Las se?os
Todas las ma?anas observo admirado desde mi ventana la alegre actividad de las se?os en el patio de una vieja escuela municipal de Almer¨ªa: la Escuela Infantil de El Alqui¨¢n, un barrio perif¨¦rico de la ciudad. Envidio el entusiasmo con que las veo participar en los juegos infantiles; y me emociona la paciente solicitud con que atienden las diminutas tragedias de los ni?os, la ternura con que consuelan sus repentinos llantos, el cari?o con que afirman sus aciertos y la firmeza con que corrigen sus faltas.
Es injusto que la educaci¨®n infantil se excluya sistem¨¢ticamente de los peri¨®dicos debates sobre el estado de la ense?anza. Hemos reformado un poquito nuestro bachillerato, estamos redactando nuestra nueva ley de universidades, pero seguimos sin escandalizarnos de que en Espa?a se exijan los mismos permisos administrativos e id¨¦ntica cualificaci¨®n profesional para abrir una guarder¨ªa que para montar un sex-shop. Nos rasgamos las vestiduras cuando un individuo monta ambos negocios en el mismo local, pero no aprovechamos esos casos extremos para ponderar la importancia de la educaci¨®n infantil en la vida de quienes la reciben, ni para denunciar las carencias materiales que padecen quienes la imparten.
Seg¨²n CC OO, que el pasado mi¨¦rcoles celebr¨® en Almer¨ªa una asamblea de maestros de educaci¨®n infantil, en Andaluc¨ªa se necesitan 1.500 profesores de apoyo para que este tipo de ense?anza sea efectiva. Aunque en nuestra comunidad la escolarizaci¨®n de ni?os menores de cuatro a?os es muy baja, cada maestro, cada se?o, tiene a su cargo una media de 25 alumnos. Con todo, el principal enemigo de la ense?anza infantil, el problema del que se derivan los dem¨¢s, es su escasa valoraci¨®n social. La mayor¨ªa de los padres considera que las escuelas infantiles son salas de espera donde el ni?o aguarda y la maestra vigila la limpieza de los pa?ales. Son pocos los que se dan cuenta de que los primeros a?os del ni?o son extremadamente importantes en la formaci¨®n de eso que llamamos personalidad. A lo m¨¢s que llegan algunos es a sorprenderse cuando su propio hijo pide las cosas por favor, da las gracias o come con cubiertos. Aunque quiz¨¢s haya que ver en esa sorpresa, digo yo, un destello primitivo de reconocimiento y gratitud. Pero las escuelas infantiles como la de El Alqui¨¢n no s¨®lo adiestran a los ni?os en el desarrollo de sus habilidades mec¨¢nicas; ense?an tambi¨¦n a expresar los afectos y las emociones, ense?an a reconocerlos, a que los ni?os se reconozcan en ellos, y reconozcan la existencia de otros. Ense?an en suma a ser persona civilizada, un estado mental que muchos padres no conocer¨¢n jam¨¢s.
Hay que estar atentos: si no fuera por estas peque?as injusticias, que nos devuelven como un espejo nuestra verdadera imagen, podr¨ªa pensarse, viendo nuestros trenes de alta velocidad, que vivimos en un pa¨ªs moderno. Si la sobrevaloraci¨®n de la infancia en pa¨ªses como Estados Unidos es un s¨ªntoma de inmadurez social, la escasa importancia que damos aqu¨ª al imprescindible trabajo de esas se?os que veo desde mi ventana y al de otras muchas que no puedo ver indica que seguimos siendo el pa¨ªs tercermundista de siempre.
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