Ideas pasadas de fecha
Si alguien, v¨ªctima de un hambre incontenible en horas de madrugada, descubre que s¨®lo dis-pone de alimentos pasados de fecha es muy probable que se los trague e incluso que no le causen da?o. Pero afirmar que tales alimentos son 'lo m¨¢s pr¨¢ctico y mejor adaptado' podr¨ªa resultar un poco exagerado. En un art¨ªculo, tan informado y brillante como en ¨¦l es habitual, Guillermo de la Dehesa contestaba el d¨ªa 21 de abril a las cr¨ªticas recibidas por dos art¨ªculos suyos anteriores, y lo hac¨ªa criticando a su vez ciertos t¨®picos sobre la globalizaci¨®n y sus efectos. Sin embargo, quiz¨¢ deba matizarse algo su defensa de la vigencia del (neo) liberalismo como marco de ideas para la pol¨ªtica econ¨®mica.
Quiz¨¢ por un cierto af¨¢n de que todo quede en casa, entre liberales, De la Dehesa atribuye a Popper la idea de que 'los paradigmas s¨®lo duran lo que tarde en aparecer otro que tenga m¨¢s fundamento y se adapte mejor a la realidad'. En realidad, a Popper le indign¨® la afirmaci¨®n por Thomas Kuhn de la existencia de paradigmas en la ciencia y deshered¨® (filos¨®ficamente) a su disc¨ªpulo Imre Lakatos por formular una idea similar a la citada. Pero la consecuencia m¨¢s importante de esa idea es que, mientras no surja un paradigma (programa de investigaci¨®n) alternativo, el viejo seguir¨¢ vigente aunque se le acumulen las anomal¨ªas y ofrezca resultados un tanto discutibles.
Hay razones para pensar que al neoliberalismo -o nueva econom¨ªa neocl¨¢sica, o como se le quiera llamar- se le vienen acumulando las anomal¨ªas a lo largo de la pasada d¨¦cada. Una de las m¨¢s fundamentales es que, si bien el crecimiento de la econom¨ªa norteamericana durante la era Clinton ha sido espectacular, no se puede afirmar lo mismo de la econom¨ªa global. De la Dehesa argumenta que, en t¨¦rminos de PIB per c¨¢pita, 'el crecimiento medio anual en estos ¨²ltimos 50 a?os ha sido del 2,7% en los pa¨ªses desarrollados y del 2,6% en los pa¨ªses en desarrollo, el mayor de toda la historia'. Pero si dividimos ese periodo en torno a la d¨¦cada de los setenta, y comparamos el antes y el despu¨¦s, las cifras se complican bastante. Por ejemplo, el historiador Paul Bairoch sostiene que entre 1970 y 1995 el crecimiento del PIB per c¨¢pita en los pa¨ªses desarrollados fue del 1,9%, mientras que entre 1950 y 1970 habr¨ªa sido del 3,5%.
Es muy posible que los datos que utiliza Guillermo de la Dehesa no s¨®lo sean m¨¢s actuales, sino tambi¨¦n m¨¢s fiables que los de Bairoch, pero lo cierto es que la percepci¨®n p¨²blica de los resultados de la globalizaci¨®n en el ¨²ltimo cuarto de siglo se ajusta m¨¢s a las cifras de ¨¦ste: la prosperidad y el crecimiento eran mayores antes de los cambios de los a?os setenta, que para la mayor¨ªa se identifican con la globalizaci¨®n. El ejemplo del crecimiento norteamericano ha venido dando argumentos a los gobernantes para ajustarse a la ortodoxia, argumentos que se vieron bastante reforzados en Europa con la recuperaci¨®n de los ¨²ltimos a?os. Pero ahora, seg¨²n el grado de profundidad y el impacto en Europa que tenga la crisis norteamericana, y sobre todo si vuelve a crecer significativamente el desempleo, puede suceder que tambi¨¦n la insatisfacci¨®n se extienda.
