Retrato de un inocente
De monaguillo al corredor de la muerte: la accidentada vida de 'Joe', Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez
Desde enero de 1996, cuando fue denunciado por su ex esposa y detenido, hasta el jueves, cuando sali¨® de la prisi¨®n de Orient Road exonerado de los asesinatos de Douglas Lawson y Sherrie McCoy, Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez se concentr¨® en proclamar su inocencia. Pero desde el jueves, Joaqu¨ªn Jos¨¦, liberado de la necesidad de luchar contra la silla el¨¦ctrica o la cadena perpetua, est¨¢ ofreciendo un retrato m¨¢s completo de su personalidad. Confiesa que nunca fue un santo, acepta que era individualista, materialista y mujeriego y expresa remordimientos por un accidente de tr¨¢fico en el que muri¨® una persona y otra qued¨® paral¨ªtica.
Aunque de ni?o hab¨ªa sido monaguillo, Joaqu¨ªn Jos¨¦ no era un ¨¢ngel en el oto?o de 1995, cuando fueron asesinados en Tampa Lawson, un traficante de marihuana, y su novia, McCoy-Ward, que bailaba desnuda en el club Mons Venus. Lo horrible es que sus pecadillos, en particular sus l¨ªos sentimentales y su carencia de un trabajo fijo, fueran la base sobre la que la polic¨ªa le acus¨® de esas muertes, y el ¨²nico argumento dado por los que no cre¨ªan en su inocencia. Desde que, en mayo de 1997, este diario dio la noticia de su condena a muerte, m¨¢s de una vez pol¨ªticos y diplom¨¢ticos espa?oles, siempre off the record, han dicho: 'No es trigo limpio'.
No, Joaqu¨ªn Jos¨¦ no era trigo limpio, pero nadie lo es. Viv¨ªa en Saint-Pete, la playa de Tampa, con Laura Babcock, una chica que hab¨ªa conocido en su trabajo, pero segu¨ªa manteniendo relaciones con Sloane Millian, su ex esposa y la madre de sus dos hijas. Y, seg¨²n las elucubraciones del detective Mike Conigliaro, tambi¨¦n le tiraba los tejos a Leah Thomson, la hermanastra de Laura. A Joaqu¨ªn Jos¨¦, hijo ¨²nico del matrimonio Joaqu¨ªn Mart¨ªnez y Sara P¨¦rez, le gustaba vivir bien: los trajes de marca, los coches r¨¢pidos, las casas al borde del mar, los m¨¢s afinados equipos de m¨²sica... Pero en aquel entonces el dinero se le acababa. Tras haber trabajado en AT&T, donde se li¨® con Laura y conoci¨® superficialmente a Lawson, hab¨ªa fundado una empresa de importaci¨®n de productos latinoamericanos. Pero aquello era una fantas¨ªa.
A Joaqu¨ªn Jos¨¦, que hablaba mucho m¨¢s ingl¨¦s que castellano, todo el mundo le llamaba Joe. Los estadounidenses le ten¨ªan por compatriota. Pero no lo era. Joe era espa?ol, registrado en el consulado de Miami y censado, como ciudadano residente en el extranjero, en M¨®stoles (Madrid). Desde su nacimiento en Guayaquil (Ecuador), el 2 de diciembre de 1971, Joaqu¨ªn, madrile?o, y Sara, ecuatoriana, hab¨ªan tenido mucho cuidado en que su hijo conservara la nacionalidad del padre. As¨ª que Joe era espa?ol, y eso fue lo que lo salv¨®.
