IMPRESIONES DE GUINEA Y EL R?O MUNI
Cocodrilos, mosquitos y carne de ant¨ªlope. Un atasco de veh¨ªculos en mitad de la selva. Las playas blancas de Corisco. Trece im¨¢genes de un viaje por ?frica
Hac¨ªa tiempo que quer¨ªa visitar alg¨²n pa¨ªs del ?frica negra. Como otros muchos viajeros europeos, sent¨ªa una vaga fascinaci¨®n por ese continente, el m¨¢s pr¨®ximo geogr¨¢ficamente del nuestro y, al mismo tiempo, el m¨¢s lejano e incomprendido. Claro que, siendo ?frica la principal despensa de Occidente, all¨ª donde el inmisericorde sentido utilitarista que domina nuestra civilizaci¨®n ha sido aplicado con el mayor de los rigores, no me ve¨ªa yo desembarcando en un hotelito para sacar un par de instant¨¢neas y darme la vida padre. La oportunidad de hacer otro tipo de viaje me lleg¨® por un amiga que viv¨ªa en la Isla de Bioko, lugar desde el cual cruzar¨ªamos al continente guineano, R¨ªo Muni.
- Los cocodrilos
Nuestro viaje, pues, comienza en el aeropuerto de Malabo, donde los cocodrilos son llevados como si fueran maletas. En efecto: algunos viajeros portan estos saurios por todo equipaje. La boca atada, las cuatro patitas unidas con una cuerda que forma un asa, la cola arrastr¨¢ndose y los ojos vidriosos y enojados: ?frica.
- Una postal
El avi¨®n carga las maletas y los cocodrilos. Nos acomodamos y un vaho londinense, aunque perfumado, sale por los respiraderos. En Bata podr¨ªamos habernos alojado en un hotel, pero por fortuna conocimos en Malabo a un amigo de un amigo que nos dio el nombre y la direcci¨®n de otro amigo que viv¨ªa en la ciudad y que nos recibir¨ªa como si fu¨¦ramos amigos. Naturalmente, localizarlo nos lleva nuestro tiempo, pero al fin le estrechamos la mano. La casa da al mar de Bata, menuda postal, en el punto justo donde desaguan las ca?er¨ªas de la poblaci¨®n.
- Plato de espinas
Nuestro amigo, pues ya nos atrevemos a llamarle as¨ª, es un tipo que habla por los codos y cuenta historias fabulosas, historias incre¨ªbles, historias que nos dejan perplejos: son historias sobre la supervivencia en ?frica. Tiene a su cuidado a una ni?ita de unos 11 a?os, lista como el hambre, que escucha en un silencio concentrado nuestras largas conversaciones. Sus ojos nos miran como con sumo descuido, pero no hay ojos m¨¢s vivos y atentos que los suyos. Es una ni?a que aprende de cada instante, que aprende incluso mientras duerme. Un d¨ªa la invitamos a tomar pescado, y era extraordinario presenciar hasta qu¨¦ punto puede aprovecharse un plato de comida. Nunca olvidar¨¦ esas espinas relucientes.
- Vida nocturna
En Bata hay vida nocturna, y algunos blancos se lo pasan en grande.
- Mucho mosquito
Y mucha pulga. Rascarse es una de las actividades a las que con mayor fruici¨®n nos aplicamos. Inevitablemente recordamos las mendaces pel¨ªculas de safaris, donde el h¨¦roe se palmea elegantemente el antebrazo cada 20 fotogramas, pero aquello, lo descubrimos ahora, es una idealizaci¨®n inadmisible. La qu¨ªmica nos protege de las fiebres. Hace calor y llueve.
- Atasco en la selva
Contratamos una ranchera. Cuatro personas viajamos en la cabina, incluyendo al conductor, y el resto, que son multitud, sobre varias cajas de mercanc¨ªa, que son pastillas de jab¨®n y cartones de vino tinto. Se trata de cruzar el pa¨ªs de norte a sur, una distancia de apenas 150 kil¨®metros. Mas las carreteras son imposibles. No es tan s¨®lo que se encuentren en mal estado, sino que hay tramos en los cuales la carretera pasa a ser camino y el camino un barrizal, lo que nos obliga a bajar del veh¨ªculo, hundir las botas en el barro y empujar. Vencidos los primeros lodos, la carretera desaparece y, una vez que ha desaparecido, vuelve a aparecer, hasta que encontramos unos troncos de ¨¢rbol que nos impiden el paso. Tomamos un camino que se adentra en la selva y, poco despu¨¦s, sucede lo m¨¢s incre¨ªble: nos vemos envueltos en un atasco. Varias filas de jeeps y rancheras esperan turno para cruzar un r¨ªo de barro con ayuda de una excavadora que, naturalmente, cobra su justo peaje.
- Carne de ant¨ªlope
Horas despu¨¦s, y antes de adentrarse por un camino minado de baches en una selva a¨²n m¨¢s profunda y majestuosa, repostamos en una caba?a donde nos ofrecen carne de ant¨ªlope. Es una carne negra, de un gusto intenso, sin condimentar en absoluto. Sabe a ant¨ªlope. Quiero decir que sabe exactamente a ant¨ªlope, pero crudo y con piel.
- Ganas de ver monos
Nos adentramos en la selva. Yo veo monos a lo lejos, pero soy el ¨²nico que los ve, por lo que es posible que sean mis ganas de ver monos lo que me hace ver monos.
- Los ni?os
Cogo es un pueblo con vistas al estuario, de una belleza extraordinaria, de una vegetaci¨®n lujuriosa. Es con los ni?os con los que en seguida se traba amistad. Una amistad de palabras, canciones y piel. Hay m¨¢s contento por la vida en uno de ellos que en 10 de nuestros civilizados infantes. Estos ni?os tienen nombres sin ego: uno se llama El ¨²ltimo, otro Uno m¨¢s. No es broma. Acaso sus progenitores tienen un agudo sentido del humor, una ligereza para enfrentarse con la vida que ya la quisiera yo para m¨ª.
- La traves¨ªa
Dos d¨ªas despu¨¦s contratamos un cayuco para que nos lleve hasta la isla de Corisco, y ah¨ª estamos, disfrutando a rabiar mientras la barcaza est¨¢ a punto de quebrarse, las olas nos dan tortas, vemos pasar tiburones y el oficial segundo, un chaval de 14 a?os, no cesa de achicar el agua que se cuela entre los esparadrapos que nos salvan del naufragio. Lo que m¨¢s me llama la atenci¨®n es que estos valientes no saben nadar.
- Pasta de cangrejo
En Corisco nos alojamos en una caba?a de uno de los grandes propietarios de la Isla. Su mujer nos prepara una comida para la que tengo un encendido recuerdo. Yo creo que fue ese refinamiento de pasta de cangrejo, con sabores tan bien mezclados y sutiles, lo que hizo que empez¨¢ramos a llorar de agradecimiento.
- Playa de Corisco
Si quieren ver algo de verdad hermoso vayan a Corisco. Es la arena m¨¢s blanca del mundo. Son playas de harina.
- El regreso
Regresamos a Bata unos d¨ªas despu¨¦s en un cayuco que recorre toda la costa guineana de sur a norte. Viajamos con seis mujeres, 22 ni?os y cinco tortugas gigantes.
Antonio ?lamo (C¨®rdoba, 1964) es autor de la novela Una buena idea, publicada por Planeta.
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