En Am¨¦rica Latina, el paradigma tom¨® la forma del llamado Consenso de Washington, que fue el t¨¦rmino acu?ado por John Williamson en 1990 para resumir en un dec¨¢logo las reformas a seguir por los gobiernos para superar la crisis de la d¨¦cada anterior. Mois¨¦s Na¨ªm, que tuvo un papel protagonista en la aplicaci¨®n de esas reformas en Venezuela -con excelentes resultados econ¨®micos y catastr¨®ficas consecuencias pol¨ªticas-, analiz¨® en 1999, en la conferencia que organiz¨® el Fondo Monetario sobre la segunda generaci¨®n de reformas econ¨®micas, tanto las razones del ¨¦xito de aquel dec¨¢logo como su creciente desdibujamiento al surgir nuevas y no previstas complejidades, por ejemplo, en la pol¨ªtica cambiaria, de las que es buena muestra el callej¨®n sin salida en el que entr¨® la econom¨ªa argentina -a causa de la ley de convertibilidad de 1991- hace ya tres a?os.
Un buen paradigma debe poderse presentar con claridad y tener un caso ejemplar que sirva de modelo. A la vez que el Consenso de Washington se iba enredando con nuevas propuestas en torno a las que no exist¨ªa consenso, el mejor ejemplo de ¨¦xito en el continente, Chile, se ve¨ªa atrapado en una fase de crecimiento lento que pone en peligro la legitimidad del modelo -o al menos eso piensa el soci¨®logo Carlos Ominami-. Antes, ya se hab¨ªa venido abajo M¨¦xico con la crisis devaluatoria de 1994-1995, que arrastr¨® a otras econom¨ªas, como la argentina, en el llamado efecto tequila. Todo esto puede explicar un cierto sentimiento de impaciencia de los ciudadanos y la popularidad de quienes se proponen -al menos ret¨®ricamente- salir de las reglas de juego neoliberales, desde Ch¨¢vez a los l¨ªderes de movimientos ind¨ªgenas en M¨¦xico, Ecuador o Bolivia.
Se podr¨ªa pensar que los problemas latinoamericanos son consecuencia de las bajas tasas de ahorro, pero eso no vale para la crisis asi¨¢tica de 1997-1998, que dio otro golpe a la credibilidad del paradigma y, lo que es m¨¢s grave, sembr¨® dudas en las propias instituciones encargadas de administrarlo. Las cr¨ªticas de Krugman y Stiglitz contra la gesti¨®n del Fondo Monetario pueden explicarse por su keynesianismo confeso, pero Stiglitz era -como ¨¦l record¨®- un insider, y esas cosas cuentan. La misma conversi¨®n de Camdessus y Wolfensohn a algo as¨ª como un neoliberalismo compasivo, aunque sea tard¨ªa en el caso del primero, no puede dejar de afectar a quienes en su momento creyeron de buena fe que, aplicando las nuevas reglas de juego, el crecimiento estaba garantizado: el ardor de una cruzada disminuye mucho cuando los m¨¢ximos pont¨ªfices se entregan a la autocr¨ªtica.
Mientras escribo estas l¨ªneas, las calles de Quebec asisten a los ya habituales enfrentamientos con la polic¨ªa de los manifestantes contra la globalizaci¨®n, esta vez con motivo de la Cumbre de las Am¨¦ricas. Probablemente, como en Seattle, las protestas van muy mal encaminadas, y, sin embargo, como apunta Guillermo de la Dehesa, puede que contribuyan a corregir algunos de los efectos negativos del actual paradigma. En todo caso, cabe preguntarse si el paradigma en cuesti¨®n no se mantiene ya porque sea el m¨¢s pr¨¢ctico y mejor adaptado, sino porque una marcha atr¨¢s respecto a los cambios de los ¨²ltimos 25 a?os es inimaginable y no existe a¨²n una alternativa racional. Pero desde esa misma racionalidad se puede pensar que el mensaje neoliberal ha perdido poder de convicci¨®n y en buena medida ha incumplido sus promesas.
Ludolfo Paramio es profesor de investigaci¨®n en la Unidad de Pol¨ªticas Comparadas del CSIC.
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