Confesiones de un asesino
El ex etarra Kandido Azpiazu cuenta en su casa de Azkoitia, ante una taza de caf¨¦ con pastas, por qu¨¦ mat¨® a quien, siendo un ni?o, le salv¨® la vida
El hombre mira sus manos, la derecha acaricia la izquierda, casi turbado; el hombre calla. Bebemos en unas tacitas con bordes dorados sobre platitos de bordes dorados. Es verano y de noche en el pueblo de Azkoitia, y el hombre, de 41 a?os, est¨¢ sentado debajo de la foto de boda de sus padres. El sudor aflora por su piel.
-Yo no soy un asesino.
-Pero usted ha matado.
-Porque ten¨ªa que hacerse -dice Kandido Azpiazu desde su sof¨¢ rojo- ?Lo entiendes? ?Nos llamamos de t¨²?
Mar¨ªa Nieves Beristain y su marido, Jos¨¦ Azpiazu, que era carpintero, pusieron a su segundo hijo el nombre de Kandido. Y en la calle en la que comenz¨® a gatear viv¨ªa El Pintor, un se?or agradable. Su nombre era Ram¨®n Baglietto.
?C¨®mo te convertiste en asesino? -Yo no soy un asesino. Mat¨¦ por necesidad hist¨®rica
-?Le conoc¨ªas?
-S¨ª -dice.
-?Sab¨ªas lo que hab¨ªa hecho?
Baglietto estaba delante de su tienda. Era 21 de septiembre de 1962, un viernes. Baglietto estaba aburrido. Vio c¨®mo Mar¨ªa Nieves, la mujer del carpintero Azpiazu, cruzaba con sus dos hijos la avenida de Calvo Sotelo, que hoy se llama Xabier Munibe kalea. El mayor, Jos¨¦ Manuel, ten¨ªa dos a?os; el menor, Kandido, 11 meses y un d¨ªa. A uno lo llevaba la mujer de la mano; al otro, en sus brazos. Eran las cuatro de una tarde clara y calurosa. Entonces al mayor se le fue la pelota que llevaba en las manos y fue rodando hasta la carretera; el peque?o sali¨® detr¨¢s. Y luego se oy¨® el estr¨¦pito de un cami¨®n que se acercaba. Mar¨ªa Nieves chill¨®, sali¨® corriendo. Ram¨®n Baglietto, que sin motivo alguno se encontraba al borde de la calzada, le arranc¨® al peque?o Kandido de los brazos, que todav¨ªa no sab¨ªa andar. La mujer sigui¨® corriendo para salvar a su primog¨¦nito, tropez¨® y cay¨® debajo del cami¨®n. Qued¨® sin vida junto a su hijo muerto, Jos¨¦ Manuel. Pero Kandido, abrazado por un desconocido, no llora. Baglietto se agacha hacia Mar¨ªa Nieves Beristain, de 30 a?os, que nunca hab¨ªa abandonado su pueblo de Azkoitia, le aprieta en la mano un peque?o crucifijo que siempre llevaba consigo El Pintor, prometido de Mar¨ªa Pilar, la hija del viejo El¨ªas, propietario de la ¨²nica gasolinera en la carretera que va hacia Elg¨®ibar.
-No -dice el hombre-, yo no me acuerdo de mi madre.
-Pero ?t¨² sab¨ªas que Ram¨®n Baglietto te hab¨ªa salvado la vida?
-Mi padre nunca me lo cont¨®.
Azpiazu a?ade:
-Padre se cas¨® por segunda vez. ?ramos una familia pobre normal, ¨¦ramos muy normales.
-?Se hablaba de pol¨ªtica?
-Raramente. Cuando se hablaba me hac¨ªan salir de la habitaci¨®n.
-Tu padre ?odiaba o quer¨ªa al general Franco?
-Padre s¨®lo conoc¨ªa una frase: con la pol¨ªtica no se sacia el hambre.
Kandido Azpiazu ten¨ªa casi siete a?os de edad cuando ETA mat¨® por primera vez.
-De ni?o ?te golpe¨® alguna vez un polic¨ªa?
-No.
-?Peg¨® alguna vez un polic¨ªa a tu padre?
-No.
-?C¨®mo te convertiste en asesino?
-Yo no soy un asesino.
-Has matado.
