La otra muerte de los ni?os
Cuando la muerte y, en general, la violencia f¨ªsica o sexual convierte a unos ni?os en protagonistas, se produce un terremoto emotivo. Lo acabamos de comprobar. Nada ha generado m¨¢s pol¨¦mica estos d¨ªas que el fatal accidente de Alba y Cristian, los ni?os que se ahogaron el otro d¨ªa en una hoya de la riera de Merl¨¨s. Podr¨ªa parecer que en nuestra sociedad la suerte de la infancia preocupa extraordinariamente. No est¨¢ tan claro.
Cada vez que una noticia sobre ni?os provoca impacto social, regreso al libro de Neil Postman The disappearance of childhood (versi¨®n catalana: La desaparici¨® de la infantesa, Editorial Eumo). Este libro, que deber¨ªan leer todos los maestros y padres sensibilizados con sus respectivas tareas, explica en menos de doscientas p¨¢ginas (sabias y amenas, con preciosos detalles eruditos) el invento hist¨®rico del concepto infancia y su disoluci¨®n en la sociedad contempor¨¢nea. En apretada s¨ªntesis, podr¨ªamos resumir la tesis de Postman de la siguiente manera: siempre ha existido la ni?ez como estadio biol¨®gico, pero la infancia, entendida com etapa de educaci¨®n y tr¨¢nsito hacia la madurez, es una creaci¨®n renacentista (es hija de la imprenta y, por lo tanto, del libro: una tecnolog¨ªa que obliga a un aprendizaje sistem¨¢tico y secuencial). Como ideal no cumplido, el concepto infancia se desarrolla hasta cristalizar en el mundo anglosaj¨®n en el siglo XIX. Y entra en crisis a finales del XX por la facilidad que comporta el lenguaje televisivo, al que un ni?o de tres a?os accede con la misma competencia que un adulto de 40.
La televisi¨®n permite a los ni?os entrar sin cortapisas en el mundo de los adultos. Promueve el apego infantil a las modas textiles, sexuales, sociales o ling¨¹¨ªsticas de los adultos. Lo mismo suced¨ªa en la antig¨¹edad y en la Edad Media. Antes de la aparici¨®n de la imprenta, los conocimientos que un ni?o necesitaba para convertirse en hombre se aprend¨ªan por ¨®smosis civil o mediante el lenguaje oral. La ni?ez biol¨®gica terminaba alrededor de los siete a?os. Los escasos ni?os que asist¨ªan a las escuelas medievales se mezclaban con los adultos. Es sensacional la recreaci¨®n que Umberto Eco hace de la ni?ez del protagonista de su ¨²ltima novela, Baudolino (la recomiendo fervorosamente: es casi mejor que El nombre de la rosa). En ella se narra c¨®mo el ni?o acepta con naturalidad que su padre lo muela a golpes y c¨®mo un ermita?o le ense?a a leer mientras le explora los genitales. En los cuadros de Brueghel aparecen ni?os mezclados con adultos l¨²bricos y borrachos, de la misma manera que los hijos de los patricios romanos ten¨ªan libre acceso a las desenfrenadas fiestas de sexo y comida que Petronio narr¨® con excepcional detallismo.
Sirvan estos ejemplos para introducir dos conceptos, madurez y verg¨¹enza, sin los cuales es imposible, seg¨²n Postman, la educaci¨®n y la protecci¨®n de la infancia. La madurez no debe confundirse con la edad adulta, sino con el ideal de vida adulta que guiar¨ªa el proceso educativo. En una sociedad que valora la infancia, el ni?o es considerado un aprendiz que, frenando los instintos que le impulsar¨ªan al juego, se concentra para acceder a la cultura mediante la lectura, que le permite desarrollar su pensamiento secuencial. Durante este proceso aprende a dominar su personalidad. Este dominio es una exigencia intelectual y, consecutivamente, ¨¦tica (y no a la inversa como generalmente se cree). El ni?o consigue valorar el esfuerzo y aprende a retardar la consecuci¨®n inmediata del placer.
Es obvio que hoy en d¨ªa el concepto de madurez est¨¢ en bancarrota: en la vida escolar, pero tambi¨¦n en la familiar y en la civil. Exceptuando informativos y series realistas, los adultos que la tele expone se comportan como ni?os mimados. Casi todos act¨²an ante las c¨¢maras como atontolinados mequetrefes. Se expresan como analfabetos, visten como adolescentes, gritan, babean o exhiben un perfil gamberro. Y viceversa, los ni?os adoptan en la tele poses de adulto, cantan como veteranos o golpean el bal¨®n como profesionales. Las modelos o tenistas de 13 a?os seducen o compiten como adultas, de la misma manera que el showman de moda en TV-3 llama por tel¨¦fono ante las c¨¢maras para chinchar, ni?o malo, a quien le viene en gana. La televisi¨®n ha borrado la frontera entre ni?o y adulto: todos juegan y rebuznan igual.
Seg¨²n Postman, la televisi¨®n imposibilita la pr¨¢ctica de la verg¨¹enza. Cuando la infancia exist¨ªa, la verg¨¹enza serv¨ªa para velar los fracasos, imperfecciones y excesos de la vida adulta. De esta manera, unos determinados valores intelectuales y ¨¦ticos pod¨ªan proponerse a los ni?os que estaban en proceso de formaci¨®n: hablar bien, apreciar las normas del grupo, aceptar jerarqu¨ªas, entender la necesidad del esfuerzo, saber retardar el deseo, respetar la intimidad. Estas y otras muchas propuestas son hoy en d¨ªa imposibles de ofrecer en casas y escuelas: a los tres a?os los ni?os descubren por la tele que los adultos no se someten a estos valores. En parte por esta raz¨®n, las escuelas est¨¢n en crisis.
?C¨®mo puede sorprender la aparici¨®n en este paisaje de unas ni?as asesinas? ?Por qu¨¦ nos rasgamos las vestiduras ante la pederastia y no cuando las ni?as modelos muestran sus encantos ante las abuelas que ven la tele por la tarde? ?A qu¨¦ responde el horror ante el descubrimiento de la inseguridad de los ni?os en las colonias, cuando estos mismos ni?os est¨¢n siendo bombardeados en el sal¨®n familiar por incesantes signos de violencia, ferocidad, tonter¨ªa o lubricidad? Antes de que el lector se apresure a concluir que este art¨ªculo es conservador, desear¨ªa plantear una ¨²ltima pregunta. ?Por qu¨¦ el progresismo europeo, agarr¨¢ndose al fundamentalismo liberalista, deja siempre en manos de los movimientos ultramontanos la defensa de la ¨¦tica del esfuerzo, del respeto a las normas sociales y a la intimidad, del sexo respetuoso o del bien hablar? ?Acaso no son estos valores absolutamente imprescindibles para fundamentar la democracia?
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