El sue?o del indiano
Hace tres meses muri¨® Alfonso de Fontcuberta, marqu¨¦s de Marianao. Como todo el mundo, muri¨® demasiado pronto. Deja viuda y una hija. A ellas les lega el parque de Sam¨¢, en el per¨ªmetro municipal de Cambrils (Baix Camp), un vergel fantasioso y lleno de encanto construido por sus antepasados que hicieron gran fortuna en Cuba. Hoy el parque est¨¢ clasificado por las ordenanzas como bien de inter¨¦s cultural en la categor¨ªa de jard¨ªn hist¨®rico. Como tal, est¨¢ abierto a las visitas. En su recinto amurallado se organizan banquetes y bodas, y las fechas de mayor lucimiento son las de principios de agosto, cuando se celebra el Festival de M¨²sica de C¨¢mara que desde hace 27 a?os organiza el Ayuntamiento y que hace unas semanas recibi¨® la actuaci¨®n del ballet de Cristina Hoyos. Para estas ocasiones se?aladas, el enorme caser¨®n abre todos los postigos para que las ara?as de cristal de los salones ba?en el jard¨ªn de su luz amarillenta, y en las avenidas de pl¨¢tanos, en los bosques de pinos, en los parterres y bajo las palmeras se encienden todos los focos, y las copas de los ¨¢rboles mecen la brisa que viene de las playas para aliviar un poco el rigor africano del est¨ªo en el Baix Camp.
El marqu¨¦s de Marianao encarg¨® a Jos¨¦ Fontser¨¦ i Mestres que recrease en la Casa Sam¨¢ el exotismo de la perdida colonia
El jard¨ªn est¨¢ situado al lado derecho de la carretera que conduce de Cambrils a Montbri¨® del Camp. Del otro lado se extiende una inmensa finca de 150.000 hect¨¢reas en las que se proyecta instalar un complejo tur¨ªstico y golf¨ªstico al que el Ayuntamiento ya ha dado el pl¨¢cet y que ser¨ªa el m¨¢s grande de Catalu?a. Ahora esta comarca seca, de avellanos y almendros, se cotiza en los pa¨ªses n¨®rdicos de Europa como ideal para hospedaje de golfistas. A veces, en las salas de embarque de los aeropuertos escandinavos se ve a grupitos de pasajeros pulcros y altos como torres que entretienen la espera cimbre¨¢ndose con mucho garbo para golpear con un palo imaginario una pelotita imaginaria, y entonces el observador deduce: 'Estos tipos van al Baix Camp'. El proyecto del megacampo de golf junto al parque de Sam¨¢ prev¨¦ una inversi¨®n de 20.000 millones de pesetas, que ser¨¢n financiados por el conocido negociante de origen h¨²ngaro George Soros; el campo de golf, de 27 agujeros, o de 3 recorridos de 9, ocupar¨¢ casi 88 hect¨¢reas, alrededor de las cuales se instalar¨¢n 522 viviendas unifamiliares, un complejo hotelero, un centro de convenciones y un aparthotel con 300 habitaciones. Son n¨²meros colosales, y el Ayuntamiento conf¨ªa en ellos para atraer el llamado 'turismo de calidad'. Todo est¨¢ pendiente de aprobaci¨®n en varias instancias de la Administraci¨®n.
