Ba?o de fantas¨ªa
Un grupo de turistas rusos se agolpa en las taquillas del parque acu¨¢tico Isla Fantas¨ªa, en Vilassar de Dalt, salida 9 de la autopista C-32. Se les reconoce por la estridente fluorescencia de sus chanclas y su peculiar sentido del gusto indumentario. El m¨¢s pol¨ªglota traduce a los dem¨¢s las tarifas para acceder a esta fascinante ciudad acu¨¢tica. Adultos: 1.800 pesetas. Jubilados y menores de 10 a?os, 1.200.
Presidiendo la entrada, un cartel resume las prohibiciones dictadas por la misma Generalitat que instaura una respetada doble rotulaci¨®n de las se?ales. Est¨¢ prohibido casi todo: tirarse de cabeza al agua, encaramarse a cualquier instalaci¨®n, comer fuera de las ¨¢reas reservadas, introducir flotadores salvo los que se alquilan en el parque o las burbujas de corcho y los manguitos de los ni?os, utilizar objetos de vidrio o cristal y gafas de cualquier tipo y, aunque la lista no lo incluya, esperemos que tambi¨¦n entrar en el recinto armado de un lanzallamas y empezar a incendiarlo todo. Ah, tambi¨¦n queda prohibido el nudismo integral, una medida que se contradice con uno de los espect¨¢culos que, los s¨¢bados por la noche (ese d¨ªa, el parque permanece abierto entre las 22.00 y las 4.00 horas), enloquecen a la parroquia: el strip-tease masculino y femenino.
Los adolescentes de Isla Fantas¨ªa tienden a deso¨ªr los reglamentos, lo cual obliga a los socorristas a tocar el, con perd¨®n, pito
De d¨ªa, y bajo un sol que asusta hasta a las lagartijas, Isla Fantas¨ªa presenta un aspecto mucho m¨¢s tranquilo que el de las madrugadas de fin de semana. La clientela mayoritaria es adolescente. Como tal, tiende a deso¨ªr los reglamentos, lo cual obliga a los socorristas a emplearse a fondo tocando el, con perd¨®n, pito. En los vestuarios se respira un ambiente cuartelero y, como no pod¨ªa ser de otra manera, la empresa no se hace responsable de lo de siempre. Fuera, en cambio, la atm¨®sfera es agradable, a medio camino entre el merendero de Les Planes y el viejo parque de atracciones de Montju?c. En la puerta de la enfermer¨ªa, un ni?o con cara de haber llorado mucho presenta un aparatoso vendaje en la cabeza y un collar¨ªn en el cuello. Es una de las cosas que te pueden ocurrir cuando sales de casa. Repartidos por todo el recinto, un sinf¨ªn de bares, restaurantes y discotecas aplaca los instintos m¨¢s primarios de la tropa. 'Hoy, gazpacho', reza la oferta m¨¢s estimulante. Y, un poco m¨¢s lejos, se producen fascinantes propuestas hoteleras, como la del bar Polinesio, que, desmintiendo lo que sugiere su ex¨®tico nombre, anuncia carnes a la brasa, embutidos ib¨¦ricos y pollos a l'ast.
Frente a la terraza de este local, una surrealista playa artificial, con un leve oleaje y arena de cemento, presidida por un imponente escenario en el que, los s¨¢bados-sabadetes, el personal entra en trance. Hay minigolf, sal¨®n recreativo y una tienda con camisetas de Che Guevara y de Camar¨®n, sin precisar si se trata del Camar¨®n de la Isla Fantas¨ªa o de la Isla a secas.
Extramuros, el peaje de la autopista y una extensi¨®n de invernaderos a los que no parecen afectar la megafon¨ªa, que da a elegir entre Pantoja en directo o Pantoja en lata. La forma m¨¢s habitual de comunicaci¨®n entre los presentes es el grito. ?Por qu¨¦ chillar¨¢n tanto? Para darle un respiro a sus t¨ªmpanos de pijo tiquismiquis, el cronista se refugia en una terraza y pide una t¨®nica, que le sirven en vaso de cart¨®n y con mogoll¨®n de hielo. En una mesa cercana, un grupo de trabajadores de mantenimiento desayuna. Est¨¢n de buen humor. Mientras un elefante gigante apostado junto a una de las muchas piscinas suelta un intenso chorro de agua a trav¨¦s de su trompa, ellos comentan las noticias del d¨ªa. 'En China, a las ni?as las matan, t¨²', dice el que no tiene la boca llena.
El cemento se convierte, a medida que transcurre la ma?ana, en un improvisado sol¨¢rium o, mejor dicho, en parrilla en la que fre¨ªr los serranos cuerpos del personal. Toallas y ba?adores mil, mucho bronceado y tatuajes a granel, no se sabe si artificiales o aut¨¦nticos, besos junto a la piscina y parejas compartiendo las urgencias de la pubertad. Idiomas detectados en una primera inspecci¨®n auditiva por orden de popularidad: castellano, franc¨¦s, ruso, catal¨¢n y ¨¢rabe. El agua se renueva constantemente, como en esos generalifes de arquitectura moruna, y no huele a cloro. Est¨¢ limpia y la temperatura es excelente. Una socorrista vestida de vigilante de la playa bosteza bajo una sombrilla. No debe ser f¨¢cil torear a una clientela que insiste en saltarse casi todas las normas y que cuando hay un accidente, le echa la culpa al Gobierno. En la zona infantil, unos ni?os aprenden a nadar con anfibia perseverancia. Recorro las diferentes ¨¢reas comparando la peligrosidad de los toboganes, porque de lo que aqu¨ª se trata es, sospecho, de descender y descender para, m¨¢s tarde,volver a descender por resbaladizas superficies. Me sorprende que no se produzcan m¨¢s accidentes. Al igual que los anticonceptivos, los toboganes se dividen en 'sinuosos', 'en espiral' y 'kamikazes'. El 'kamikaze' parece demasiado juvenil, as¨ª que pruebo los otros dos. El 'sinuoso' no est¨¢ mal: te da tiempo a pensar. El 'espiral', en cambio, es una met¨¢fora de la vida: parece menos peligroso de lo que es en realidad, no te permite controlar tus movimientos, te mojas aunque no quieras, pierdes el equilibrio, sientes un poco de emoci¨®n o de miedo y, cuando est¨¢s a punto de arrepentirte de haberte metido dentro de este jodido t¨²nel o de entusiasmarte con el subid¨®n de adrenalina, caes de mala manera en una piscina en la que, durante unos segundos, practicas el noble arte del buceo en su modalidad m¨¢s filos¨®fica.
All¨ª, debajo del agua, te puede dar por recordar las sabias palabras de David Pi¨¦ en su libro Iniciaci¨®n al buceo: 'El buceo nos permitir¨¢ conocer a los habitantes de los fondos marinos y, lo m¨¢s importante, acercarnos a ellos'. Debajo del agua, abrir¨¢s los ojos y buscar¨¢s a los habitantes de este fondo piscinero, pero no ver¨¢s m¨¢s que una extensi¨®n de resplandecientes tonalidades azules. No sabr¨¢s por qu¨¦, intuir¨¢s que cuando salgas a la superficie ya no estar¨¢s aqu¨ª, en esta popular isla de consumo compulsivo, sino en otro lugar, m¨¢s l¨²gubre, m¨¢s duro, m¨¢s triste.
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