Entre dos luces
Se expone estos d¨ªas en Madrid una muestra del pintor catal¨¢n Ram¨®n Casas (1866-1932). Casas, con Santiago Rusi?ol, fue uno de los creadores que rompi¨® en Catalu?a con un naturalismo que en Espa?a fue facil¨®n y costumbrista. Nunca tuvimos aqu¨ª a gente con el poder¨ªo de un Coubert o de un Millet para representar aquellas crudas escenas campesinas (recuerden el Entierro en Ornans del primero, y el a¨²n m¨¢s impresionante El ?ngelus del segundo, obras que, en palabras de Van Gogh, estaban como pintadas con tierra). Aqu¨ª no. Aqu¨ª el naturalismo fue rampl¨®n regionalismo, an¨¦cdota y folclor. A romper con aquello vino gente como Casas. Mientras Dar¨ªo Regoyos, coet¨¢neo suyo y rupturista tambi¨¦n, se adentraba por la senda del impresionismo, Casas inauguraba en Espa?a un modernismo de inspiraci¨®n velazque?a, af¨ªn a gente como Jean Manet o James M. Whistler. Una corriente que supuso una fecunda renovaci¨®n, poco conocida, de la pintura europea y americana, y que luego Sorolla sabr¨ªa enriquecer como pocos.
De Casas conoc¨ªa uno ya su famosa La carga, esa inevitable imagen que ilustra las historias sobre el primer movimiento obrero en Barcelona (guardia vivil, con sable y a caballo, revolcando a un manifestante). O, incluso, La Madelaine, se?ora con puro y copa en un cabaret parisino y unos ojos entre tristes y fieros, y otras telas de su ¨¦poca parisina o sus carteles. Pero, en su ignorancia, uno ha descubierto en esta exposici¨®n a un Casas desconocido, telas que justifican con largueza su prestigio como pintor modernista. Tal vez La pereza (1898-1900) sea entre las expuestas la muestra m¨¢s acabada: escena al contraluz cargada de voluptuosidad y elegante insinuaci¨®n, que tanto recuerda, por composici¨®n y paleta, a La muchacha de blanco de Whistler.
En efecto, por su sencillez e inteligente armon¨ªa entre composici¨®n y luz, son precisamente esos interiores con protagonismo de mujer los m¨¢s impresionantes. Esa briosa mujer vestida de blanco que cierra el paso ante las puertas que se abren hacia el fondo (Primero pasar¨¢s sobre mi cad¨¢ver, 1893), o la criada y la se?ora (vestida una, desnuda la otra) de Preparando el ba?o y Au bain (1895). Y, tambi¨¦n, esa delicia que es Antes del ba?o (1894). Pero hay una que quisiera se?alar. No necesariamente por sus valores pict¨®ricos, que no le faltan, sino porque me permite hablar de nosotros y de nuestras angustias de hoy. Se trata de Entre dos luces (1894): mujer semidesnuda, falda azul, sentada en una butaca blanca, con el pelo revuelto y el rostro oculto, iluminada a un tiempo por luz artificial y natural.
Creo que a diez d¨ªas del 13-M, nos hallamos necesitados de reposar nuestro esp¨ªritu de los rigores electorales; necesitados de oxigenar nuestra imaginaci¨®n. De ah¨ª las pinturas, los colores y la luz. Sin embargo, no dejo de pensar en mis compa?eros amenazados y exiliados, en mis amigos escoltados, hoy tan abatidos por lo que sienten ha sido un gesto insolidario del votante, de la ciudadan¨ªa. Sin embargo, creo que esa mujer entre dos luces puede ser la met¨¢fora de la ciudadan¨ªa. Pretenderla reconocible, di¨¢fana, transparente, es una ilusi¨®n. Es una ilusi¨®n vana e irreal. Esa mujer, que oculta su rostro y parece simple, est¨¢ habitada de pensamientos insondables y contiene todas las dimensiones del ser humano a poco que se la observe. Creer que un voto la define es ingenuo. Puesta de pie, podr¨¢ ser dulce, como reci¨¦n salida del ba?o, o resuelta, con la actitud tensa y airada de la mujer del Primero pasar¨¢s sobre mi cad¨¢ver.
No creo que sea acertado creer o hablar, como se hace, de una culpa colectiva. Creo, m¨¢s bien, que el discurso m¨¢s hondo de grupos como ?Basta Ya! ha calado en la ciudadan¨ªa. ?C¨®mo explicar, si no, esa ca¨ªda estrepitosa de EH cuando Ibarretxe hab¨ªa insistido que en ning¨²n caso contar¨ªa con ellos? No. No creo que eso sea bueno, porque contagia el des¨¢nimo y diluye las culpas. El culpable es este pol¨ªtico o aquel decano, mi compa?ero o aquel sinverg¨¹enza. No todos y nadie en particular. Mientras, y no es malo, entreteng¨¢monos en la imagen melanc¨®lica de esa mujer entre dos luces.
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