Un viaje al viaje
Puede que no est¨¦. O s¨ª. Quiero decir que esto del veraneo se le mete a uno tanto en el cuerpo a trav¨¦s de los dem¨¢s -hay que ver c¨®mo est¨¢ la Concha- que ya no sabe ni si se ha ido, ha vuelto o est¨¢ y¨¦ndose. Pero por aquello de las dudas me gustar¨ªa dejarles algo para que sigan rumiando. No hace falta que utilicen los cuatro est¨®magos, as¨ª que podr¨¢n meter en uno de los tres que les restan esa paella que les defraudar¨¢, en otro aquel postre que ya est¨¢ poni¨¦ndose fosforito mientras baja por el garganch¨®n y el ¨²ltimo lo podr¨¢n dedicar a estomagarse porque las vacaciones dan para arrepentirse mucho.
Los americanos, por ejemplo, las emplear¨¢n en un viaje hacia el sol a bordo de la nave G¨¦nesis que viene a ser como una sofisticada aspiradora que se dedicar¨¢ a capturar un poco de polvo solar. El intr¨ªngulis puede que sea cient¨ªfico pero la basura de marras va a costar 40.000 millones de pesetas. Y si tenemos en cuenta que la nave traer¨¢ unos microgramos, el kilo va a salir como si fuera de Humanidad. (No sea z¨¢ngano, multiplique la cifra de arriba por mil millones y desm¨¢yese despu¨¦s).
En otros tiempos tambi¨¦n se viajaba hacia el sol, pero m¨¢s aproximadamente, o sea hacia donde se pon¨ªa -lo hicieron los b¨¢rbaros tal vez porque resulta m¨¢s f¨¢cil seguir al sol una vez est¨¢ en el cielo, ?no iban a llamarse b¨¢rbaros por nada!- o bien hacia donde sal¨ªa, como hizo Jas¨®n con los c¨¦lebres Argonautas y todo para traerse el Vellocino de Oro -que ven¨ªa a ser el equivalente del polvo solar- y un problema en la persona de la maga Medea que fue el equivalente de los 40 trillones de pesetas que cuesta el kilo de polvo solar, y no hay que ver ah¨ª ninguna alusi¨®n soez al hecho de que Medea estuviera enamorada de Jas¨®n, lo expongo para decir que todo tiene, no s¨¦ si su precio, por lo menos su vuelta. Y para volver, precisamente, viaj¨® el astuto Odiseo. Con lo mal que sienta volver. Pero ah¨ª lo tienen, fue, volvi¨® y dej¨® su huella en dos obras literarias imperecederas que son como dos viajes porque los relatos tambi¨¦n tienen su objetivo, su trayecto y, por qu¨¦ no, su vuelta, ?o las gestas que protagoniz¨® Odiseo no nos ense?an cosas sobre nosotros mismos?
Es lo que ten¨ªan los viajes de la Antig¨¹edad, siempre se viajaba por un motivo que a veces era doble porque resultaba -s¨ª, lev¨¢ntese y arrime el diccionario-, proped¨¦utico. Hasta el propio H¨¦rcules debi¨® emprender su circuito para ir cumpliendo diferentes encargos que le dieron gloria adem¨¢s de mejorarle la musculatura, pues todos eran de fuerza. No ser¨¦ yo quien diga que los viajes de H¨¦rcules vendr¨ªan ahora muy bien para esculpir la figura como quien dice a mazazos, sino para todo lo contrario. Porque H¨¦rcules viajaba s¨®lo para estar en el sitio correspondiente en el momento adecuado.
Una vez all¨ª pegaba unos cachiporrazos a la Hidra de Lerna, limpiaba los asquerosos establos de Aug¨ªas o se enredaba a bragas enjutas con cualquier fanfarr¨®n que hubiera andado buscando pelea, una vez acabado el trabajillo aparec¨ªa en otro escenario, repart¨ªa estopa y... ?a otra cosa mariposa! H¨¦rcules, pues, en realidad no viajaba, porque para ¨¦l el viaje no contaba. Por no contar no contaba ni siquiera el destino, ¨²nicamente le interesaba lo que tuviera que hacer all¨ª.
Y con ello, H¨¦rcules, no hac¨ªa sino convertirse en el trasunto de los veraneantes y veraneantas de hoy que, en vez de salir del viaje transformados, como Odiseo o Jas¨®n, s¨®lo viajan, a menos que les espachurre el tr¨¢fico, para estar donde alguien les ha dicho que tienen que estar. Si son juliganes, la emprender¨¢n a patadas y pu?etazos con Aqueloo, que tiene nombre de club. Pero si son turistas normales tratar¨¢n de robar una manzana de oro del jard¨ªn de las Hesp¨¦rides -los ¨¢rboles del campo, si son de otro, tientan mucho-, visitar¨¢n el museo para decir que han fotografiado el friso donde H¨¦rcules pelea con los Centauros, tratar¨¢n de traerse de recuerdo algo hecho con una especie protegida, como el le¨®n de Nemea, y se morir¨¢n abrasados como el pobre H¨¦rcules pero no por el manto que le dio Deyanira sino por una insolaci¨®n. Es que el sol, lo dije, siempre est¨¢ en el viaje.
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