Joaqu¨ªn Jos¨¦ ha heredado la inteligencia de su padre, un espabilado perito mercantil que hizo las Am¨¦ricas, primero en Ecuador, como periodista, publicista y organizador de concursos de belleza; luego en Nueva York, en el Banco Atl¨¢ntico, y finalmente en Miami, con una empresita de bisuter¨ªa, y luego como jubilado. Como su padre, habla con coherencia y va al grano. Tambi¨¦n le viene de su padre el estilo atildado de vestir, que le hac¨ªa sufrir tanto cuando llevaba el mono naranja de prisi¨®n. Pero es flem¨¢tico, no tiene esa calidez contagiosa de su madre. Incluso en el corredor de la muerte de Starke no transmit¨ªa el sentimiento de desesperaci¨®n que se espera de un inocente. Se le ve¨ªa p¨¢lido, ojeroso, pero manten¨ªa una gran compostura y se esforzaba por argumentar su inocencia de un modo racional. ?se fue otro elemento que utilizaron los esc¨¦pticos. 'Se le ve demasiado tranquilo', dec¨ªan, como si eso fuera una prueba de culpabilidad.
De unos l¨ªos de faldas y unos gustos caros al asesinato de dos personas media un largo camino, y nadie demostr¨® jam¨¢s que Joaqu¨ªn Jos¨¦ lo recorriera en octubre de 1995. Ni ten¨ªa antecedentes criminales, ni exist¨ªan pruebas f¨ªsicas o testigos oculares. Por no tener, la polic¨ªa no ten¨ªa ni tan siquiera un m¨®vil. Desde su detenci¨®n, en enero de 1996, hasta la absoluci¨®n, todo lo que hubo contra Joaqu¨ªn Jos¨¦ fueron los celos, los cotilleos y las contradicciones de Sloane y Laura.
En sus primeros pasos en libertad, asfixiado por micr¨®fonos, c¨¢maras y tel¨¦fonos m¨®viles, Joaqu¨ªn Jos¨¦ prometi¨® que nunca m¨¢s volver¨¢ a meter en l¨ªos a sus padres. Horas despu¨¦s, en la primera noche en la que pudo ver estrellas tras m¨¢s de cinco a?os de reclusi¨®n, confes¨® que, en su pasado, existe algo que le provoca terribles remordimientos. Un d¨ªa, conduciendo un coche, tuvo una colisi¨®n frontal con otro veh¨ªculo. A los Mart¨ªnez no les pas¨® nada, pero uno de los ocupantes del otro coche muri¨® y un segundo qued¨® incapacitado. La polic¨ªa no le detuvo por considerar que no fue culpable del accidente, pero ¨¦l llevar¨¢ ese peso de por vida. Iba a demasiada velocidad.
'S¨ª que mat¨¦ a una persona, pero no se llamaba Douglas o Sherrie', dijo en esa noche de Miami, en tr¨¢nsito hacia Espa?a. ??sa era 'la cosa horrible' por la que ir¨ªa al 'infierno' a la que, seg¨²n Sloane, aludi¨® Joaqu¨ªn Jos¨¦ en enero de 1996? Joaqu¨ªn Jos¨¦ tiene ahora tiempo para explicarlo. Al excarcelado, de 29 a?os, le esperan en Espa?a semanas de constantes intervenciones en prensa, radio, televisi¨®n e Internet. Se ha convertido en un h¨¦roe del pante¨®n espa?ol. Y es que el p¨²blico quiere que los medios les cuenten historias de gente corriente. En sus debilidades y grandezas, los Mart¨ªnez son como todos nosotros. Joaqu¨ªn es un hombre bajito, con el ojo derecho ciego, que ha puesto todo su talento para la publicidad al servicio de la causa de la liberaci¨®n de su hijo. Sara es bajita, regordeta y tierna. En el juicio llevaba los talismanes del Cristo de Medinaceli y la Virgen del Roc¨ªo.
?Y Joaqu¨ªn Jos¨¦? Encerrado en los ¨²ltimos a?os, sigue siendo el personaje m¨¢s misterioso. Pero se va abriendo. Sabemos que lo enviaron a estudiar a Madrid en 1986. Sabemos que 'no fue un santo'. Y sabemos que adora a sus dos ni?as y es religioso. Incluso con pruebas resulta muy dif¨ªcil imaginarlo d¨¢ndole cuatro tiros a Lawson y 21 pu?aladas a McCoy-Ward. Sin pruebas en su contra, imposible.
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