Desaparecido
Dijo de ¨¦l Billy Wilder: 'Jack Lemmon es de esos actores que ya en el colegio hac¨ªan el papel de payaso de la clase. Le apasiona y le divierte enormemente disfrazarse y simular, es el comediante por excelencia, que m¨¢s bien corre el peligro de pasarse por exceso que por defecto'. Si se hace memoria de cualquiera de las sublimes creaciones mayores de este artista incomparable -de D¨ªas de vino y rosas a Desaparecido, pasando por Salvad al tigre, Macarrones y El apartamento-, esta telegr¨¢fica radiograf¨ªa de su maestro ser¨ªa del todo exacta si a ella se a?adiese que aunque, en efecto, Lemmon tend¨ªa de forma natural, por empuje de su instinto histri¨®nico, al exceso, en sus obras de cumbre nunca sobrepas¨® la l¨ªnea de la contenci¨®n y la medida exacta, de la funcionalidad y del dominio de sus pasiones. Era un actor superdotado e ing¨¦nito que afrontaba con coraje casi suicida los riesgos del exceso, pero que jam¨¢s exageraba.
Lleg¨® Lemmon a Hollywood en 1953 procedente de las forjas de gesticuladores de Broadway y tuvo la suerte de ir a parar al rodaje de La rubia fen¨®meno, que dirig¨ªa George Cukor, aquel enorme cineasta que si algo conoc¨ªa al dedillo eran las trastiendas y honduras de la teatralidad. La primera vez que Lemmon se puso frente a la c¨¢mara dijo sus frases e hizo su gesto con velocidad y precisi¨®n esc¨¦nicas. Cukor exclam¨®: 'Ha estado usted magn¨ªfico, se?or Lemmon, pero repetiremos la toma y ahora procure actuar un poco menos'. La toma se repiti¨® una, dos, ocho, diez, hasta doce veces, y siempre se cerr¨® con la misma amable y let¨¢nica petici¨®n de Cukor de que actuase un poco menos, lo que impacient¨® a Jack Lemmon, que grit¨® que, a ese paso, acabar¨ªa por no actuar. Cukor, entonces, sonri¨®: 'De eso se trata, se?or Lemmon'.
Y ¨¦ste aprendi¨® tan a fondo la devastadora lecci¨®n de Cukor que, desde entonces, aneg¨® las pantallas con su torrencial elocuencia gestual, pero sin dar nunca la menor sensaci¨®n de que actuaba, pues s¨®lo dejaba ver que viv¨ªa con la ilimitada intensidad de aquel hombre recio y recto, pero de identidad sumergida, que se encuentra a s¨ª mismo mientras intenta encontrar a su hijo desaparecido en el abismo genocida de la dictadura de Pinochet; o aquel humilde bur¨®crata enamorado que se engalla y desaf¨ªa a sus soeces jefazos cuando descubre que le piden la llave de su apartamento para acostarse con la infeliz muchacha ascensorista de la que ¨¦l est¨¢ calladamente enamorado. Dos instantes inabarcables, dos suaves golpes, dos soplos de genio del cine, creados por la asombrosa capacidad de contenci¨®n y el inmenso pudor de un actor al que acusaban de actuar demasiado.
Un tercer momento de elocuencia absoluta de la obra de Lemmon hay que buscarlo en su colaboraci¨®n con Richard Quine en Operaci¨®n Mad Ball, Me enamor¨¦ de una bruja, C¨®mo matar a la propia esposa y La misteriosa dama de negro, brillant¨ªsimos ejercicios de comedia loca que preludian los m¨¢s complejos de su colaboraci¨®n con Billy Wilder en, adem¨¢s de El apartamento, en Con faldas y a lo loco, Irma la Dulce, En bandeja de plata, ?Qu¨¦ ocurri¨® entre tu padre y mi madre?, Primera plana y Aqu¨ª, un amigo, ocho pasos de una de las m¨¢s compremetidas incursiones del cine en el territorio de la comedia cl¨¢sica.
Algunos de estos encuentros con Wilder y otras obras mayores (Desaparecido y El s¨ªndrome de China) le permitieron forjar el gesto de un hombre com¨²n que se ve arrastrado a las alturas del reto de sostener a solas el peso abrumador de una tarea ¨ªntima descomunal, haza?a que convierte a Lemmon en actor total, capaz de transitar con libertad en los l¨ªmites extremos de la farsa -es el caso de La carrera del siglo- y todos los modelos formales de la comedia, al m¨¢s denso drama, en los bordes de la tragedia; y ah¨ª nos quedan sus recientes, fugaces y arrolladores pasos por JFK, Gren Garry Glen Ross y Short cuts. 'Trabajar con ¨¦l es la felicidad', dijo conmovido Billy Wilder. Podr¨ªa a?adirse a la verdad de esta hermosa evocaci¨®n de su maestro que verle es tambi¨¦n la felicidad.
Babelia
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