EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. El incendio produce resultados inesperados. El fuego quema el teatro con facilidad, y el chambel¨¢n tiene que revelar que en realidad el Auditorio Real se hundi¨® y el actual es un bastidor de madera. Igualmente, s¨®lo quedan 20 personas en la estaci¨®n, y el resto son mu?ecos de trapo puestos para simular audiencia. Horacio y la se?orita Cuerda escapan del fuego e intentan ayudar al resto de los atrapados en el teatro.
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Viernes 21 de junio (conclusi¨®n)
Los pocos que hab¨ªamos conseguido escapar milagrosamente del incendio seguimos golpeando arduamente la fachada del auditorio, que ard¨ªa con ganas, a fin de rescatar a los que hab¨ªan quedado atrapados en su interior. No obstante, el resultado era exiguo en lo concerniente a la salvaci¨®n de los de adentro, y aventurado en lo concerniente a la salvaci¨®n de los de afuera, pues, seg¨²n nos advirti¨® el primer segundo de a bordo, Graf Ruprecht von Hohend?lfer, que durante un tiempo hab¨ªa ejercido de picapedrero en un presidio, los golpes hac¨ªan poca mella en la pared, pero la vibraci¨®n pod¨ªa acelerar el desmoronamiento de la parte del auditorio que todav¨ªa estaba en pie, con el consiguiente perjuicio de los unos y los otros.
No andaba desencaminado el primer segundo de a bordo en su dictamen, pues del pomposo frontispicio empezaban a caer fragmentos de diversos tama?os, ninguno desde?able, en estado de tenaz ignici¨®n, lo que nos oblig¨® a proseguir la labor de zapa con la vista puesta en lo alto para poder esquivar aquella mort¨ªfera lluvia de cascajos.
Viendo pr¨®ximo mi fin, decid¨ª aprovechar la ocasi¨®n para hacer part¨ªcipe a la se?orita Cuerda de mis sentimientos con respecto a su persona, pero cuando me volv¨ª hacia ella la sorprend¨ª despidi¨¦ndose apasionadamente del segundo segundo de a bordo, por lo que decid¨ª aplazar mi declaraci¨®n hasta un momento m¨¢s propicio.
Transcurr¨ªan los segundos con su habitual rapidez y nada hac¨ªa presentir que la aventura no acabar¨ªa con el achicharramiento de todos los implicados, con la propagaci¨®n del incendio a toda la estaci¨®n espacial, as¨ª como a la nave acoplada a la misma y, de resultas de ello, con la definitiva cancelaci¨®n del Festival de las Artes, cuando se produjo un acontecimiento tan simple como providencial.
Inesperadamente, pues, conforme a lo que nos hab¨ªa revelado el chambel¨¢n poco antes de devenir ariete, cre¨ªamos que no hab¨ªa en toda la estaci¨®n espacial nadie m¨¢s que los all¨ª presentes, se oy¨® una recia y no desconocida voz que por medio de un meg¨¢fono nos instaba a apartarnos de all¨ª a toda prisa.
As¨ª lo hicimos y en el acto se oy¨® un estruendo, se estremeci¨® el suelo y brot¨® del fondo de un corredor un caudaloso chorro de agua como si se hubiera desbordado un r¨ªo.
Revent¨® la fachada por el empuje de las aguas e invadieron ¨¦stas el auditorio, extinguiendo el fuego en pocos segundos y en medio de gran humareda y fragor y crujido de madera rota.
Me vi arrastrado por la corriente y hube de bracear con inusitada energ¨ªa para no ahogarme, pero este peligro dur¨® s¨®lo un instante. Pronto me deposit¨® el agua en un desnivel del suelo y pude respirar de nuevo, comprobar la integridad f¨ªsica de mi persona y echar un vistazo al desolado panorama que me rodeaba.
No lejos de m¨ª distingu¨ª al doctor Agustinopoulos, abrazado al guardia de corps, y algo m¨¢s all¨¢, al segundo segundo de a bordo y al portaestandarte. En un talud, tambi¨¦n abrazados, estaban el primer segundo de a bordo y la se?orita Cuerda. Esta visi¨®n empa?¨® la alegr¨ªa de saberlos a todos a salvo.
Del Auditorio Real s¨®lo quedaba una monta?a de carb¨®n, ceniza y lodo, por las laderas de la cual reptaban los supervivientes del cataclismo provocado por el incendio y la inundaci¨®n. Eran en su mayor¨ªa tripulantes y delincuentes que, m¨¢s vigorosos que los ancianos improvidentes y con m¨¢s instinto de conservaci¨®n que las mujeres descarriadas, hab¨ªan conseguido sobrenadar la riada y posarse en la superficie del derrumbe.
Sin p¨¦rdida de tiempo di orden de escarbar en la pila de escombros para desenterrar a los que hab¨ªan sido sepultados. Extra¨ªdos de uno en uno y no sin riesgo y forcejeo, los volv¨ªa a la vida el doctor Agustinopoulos practic¨¢ndoles el boca a boca con ayuda de algunos aficionados.
