M¨¢s artificio que inteligencia en 'A. I.', de Spielberg
El filme pensado por Stanley Kubrick resulta muy interesante, pero disparatadamente irregular
La Inteligencia artificial que, inspirada en un relato de ficci¨®n cient¨ªfica de Brian Aldiss, trajo Steven Spielberg ayer aqu¨ª es aquel viejo y ya casi legendario proyecto del mismo t¨ªtulo sincopado, A. I., que Stanley Kubrick tuvo entre manos y sob¨® durante m¨¢s de dos d¨¦cadas, sin que finalmente se decidiera o atreviera a filmarlo. Parece que algo le intimidaba en este relato y convocaba al perfeccionismo, derivado de su insalvable inseguridad, del cineasta neoyorquino, que no acababa nunca por decidirse a adoptar el punto de vista desde el que llevar a la pantalla la aventura de un tierno robot, un humanoide que reniega de su condici¨®n y quiere ser enteramente humano.
No es casual que Kubrick enviase en 1987 a Spielberg el cuento de Aldiss y convocase a su colega a un encuentro mutuo, en el que le dio a conocer un tratamiento cinematogr¨¢fico del relato, una simple semilla o buceo de gui¨®n de no m¨¢s de cinco folios, invit¨¢ndole a desarrollar conjuntamente la idea, desplegarla hasta sus ¨²ltimas consecuencias y luego dirigirla, reserv¨¢ndose Kubrick la tarea de productor.
Esta arriesgada proposici¨®n no moviliz¨® por dentro a Spielberg, que se mostr¨® cauto y prometi¨® estudiar el asunto. Probablemente as¨ª lo hizo, pero tambi¨¦n es probable que no le atrajera en absoluto la idea de rodar una pel¨ªcula a la sombra de un colega al que consideraba genial, y que no era precisamente un hombre de car¨¢cter confortable, sino bastante inh¨®spito, de mente fr¨ªa, con tendencias megal¨®manas y proclive a las reacciones desp¨®ticas.
Spielberg, que aunque parece ingenuo y algo de su candor deja ver en su cine, no tiene un pelo de tonto, escurri¨® el bulto y, de vuelta a casa, se olvid¨® de A. I., hasta que Stanley Kubrick se fue hace algo m¨¢s de un a?o de viaje sin vuelta y ya no pod¨ªa meter las narices en una olla ajena. Pero, sin embargo, incluso despu¨¦s de muerto, Kubrick sigue entrometi¨¦ndose en el ajo de esta A. I. y Spielberg ha rodado la primera y la segunda parte del filme -no la tercera, que es puro cine suyo, y del peor, del sentimental¨®n, ternulista y blando a m¨¢s no poder- bajo el peso del estilo geom¨¦trico que Kubrick dej¨® ver en Lolita para la primera parte y en La naranja mec¨¢nica para la segunda parte, evidencia a la que Spielberg prefiere no aludir.
Melodram¨®n futurista
El resultado es un filme muy interesante, pero completamente, casi disparatadamente, irregular, que empieza por todo lo alto, quiz¨¢ en lo m¨¢s solvente y grave que ha hecho Spielberg desde El infierno sobre ruedas y Tibur¨®n -que siguen siendo sus m¨¢s vivos y poderosos trabajos- y se mantiene digno en la segunda parte del filme, pero que desemboca en un sopor¨ªfero y aparatoso melodram¨®n futurista en la tercera y ¨²ltima parte. En ¨¦sta, en el largo desenlace, Spielberg roza las hoquedades de la peor sensibler¨ªa, que siempre acecha a alg¨²n rinc¨®n de la obra del c¨¦lebre cineasta. Es incluso comparable a los ep¨ªlogos, esas dos tartas reaccionarias y lloronas, que cierran las magn¨ªficas La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan. S¨®lo el muchacho actor Haley Joel Osment, que es maravilloso, un prodigioso ni?o superdotado, sostiene con la hondura de su talento el petulante y endeble tinglado c¨®smico-maternal, cursi donde los haya, the end.
Concurs¨® el brasile?o Walter Salles, que hace unos a?os deslumbr¨® con su primera y primorosa pel¨ªcula, Estaci¨®n Central de Brasil, a medio mundo tras triunfar en el Festival de Berl¨ªn. Trajo su irregular Abril despedazado, que tras el colosal triunfo de su primera pel¨ªcula afrontaba el desaf¨ªo de la comparaci¨®n y del exceso de exigencia. Super¨® Salles la prueba con su filmaci¨®n, brillante pero superficial, de una historia ruda y al tiempo l¨ªrica sobre la lucha a muerte entre dos familias campesinas en las secas planicies del sertao norte?o de Brasil a mediados del siglo pasado. Es una pel¨ªcula bella, pero preciosista, demasiado volcada hacia el lado pl¨¢stico, hacia la estampita, lo que quita agilidad al flujo secuencial, que a veces se ahoga, como si Salles lo detuviera para autocontemplarse. Y el artificio, que es leg¨ªtimo a condici¨®n de que no se vea, por desgracia se ve.
El siniestro trenzado argumental de Can¨ªcula, del austriaco Ulrich Seidel, es una invitaci¨®n a irse del cine y no volver nunca a entrar en otro. Esta pel¨ªcula disuasoria est¨¢ sabiamente desplegada en forma de montaje paralelo sobre la vida cotidiana de la clase media de Viena, gente de orden, que hace una exhibici¨®n vomitiva de las abundantes razones que la burgues¨ªa austriaca est¨¢ dando para ver en ella uno de los pozos negros de la Europa inquietante y perturbada que se avecina. Buen cine, pero repugnante, puede llevarse un premio.
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