Sabina
Muy se?or m¨ªo:
El motivo de ¨¦sta es recordarle que tenemos pendiente una juerga, aunque no tan salvaje como aquella por la que expulsaron de Australia a la se?orita Mette-Marit, que ayer se cas¨® con el pr¨ªncipe heredero de Noruega. Ya se me ha escabullido usted en varias ocasiones; ahora, desde la cl¨ªnica Ruber Internacional, pretende disculparse alegando embolia cerebral. Pero usted no me enga?a porque s¨¦ que el susto es de car¨¢cter leve, similar al que tuvo recientemente Jean-Paul Belmondo. El doctor Juan Feij¨®o me lo ha explicado con palabras incomprensibles para el vulgo, pero luminosas: se trata de un accidente isqu¨¦mico que provoca ligeros problemas de riego sangu¨ªneo en el cerebro. Una recuperaci¨®n adecuada le dejar¨¢ como un pimpollo. Dentro de nada est¨¢ otra vez usted impartiendo belleza y osad¨ªas de la ceca a la meca. O sea, don Joaqu¨ªn, que la juerga queda en pie de guerra.
De todas formas, usted trabaja demasiado, de igual modo que ocurre con el Papa de Roma. Si hubi¨¦ramos hecho caso de rumores, tanto uno como otro estaban criando malvas hace tiempo. Al menos por lo que a la salud se refiere, Wojtila y usted tienen muchos puntos en com¨²n. El Pont¨ªfice, seg¨²n algunos, lleva expirando casi veinte a?os, cosa que no le impide llevar un ritmo de vida vertiginoso y pilotar con mano firme la nave de San Pedro. A usted, don Joaqu¨ªn, le han colgado tantas enfermedades que lleg¨® usted mismo a declarar, con delicada sorna, que ten¨ªa un c¨¢ncer en la punta del capullo. Tampoco esas bagatelas le han impedido dar 165 conciertos durante nueve meses en la reciente gira 19 d¨ªas y 500 noches. O escribir las dos canciones m¨¢s bellas que se escuchan este verano, Peces de ciudad, en la voz de Ana Bel¨¦n, y C¨®mo te extra?o, que interpreta Pasi¨®n Vega.
Cuando en vuelo regular surque usted el cielo de Madrid, se?or Sabina, sepa que le estaremos esperando unos cuantos para ir de juerga por ah¨ª; y vivir al rev¨¦s; y jugar por jugar sin tener que morir o matar. Se?or Sabina, ?viva la mala vida, muera la muerte! Pero cu¨ªdese usted, por lo que m¨¢s quiera.
Delfines bajo la luna
A las 23.00, una voz por megafon¨ªa anuncia que va a comenzar la exhibici¨®n de delfines. Cuando el p¨²blico se ha sentado, una m¨²sica relajante suena. Y los delfines empiezan a bailar. Todo se desarrolla en un ambiente con m¨²sica muy animada, tanto, que incluso los delfines entonan una melod¨ªa. Una grabaci¨®n cuenta curiosidades de estos mam¨ªferos acu¨¢ticos. Y explica: 'Para alimentar a nuestros delfines, hemos elegido el pescado Delf¨ªn, productos ultracongelados'. Varios grupos de j¨®venes comienzan a re¨ªr, sorprendidos porque se haga publicidad en medio del show. Los ni?os, acompa?ados por sus padres, se aposentan en las gradas y caen derrengados despu¨¦s de un largo d¨ªa de visita a los animales. Ahora, a la luz de la luna, les toca al turno a los mayores, que disfrutan y se emocionan con el espect¨¢culo nocturno. 'El olor a agua salada, la noche y los delfines me han transportado al mar', afirma una mujer. El p¨²blico se anima a dar palmas, al ritmo de la m¨²sica, animando a su vez al ni?o que va en una barca tirada por un delf¨ªn.
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