Federico, Rafael... y el manuscrito
La angustiosa duda que le iba y le ven¨ªa, en la que groseramente se insinuaba la fatalidad, acompa?¨® a Federico en su ¨²ltimo d¨ªa en Madrid. 'Do?a Lola, ?qu¨¦ me aconseja usted, me quedo o me marcho a Granada?'. Y do?a Lola le respond¨ªa con refranes. Era una manera de quitar hierro a la aprensi¨®n m¨¢s negra. El calendario de pared se?alaba el 16 de julio de 1936.
Rafael hab¨ªa pasado a recogerle al mediod¨ªa por su casa de la calle de Alcal¨¢. Almorzar¨ªa en casa del amigo entra?able, calle de Ayala, con esta otra familia que hab¨ªa tenido desde que lleg¨® a Madrid. Tres d¨ªas antes hab¨ªan asesinado a Calvo Sotelo. Rafael acababa de llegar de Escandinavia, donde hab¨ªa disertado sobre la poes¨ªa y el teatro del amigo, y tampoco le hab¨ªa gustado el pa¨ªs que se hab¨ªa encontrado a la vuelta; por eso rechaz¨® el ofrecimiento del granadino para que le acompa?ase a su Huerta de San Vicente. El otro no ten¨ªa m¨¢s remedio que ir, para no truncar una tradici¨®n familiar, un rito que les congregaba en torno a la onom¨¢stica, la de su padre y la suya, el 18 precisamente: San Federico.
Tampoco deseaba quedarse solo en su casa madrile?a: los anfitriones le brindaban la posibilidad de acogerlo en Ayala el tiempo que deseara. Pero no, no pod¨ªa ser... Despu¨¦s de la sobremesa, los dos amigos tomaron un taxi que los deposit¨® en Puerta Hierro. 'Mira, Lolita, si me voy o no, lo vamos a decir Rafael y yo ante un co?ac pirulado'. En la terraza de un quiosco que le gustaba frecuentar, desierto a esa hora, dos dobles de co?ac: Fundador, su bebida predilecta; ideal para escamotear temores y desatar lenguas. La destrucci¨®n de Sodoma, su pr¨®ximo proyecto, colm¨® de palabras encendidas el taxi en el viaje de vuelta.
No cab¨ªan las cosas en las maletas, de los nervios que ten¨ªa. Libros, ropas, papeles... Desalentado y sudoroso, se dej¨® caer en una silla: 'Nada, que no me puedo ir'. Rafael se lo orden¨® todo, y las maletas cerraban. Fue entonces cuando Federico sac¨® del caj¨®n un misterioso paquete y se lo entreg¨® al amigo: 'Toma. Gu¨¢rdame esto. Si me pasara algo, lo destruyes todo. Si no, ya me lo dar¨¢s cuando nos veamos'.
Asomado a una ventanilla del expreso de Andaluc¨ªa, con Rafael abajo en el and¨¦n, de pronto Federico se volvi¨® de espaldas y agit¨® en el aire sus dos pu?os con los ¨ªndices y me?iques extendidos: '?Lagarto, lagarto, lagarto!'. Alguien hab¨ªa entrado en el vag¨®n de coches cama al otro extremo del pasillo. ?Qui¨¦n? 'Un diputado por Granada. Un gafe y una mala persona'. Nervioso y visiblemente disgustado, el viajero dijo al ¨²nico amigo que hab¨ªa ido a despedirle que se marchara, que no se quedase en el and¨¦n, que iba a correr las cortinillas y a meterse en la cama para que no le viera ni le hablara 'ese bicho'. Pocos datos, aunque suficientes, permiten colegir a Rafael, una vez acaecida la tragedia, que la v¨ªctima viaj¨® en el mismo tren que su verdugo.
Una despedida demasiado apresurada, abortada por la irrupci¨®n de un bicho, para dos amigos que ya no se volver¨ªan a ver.
Le falt¨® tiempo a Rafael, nada m¨¢s llegar a casa, para abrir el paquete. Entre papeles personales estaba el borrador de un drama in¨¦dito: El p¨²blico. Cuando un mes despu¨¦s de la despedida en la estaci¨®n de Atocha asesinaron a Federico, Rafael decidi¨® deso¨ªr el mandato del amigo, al igual que hiciera Max Brod con los manuscritos de Franz Kafka. Y cuando en 1978 los lectores espa?oles recibieron la publicaci¨®n por Seix Barral, con introducci¨®n, transcripci¨®n y versi¨®n depurada a cargo de Rafael Mart¨ªnez Nadal, de El p¨²blico, acompa?ada de una inacabada Comedia sin t¨ªtulo en edici¨®n de Marie Lafranque, pudieron enterarse de la existencia de un Lorca m¨¢s libre y audaz que nunca, de contenido y de forma, un aut¨¦ntico revolucionario de la est¨¦tica teatral que nos permiti¨® preguntarnos a algunos cu¨¢les podr¨ªan haber sido los derroteros del teatro espa?ol si aquella ¨²ltima jornada madrile?a de dudas lacerantes se hubiera resuelto de modo inverso y el instinto de conservaci¨®n que su intuici¨®n poderosa nutr¨ªa se hubiera impuesto a la llamada del rito familiar. Es sabido que era ¨¦ste el tipo de literatura esc¨¦nica que un insatisfecho Lorca, autor de ¨¦xito por su Yerma, su Bodas de sangre..., deseaba imponer, alcanzada ya la autoridad que sus triunfos le hab¨ªan otorgado. ?ste era el teatro que a ¨¦l le interesaba de verdad, tal y como hab¨ªa aseverado en no pocas ocasiones, y el que hubiera podido desarrollar de no haber tomado en aquella tarde de tan aciagos presagios un tren para Granada.