Al cabo de una hora o dos hab¨ªamos recuperado a toda la tripulaci¨®n y a la gran mayor¨ªa del pasaje, no habiendo que lamentar por el momento m¨¢s que 10 o 12 bajas en total, as¨ª como un n¨²mero indeterminado de fracturas, luxaciones, quemaduras, intoxicaciones por inhalaci¨®n de humo o ingesti¨®n de agua o polvo, varias crisis nerviosas, uno o dos casos de ceguera transitoria y algunas p¨¦rdidas de memoria reales o fingidas.
Un peque?o problema se present¨® con motivo del rescate de los habitantes de la estaci¨®n espacial, pues algunos tripulantes y pasajeros de la nave, consider¨¢ndolos c¨®mplices del tr¨¢gico percance que hab¨ªa estado a punto de costarnos la vida a todos, pretend¨ªan volverlos a enterrar conforme los iban desenterrando, e hizo falta toda mi autoridad y mi poder de disuasi¨®n, as¨ª como la mediaci¨®n piadosa de las mujeres descarriadas, para que no llevaran a cabo su venganza. Finalmente accedieron a aplazarla hasta tanto no se hubieran esclarecido las causas del siniestro y determinado el grado de culpabilidad de los implicados.
Por el momento, lo m¨¢s urgente era regresar a la nave y ponernos ropa seca.
De la estaci¨®n espacial no quedaba nada en pie, salvo el simulacro de edificios que se ve¨ªan a lo lejos. Las dependencias del palacio ducal que no hab¨ªan sido pasto de las llamas hab¨ªan quedado irreparablemente da?adas por la inundaci¨®n. Las p¨¦rdidas materiales, sin embargo, no hab¨ªan sido cuantiosas, pues el mobiliario y la ornamentaci¨®n eran s¨®lo cart¨®n y purpurina. Arrastrados por las aguas los paramentos, tapices y colgaduras, hab¨ªan quedado al descubierto unos muros endebles, llenos de grietas y desconchados.
Interrogados al respecto los habitantes de la estaci¨®n espacial, confesaron que en los almacenes reales no hab¨ªa medicinas, ni balastos, ni mercader¨ªa alguna, por lo que habr¨ªa supuesto una p¨¦rdida de tiempo ordenar su saqueo.
En realidad, a?adieron, en la estaci¨®n espacial no hab¨ªa nada, salvo unas latas de conservas caducadas, con las que hab¨ªan confeccionado los banquetes que nos hab¨ªan sido ofrecidos.
En vista de tan precaria situaci¨®n y de las escasas posibilidades de seguir obteniendo subsidios de la Administraci¨®n Federal, los propios habitantes de la estaci¨®n espacial, ante la perspectiva de morir de inanici¨®n, nos rogaron que los llev¨¢ramos con nosotros en la nave.
Inicialmente me opuse a ello, pero el primer segundo de a bordo, que parec¨ªa haber perdido a la se?orita Cuerda en medio de tanto desbarajuste y mezcolanza, pero no el af¨¢n de mostrar sus conocimientos de picapedrero, me indic¨® que los cimientos y las estructuras de sustentaci¨®n de la estaci¨®n espacial estaban seriamente da?ados, por lo que era de prever el desprendimiento de sus partes, cuando no la desintegraci¨®n total de la misma en breve plazo.
En vista de lo cual, y en el ejercicio de mis atribuciones, autoric¨¦ el embarque de los habitantes de la estaci¨®n espacial y su distribuci¨®n en los sectores de mujeres descarriadas, delincuentes o ancianos improvidentes, seg¨²n correspondiera a su sexo, edad y, en general, a su aspecto externo. Asimismo dispuse que se les proporcionara ropa, jab¨®n y admin¨ªculos de afeitar, as¨ª como sustento hasta tanto no pudi¨¦ramos depositarlos en la pr¨®xima etapa de nuestro trayecto.
Acto seguido orden¨¦ el embarque inmediato del pasaje y de la tripulaci¨®n.
Por fortuna, la nave no hab¨ªa sufrido desperfectos, aunque la humareda hab¨ªa tiznado el flanco adosado a la d¨¢rsena y el olor a chamusquina invadido sus dependencias.
Cuando se hubieron contabilizado las personas a bordo, hubo ocupado la tripulaci¨®n sus puestos y quedaron convenientemente recluidos los pasajeros en sus respectivos habit¨¢culos, di orden de cerrar las escotillas y proceder a la operaci¨®n de desamarre.
Mientras se llevaba a feliz t¨¦rmino la citada operaci¨®n, me puse ropa seca y sal¨ª en busca de la se?orita Cuerda, a la que supon¨ªa exhausta y a¨²n bajo los efectos del miedo y, por consiguiente, no del todo reacia a compartir conmigo una botella de Sancerre. Sin embargo, aunque hab¨ªa entrado con el resto del pasaje y hab¨ªa sido vista dentro de la nave despu¨¦s de cerrada la escotilla, nadie supo darme raz¨®n de su paradero.
Continuar¨¢
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