su relato. Cabe deducir, por tanto, que en muchos casos nada dec¨ªan porque nada sab¨ªan, lo cual les garantizaba largas horas de tortura y esa probabilidad m¨ªnima de 'llegar vivos al amanecer'. El general nos narra en estos t¨¦rminos su primera experiencia individual con la tortura, cuando interrog¨® personalmente a uno de los prisioneros: 'El tipo muri¨® sin decir nada. Yo no pens¨¦ en nada, ni tuve remordimientos por su muerte. Lo ¨²nico que lamento es que no hubiera hablado antes de morir'.
El espectacular esc¨¢ndalo producido en Francia por estas confesiones, que vienen a unirse a las sucesivas revelaciones acumuladas a lo largo de los ¨²ltimos cuarenta a?os sobre la actuaci¨®n de sus militares en Argelia -incluida la ya tan lejana pol¨¦mica entre los dos carism¨¢ticos generales, el ya citado Massu, partidario de la tortura, y Paris de la Bollardi¨¨re, enemigo de ella-, viene a demostrar que la sociedad del pa¨ªs vecino a¨²n est¨¢ lejos de agotar su capacidad de sorpresa, verg¨¹enza e indignaci¨®n ante los cr¨ªmenes all¨ª perpetrados, y ahora expl¨ªcitamente reconocidos una vez m¨¢s.
El diario Le Monde ha exigido que sean juzgados todos estos cr¨ªmenes ahora confesados, a los que considera 'contrarios a todas las leyes humanas, incluidas las de la guerra'. El primer ministro, Lionel Jospin, ha subrayado 'el repugnante cinismo' evidenciado por el general. El presidente de la Rep¨²blica, Jacques Chirac, tras declararse 'horrorizado' por las confesiones del general, ha emitido un comunicado en el que, literalmente, 'condena de nuevo las atrocidades, los actos de tortura, las ejecuciones sumarias y los asesinatos que han podido cometerse durante la guerra de Argelia'. Adem¨¢s, asumiendo su car¨¢cter de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, ha ordenado al ministro de Defensa la adopci¨®n de medidas disciplinarias contra Aussaresses, y a su vez, como gran maestre de la Legi¨®n de Honor, ha pedido a la Canciller¨ªa de esta instituci¨®n que el general sea expulsado de ella sin dilaci¨®n.
El general explica su presencia y su actuaci¨®n en Argelia en estos t¨¦rminos: 'El ministro residente en Argelia, Robert Lacoste, nombr¨® al general Jacques Massu superprefecto de Argel con la misi¨®n de extirpar el terrorismo r¨¢pidamente y por todos los medios. Yo fui llamado para esto por Massu, sabiendo que, desgraciadamente, no se pod¨ªa llegar a tal resultado sin ensuciarse las manos'. (...) 'Cumpl¨ª durante seis meses la misi¨®n que me fue impuesta e hice lo que en 1957 me pareci¨® que era mi deber'.
Es decir: torturar y asesinar a prisioneros desarmados, atados y ya indefensos. Triste 'deber' para un militar profesional, dispuesto a 'ensuciarse las manos' (¨¦l mismo utiliza la expresi¨®n exacta, definitoria de su actuaci¨®n). De hecho, un militar de conciencia nunca puede asumir tales delitos como un deber. Por a?adidura, Aussaresses, fiel seguidor del modelo de Michael Walzer en su primera parte -b¨²squeda del buen fin sin reparar en los p¨¦simos medios-, incumple, en cambio, descaradamente la segunda parte del mismo modelo. Seg¨²n ese modelo, ahora deber¨ªa sentir sobre su conciencia el peso de 'un fuerte sentimiento de culpa' por las atrocidades que cometi¨®. No hay tal, ni nunca lo hubo, ni siente ni sinti¨® arrepentimiento alguno, seg¨²n ¨¦l mismo reconoce con la desverg¨¹enza que caracteriza a este tipo de militares, cuyas actuaciones no honran en absoluto a ning¨²n Ej¨¦rcito, ya sea argentino, franc¨¦s o de cualquier otro pa¨ªs.
Pese a la tortura y al crimen, Francia perdi¨® Argelia. Sin crimen y sin tortura la hubiera perdido tambi¨¦n. Pero lo hubiera hecho con mayor dignidad, y hoy el Ej¨¦rcito franc¨¦s no tendr¨ªa que contemplar ante el espejo de su historia la triste imagen de lo que hicieron algunos de sus hombres m¨¢s de cuarenta a?os atr¨¢s.
Prudencio Garc¨ªa es investigador y consultor internacional del INACS. (garciamm@iies.es)
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