Mucho tuvo que ver con la desobediencia del amigo Mart¨ªnez Nadal el profundo conocimiento que ten¨ªa de la obra lorquiana. 'Yo sab¨ªa que destruir aquello hubiera sido otro crimen', nos confes¨® a?os despu¨¦s a los que nos beneficiamos de su amistad. Exiliado en Londres a poco de asesinado el amigo, Rafael asume durante la Segunda Guerra Mundial, enmascarado tras el seud¨®nimo de Antonio Torres, las emisiones para Espa?a de la BBC -una idea de Winston Churchill-, dirigidas a la opini¨®n p¨²blica espa?ola a fin de que influyera en el Gobierno franquista y ¨¦ste se convenciera de la necesidad de mantenerse neutral. Presunta candidez la de Churchill, suponiendo la existencia de una opini¨®n p¨²blica en la Espa?a de aquellos a?os, y m¨¢s a¨²n, que, en caso de existir ¨¦sta, pudiera influir en el ¨¢nimo del impenetrable caudillo gallego. Fue el l¨ªder conservador brit¨¢nico quien se encarg¨® tambi¨¦n de guillotinar aquel espacio radiof¨®nico cuando le dej¨® de ser pol¨ªticamente ¨²til (seg¨²n confesi¨®n dolorida de Mart¨ªnez Nadal).
Algunos t¨ªmpanos a?ejos recuerdan todav¨ªa esa voz entra?able que en las noches m¨¢s inh¨®spitas les llegaba a r¨¢fagas tra¨ªda por el viento del Norte; o¨ªdos esperanzados en que la ca¨ªda de Hitler conllevar¨ªa, por un efecto de naipes, la ca¨ªda de Franco. Labor doble la desarrollada por Rafael en aquellos tiempos, acogiendo y dando trabajo en su programa a los intelectuales que fueron llegando de la Espa?a vencida, entre ellos el poeta sevillano Luis Cernuda y Jos¨¦ Castillejo, hombre de confianza de Giner de los R¨ªos, el fundador de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, y secretario perpetuo de la prestigiosa Junta de Ampliaci¨®n de Estudios presidida por Ram¨®n y Cajal. Con la hija de Castillejo, Jacinta, cas¨® en Londres y form¨® una familia Rafael. Era corresponsal especial para asuntos espa?oles en The Observer cuando la polic¨ªa franquista asesin¨® en una calle de Barcelona a su hermano Alfredo, un funcionario que nunca hab¨ªa hecho pol¨ªtica y cuyo ¨²nico delito consist¨ªa en ser hermano de quien era.
A Cernuda, a su suegro Castillejo, a Garc¨ªa Lorca por supuesto, a otros trasterrados, dedic¨® libros, antes y despu¨¦s de jubilarse como profesor de Literatura Hisp¨¢nica en la Universidad de Londres. En su peque?o ordenador de la casa materna en la madrile?a calle de Ayala, con el mobiliario de anta?o, que conserva posados como vestigios los temores y dudas de Federico, hab¨ªa siempre dos libros naciendo. Ven¨ªa de Londres varias veces al a?o, a presentar en la Residencia de Estudiantes los t¨ªtulos que le iba editando Casariego y en los que se hab¨ªa propuesto dejar constancia de los hechos fecundos y el trato privilegiado que tuvo con las personalidades de un siglo que lleg¨® a abarcar casi en su totalidad. An¨¦cdotas y categor¨ªas entremezcladas en su memoria prodigiosa.
El due?o del manuscrito era un nonagenario alto, elegante por fuera y por dentro, espl¨¦ndido, de un entusiasmo y una vitalidad contagiosos, como otro legado directo m¨¢s de su amigo granadino. Se sab¨ªa bastante ignorado por los medios de comunicaci¨®n espa?oles y por sus aduaneros literarios de guardia, pero con su edad, saber y gobierno pod¨ªa llegar a ver las cosas con mucha benevolencia. Los que le tratamos en esta ¨²ltima ¨¦poca hab¨ªamos llegado a suponer que la eternidad era eso. Y no nos parec¨ªa que el siglo XX hubiese acabado hasta que hace unos meses Rafael se nos fue para siempre entre la niebla londinense, a los 97 a?os, con su blanca cabeza rizada de proyectos.
?ngel Garc¨ªa Pintado es escritor y periodista.
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