-Por necesidad hist¨®rica -el hombre agita sus grandes manos-, por responsabilidad ante el pueblo vasco, que es magn¨ªfico, que tiene una magn¨ªfica cultura, que habla una de las lenguas m¨¢s antiguas de Europa, que nunca fue vencido por los romanos, ni por los visigodos, ni por los ¨¢rabes. Un pueblo muy distinto al de los espa?oles.
-Kandido, el Pa¨ªs Vasco nunca fue independiente, nunca fue un Estado. Y el Pa¨ªs Vasco es biling¨¹e desde hace muchos siglos.
-Los vascos, est¨¢bamos aqu¨ª antes que nadie.
-Kandido, tan s¨®lo una cuarta parte de las personas que viven en el Pa¨ªs Vasco dominan el vasco, s¨®lo una d¨¦cima parte lo utiliza.
-A m¨ª me torturaron -dice Azpiazu- con descargas el¨¦ctricas; los espa?oles me sujetaron la cabeza debajo del agua, casi hasta ahogarme; me introdujeron una bolsa de pl¨¢stico por la cara hasta casi estrangularme.
-?Cu¨¢ndo ocurri¨® eso?
-Despu¨¦s de mi detenci¨®n.
-?Qu¨¦ fue lo m¨¢s bonito de tu infancia?
- Todo era bonito. Era bonito mirar a mi padre mientras trabajaba. ?l me hizo a m¨ª carpintero. Y era bonita esa sensaci¨®n de ser vasco. Desde que tengo uso de raz¨®n he luchado por la independencia de los vascos.
Kandido Azpiazu, que entretanto hab¨ªa cumplido 15 a?os, conoc¨ªa la c¨®lera de su padre, que solo quer¨ªa la tranquilidad y la madera, y, por ello, cuando el muchacho se escabull¨ªa para las citas secretas con los abertzales siempre inventaba nuevas mentiras.
-Uno siempre era consciente -dice Azpiazu- de que alg¨²n d¨ªa har¨ªamos lo que despu¨¦s realmente hicimos. Era un largo proceso. Uno no se dice de repente: 'Hoy me convierto en autor de atentados', ?entiendes?, ?entiendes? Uno madura hasta que...
Ahora se calla, se restriega la cara con la mano izquierda.
-C¨®mo era la lucha en aquel entonces?
-Yo colgaba la ikurri?a, que estaba prohibida, en las farolas, escrib¨ªa pintadas en los muros, me arriesgaba a ir a la c¨¢rcel, alborotaba y gritaba contra el Estado espa?ol.
Luego, con 16 a?os, Kandido quiso entrar en la organizaci¨®n. Quiso hacerse un gudari.
-Fue la voluntad del pueblo la que me llev¨® hasta ETA.
-?Aprendiste a disparar?
El hombre sonr¨ªe, se pone tenso, se desliza en el sof¨¢.
-Pregunta otra cosa.
-?Visitas con frecuencia el cementerio?
-S¨ª.
-?La tumba de tu madre?
-S¨ª.
-?Tambi¨¦n la de Baglietto?
Al terminar la escuela, Kandido Azpiazu trabajaba en una peque?a tienda de maderas en Azpeitia; en el taller de su padre no hab¨ªa trabajo para un segundo carpintero. Franco estaba muerto y hab¨ªa pasado a la historia. El nuevo Gobierno solt¨® a los terroristas presos en las c¨¢rceles, casi 600, y permiti¨® a los vascos colgar su bandera por las calles. El 25 de octubre de 1979, votaban la aceptaci¨®n de un estatuto de autonom¨ªa que el Estado de los espa?oles estaba dispuesto a concederles. Kandido Azpiazu acababa de cumplir los 18 a?os. Sin embargo, ETA y su prolongaci¨®n en los ayuntamientos, HB, llamaron a la abstenci¨®n. De entre aquellos que no se dejaron arredrar (60% de los que ten¨ªan derecho a voto), un 90% ratific¨® la propuesta.
-Ese estatuto -refunfu?a Azpiazu- no puede paralizar nuestra voluntad.
-Ese estatuto, Kandido, os permite a vosotros, los vascos, tener vuestra propia lengua, una administraci¨®n propia, polic¨ªa propia, peri¨®dicos propios, estaciones de televisi¨®n, universidades y escuelas, que est¨¢n subvencionados por Madrid.