Por ahora en lugar de todas esas construcciones se extienden los campos de avellanos, melocotoneros, olivos y vi?as, caracter¨ªsticos de la comarca. Y la excepci¨®n del parque de Sam¨¢, que seguir¨¢ ah¨ª con o sin golf. Desde la carretera, se anuncia en su extremo m¨¢s cercano a Cambrils con una curiosa construcci¨®n, mezcla de mirador y torre medieval encaramada sobre un alto z¨®calo de piedra porosa y salpicada de grutas, que recuerda algunas de las fantas¨ªas de Antoni Gaud¨ª. La casa solariega, con torres en las esquinas coronadas por tejados en punta y a la que se accede, tras recorrer una avenida de pl¨¢tanos de 20 metros de altura y flanqueada por cuadros de mandarinos, por una escalinata presidida por dos estatuas de perros, suele estar cerrada. El parque propiamente dicho se proyecta desde all¨ª en forma rectangular y abarca 14 hect¨¢reas. Lo proyect¨® Jos¨¦ Fontser¨¦ y Mestres (el mismo autor del parque de la Ciudadella de Barcelona), contratado por Salvador Sam¨¢ i Torrens, marqu¨¦s de Marianao, para que recrease el exotismo de la perdida colonia, y para que lo llenase de bot¨¢nica tropical, y de loros. Del zoo privado que conten¨ªa en sus or¨ªgenes, y que desapareci¨® durante la guerra civil, quedan algunas edificaciones y algunos pavos reales que caminan ensimismados a la sombra de las glorietas, y las inevitables palomas arrullando en las copas de las palmeras.
En el extremo Oeste del parque, el opuesto a la casa, brota un canal que atraviesa longitudinalmente el parque y se dilata en su centro para formar un lago artificial y una cascada. En mitad del lago se alzan tres islas que se comunican entre s¨ª con puentes de cemento en imitaci¨®n de troncos de madera, con una gruta con embarcadero, y coronadas por un mirador con templete. Estas fantas¨ªas de jard¨ªn rom¨¢ntico son posibles gracias a la mina excavada que permite mantener vivas las plantas y alimentar la fuente-surtidor frente a la casa decorada con motivos de caracolas marinas y moluscos. A ambos flancos del canal se extienden los caminos del parque, bordeados de parterres altos sobre bancales de rocalla y sembrados con grupos de palmeras y eucaliptos, olorosos bosques de pinos, robles de gran tama?o. Son las cinco de la tarde y un jardinero de aspecto bonach¨®n quema hojas secas en peque?as fogatas; los aspersores riegan los parterres, y media docena de turistas dispersos por los rincones buscan el lugar m¨¢s pintoresco para tomar la fotograf¨ªa que les inmortalice en camiseta. Algunos se deciden por la glorieta donde se alza el enorme jarr¨®n chino, de porcelana descolorida por el sol, por cuya panza rampan dos amenazadores dragones hacia el perro azul agazapado en lo alto. Otros se hacen fotos en el templete del lago o en el jard¨ªn de infantes con columpios y tobog¨¢n. En cuanto lo abandonan, se deja o¨ªr distintamente en el silencio el eco de los versos de Machado sobre las canciones de los ni?os (aquellas canciones absurdas, 'el corro de la patata', o 'vamos a contar mentiras', etc¨¦tera, de antes de que aparecieran Los payasos de la tele), las canciones que contaban, seg¨²n Machado, 'confusa la historia/ y clara la pena'; estos versos y aquellas canciones fascinaban a Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde y le daban pie a elucubrar con gran elocuencia sobre el lenguaje y las ideas, sobre lo comunicable y lo inexpresable, e iba de Machado a Wittgenstein, de Soria a Viena y viceversa, como quien va de una a otra isla artificial en el parque de Sam¨¢. Por supuesto, lo primero que uno hace al poner los pies en un huerto cerrado y encantado como ¨¦ste es ponerse l¨ªrico y estupendo, pero a estas horas el aire ardiente abruma, y se pasea uno por las avenidas de pl¨¢tanos y por los ensue?os del indiano arrastrando ideas y recuerdos a ras de suelo.
![El parque Sam¨¢ es un vergel fantasioso y lleno de encanto, pr¨®ximo a Cambrils.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/SZHYH7R7N4NJZAXE4UR5MZ54AA.jpg?auth=023c2eb6f86722a315e24fa685d7ce8c3f276dd7c4c6ab591e25bd8052b94003&width=414)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.