La mano del sue?o
Hay un centenar de escritores, una decena de ellos espa?oles, en la Bienal del Libro en R¨ªo de Janeiro, que ahora se celebra; s¨®lo tres, o cuatro, escriben con la mano izquierda. N¨¦lida Pi?¨®n, una de las grandes novelistas brasile?as que estos d¨ªas da la alternativa en este pa¨ªs a algunos de los herederos de Cervantes, usa esa mano elegante y sabrosa para deplorar que los hombres siempre hablen de las manos de las mujeres como si fueran objeto de museo y no fuente de trabajo. Usa la izquierda tambi¨¦n, pero como si fuera un repuesto. Jorge Amado, que convirti¨® Salvador de Bah¨ªa en un santuario de la literatura de Brasil, utiliza desde hace m¨¢s de sesenta a?os su mano derecha para explicar el espect¨¢culo de alegr¨ªa y contradicciones que es su pa¨ªs feliz. Jo?o Ubaldo Ribeyro, otro escritor de mano diestra, acaba de resucitar en Brasil la sombra ben¨¦fica de la lujuria como un gran tesoro que empieza, justamente, con el uso placentero de las manos, y sobre todo de la mano izquierda. La Feria del Libro madrile?a, que la semana pr¨®xima abre en el Retiro sin el influjo perverso de aquellas listas de m¨¢s vendidos, concentrar¨¢ a autores que cargan el peso de su imaginaci¨®n sobre la diestra y que, por supuesto, firmar¨¢n con esa mano a los lectores que se les acerquen. Hay escritores de manos muy publicadas: Garc¨ªa M¨¢rquez, que tiene dedos robustos que parece que no van a caber en las estrechas fronteras de las letras del ordenador, y que sin embargo escribe as¨ª con la antigua velocidad r¨ªtmica de los periodistas, ha dicho que si su colega Carlos Fuentes no tuviera el dedo principal de la mano derecha curvo de tanto uso ser¨ªa a¨²n mucho m¨¢s fecundo. Cela tambi¨¦n tiene el dedo as¨ª, pero en su caso la historia de escribir ha ca¨ªdo sobre el dedo ¨ªndice, pues toma la pluma en la mano poniendo mayor peso en ese dedo que en ning¨²n otro. Luis Mateo D¨ªez, que ma?ana ingresa en la Academia con un discurso, precisamente, sobre La mano del sue?o, escribe a mano, mayormente, y lo hace tambi¨¦n con la derecha, que es probablemente, tambi¨¦n, la mano de la realidad. Sucede en el sill¨®n I a Claudio Rodr¨ªguez, el poeta de tantos dones que escrib¨ªa en el aire con su mano derecha cuando se quedaba en silencio, en medio de la noche. Y le responde a Mateo Manuel Seco, el acad¨¦mico que durante treinta a?os escribi¨® con su mano -derecha- el objeto de sus pesquisas sobre lo que habla la gente a diario. Rafael Azcona, uno de los escritores espa?oles que m¨¢s ha escrito en secreto, ha estado m¨¢s de mes y medio en secano porque un golpe de la calle lesion¨® su mano derecha: la izquierda, dice, la us¨® siempre para pensar.
Los que nunca nos hemos obligado a utilizar la mano izquierda miramos como exc¨¦ntricos a aquellos que frente a nosotros cargan la responsabilidad de escribir, o de se?alar, sobre la otra mano, aquella parte del cuerpo que aun siendo esencial y ben¨¦fica obedece a nuestros movimientos como si fuera la comparsa de nuestras intenciones, una especie de tonta ¨²til que nos acompa?a en los viajes porque no se puede quedar sola en casa. Seguramente Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, que escarba en las definiciones con la habilidad que tiene la mano izquierda para ocultarse, tendr¨¢ explicaciones surrealistas para entender por qu¨¦ una mano mira a la otra con ese aire de superioridad, como si para aplaudir o reprobar no fueran precisas ambas. Los italianos no podr¨ªan hablar con una sola mano y los espa?oles tambi¨¦n las necesitamos para explicar a veces lo que s¨®lo se puede decir en silencio: la mano sirve para callar y para ahuyentar, y lo primero que hacen los ni?os es decir adi¨®s con las manos.
Las manos. Uno de los hechos m¨¢s estimulantes de la semana, ahora que hablamos de las manos, ha surgido en medio de la desgracia que nos persigue, el terrorismo, esa lengua de fuego que entr¨® en la casa como la droga o el incendio, como la guerra civil o como la muerte de la memoria, nublando la mente y la vida y cercenando el aire e incluso la posibilidad de respirar. Y ese momento estimulante y extra?o vino cuando Gorka Landabaru, el periodista vasco que vive, mira, escucha, y todo lo hace para luego contarlo con sus manos, se despert¨® de una anestesia que nunca quiso y dijo, con el mejor humor que se le conoce, que ahora toca acostumbrarse a escribir con la mano izquierda. ?l se guarda, seguro, en su alma, la mano del sue?o, aquella que ahora le ha dado fuerzas para volver a la realidad y a la vida y decir que hay que seguir, tambi¨¦n, con la otra mano. En un pa¨ªs cejijunto y dif¨ªcil, el ¨¢nimo de este hombre es tambi¨¦n el ¨¢nimo con el que uno le da la mano, cualquier mano, la mano del sue?o, al otro.
Babelia
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