-Ese estatuto -dice el hombre- sirve al Estado espa?ol para dividirnos y esclavizarmos. Ese estatuto no nos puede detener.
-?Qu¨¦ es lo que quieres?
-Independen cia.
-?De qui¨¦n?
Gira su cabeza mirando al vac¨ªo.
Era abril de 1980 cuando Kandido Azpiazu, el t¨ªmido comerciante de maderas, recibi¨® de sus dirigentes la orden de matar.
-?Te asustaste?
-Nosotros no sentimos el deseo de matar.
-?No te pudiste negar?
-No quise.
Ahora se revuelve en su sof¨¢, su cara est¨¢ blanca y tensa, Azpiazu tiembla. Dice:
-Ese momento... Ese momento fue duro.
-?Tuviste miedo?
-No. Uno estaba preparado para entregar su vida.
-?Conoc¨ªas a la persona?
-S¨ª.
-?Sab¨ªas que ¨¦l te hab¨ªa salvado la vida en otro momento?
-Mi padre nunca me lo dijo, nadie me lo dijo.
-?Y si lo hubieras sabido?
-?Qu¨¦ quieres? Si lo hubiera sabido... Tuvo que ser as¨ª.
-?Por qu¨¦?
-Ese hombre formaba parte del aparato opresor, era conocido de Marcelino Oreja, el entonces ministro de Asuntos Exteriores del Estado espa?ol.
-?Y eso bastaba?
-La decisi¨®n vino de arriba.
-Era un vasco como t¨².
Durante un mes entero, cada ma?ana, cada tarde, Kandido Azpiazu y dos ayudantes m¨¢s estuvieron observando los movimientos de Ram¨®n Baglietto, en otro tiempo teniente de alcalde y entonces miembro de UCD.
-?C¨®mo le mataste?
El hombre mira sus manos grandes y se sube los calcetines. Calla, tiembla. Se pone la mano en la cara.
-Una acci¨®n armada no se hace con globos. Lo que ocurri¨® fue la acci¨®n de un miembro consecuente... Nada m¨¢s.
-?Te arrepientes?
-Tuvo que ser as¨ª -dice Kandido Azpiazu bajo y claro-. Uno no se sent¨ªa orgulloso de ello, no se sent¨ªa ni odio ni alegr¨ªa.
Las l¨¢grimas brillan en sus ojos grises.
-?Est¨¢s orgulloso de tu vida?
-No.
-?Sigues estando con ellos [con ETA]?
El hombre busca las palabras.
-No -dice.
-?Por qu¨¦ no?
-Porque... Es que... No es que uno renuncie a sus objetivos, ?entiendes? Es quiz¨¢ que se finalice un cap¨ªtulo, pero no el libro.
-?No tienes ning¨²n contacto con ETA?
-Pregunta otra cosa.
-?Es verdad que la mujer de Baglietto, Mar¨ªa Pilar El¨ªas, se meti¨® en pol¨ªtica despu¨¦s de la muerte de su marido y actualmente es concejala en Azkoitia, la ¨²nica representante del PP?
-S¨ª.
-?Y que hace dos a?os encontr¨® una bomba en su cajet¨ªn de correos?
Azpiazu sonr¨ªe.
-Pero no explot¨®, responde.
-?Ves a veces a la viuda cuando pasa por el pueblo con sus guardaespaldas?
-De vez en cuando.
-?Y qu¨¦ sientes?
-Nada. Ella tiene su vida y yo la m¨ªa.
-Pero, ?c¨®mo es que te han puesto ya en libertad al cabo de 12 a?os?
El hombre suda.
-Bueno... entonces... hab¨ªa la posibilidad... el Gobierno del Estado espa?ol... el Gobierno socialista... se daba la posibilidad de que te liberaran antes ...
-?Firmaste que no ejercer¨ªas nunca m¨¢s la violencia?
-Yo no revel¨¦ nada -dice el hombre.
Gira la cabeza hacia la ventana, la verg¨¹enza se refleja en sus ojos.
-?Que si todav¨ªa sue?o con eso? -dice.
El hombre mira sus manos, casi turbado; luego, las tacitas de bordes dorados.
-?Otro cafetito? -pregunta.
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