'Tambi¨¦n nosotros somos v¨ªctimas del terrorismo'
Miles de personas recuerdan en Beirut las matanzas de Sabra y Chatila de hace 19 a?os
Miles de palestinos marcharon ayer a pie por las calles de las afueras de Beirut para rememorar las matanzas de Sabra y Chatila, hace 19 a?os. Banderas de todos los colores y facciones, incluidas las de Ham¨¢s, Yihad Isl¨¢mica y el Hezbol¨¢ liban¨¦s, grupos a los que el Gobierno israel¨ª acusa de practicar el terrorismo, encabezaban el paso. Mujeres ataviadas con chadores hasta los pies y la kifa bicolor al cuello se situaron en las primeras filas de la manifestaci¨®n con los retratos, grandes y peque?os, en blanco y negro o en color, ya asepiados, de sus difuntos. En Chatila, junto al muro blanco del cementerio, los oradores se sucedieron frente a un atril de madera. Ante ¨¦l, una hilera de ni?os y ni?as sosten¨ªan unos carteles en los que se pod¨ªa leer: 'Nosotros tambi¨¦n somos v¨ªctimas del terrorismo'.
Entre 800 y 3.000 palestinos yacen en una gigantesca fosa com¨²n, sin nombres, ni fechas
?ste fue tambi¨¦n el mensaje central de los l¨ªderes que tomaron la palabra: apoyo a la Intifada y criticas al Gobierno de Israel, pa¨ªs al que acusan de practicar terrorismo de Estado y de ser responsable de las matanzas de Sabra y Chatila en 1982, cuando franquearon o no impidieron el paso de las falanges paramilitares cristianas. En aquel entonces, el ministro de Defensa y responsable de la invasi¨®n israel¨ª para acabar con los campos militares de la OLP era el general Ariel Sharon, hoy primer ministro.
No hubo referencias cr¨ªticas a Estados Unidos ni se repitieron las im¨¢genes de Gaza, en las primeras horas de la tarde del 11 de septiembre, cuando algunos palestinos celebraron y brindaron por los atentados de Nueva York y Washington. S¨®lo un intento machac¨®n para denunciar que todas las v¨ªctimas del terrorismo son iguales. 'Nosotros sentimos mucho lo que ha pasado en Estados Unidos, pues sabemos lo que se sufre cuando te matan un padre, una madre o un hermano', asegura Mohamed Jatib, m¨¦dico palestino de Chatila.
Algunas mujeres se desmayaron durante el acto, celebrado al aire libre bajo un calor h¨²medo y sofocante. En el cementerio, una superficie cuadrada de arena ondulada y con algunos matojos de yerba, no hay l¨¢pidas ni piedras, s¨®lo un ¨¢rbol vestido de los colores de la bandera palestina. Los muertos, se calcula unos ochocientos s¨®lo en este campamento, aunque otros hablan de 3.000, yacen bajo tierra en una gigantesca fosa com¨²n, sin nombres, sin fechas.
Tras los dicursos y proclamas se depositaron velas sobre esa arena ocre en recuerdo de los muertos. No lejos de ah¨ª crece un mercadillo al aire libre donde se venden todo tipo de piezas inservibles, cachivaches y radiocasetes y alguna comida que llega por carretera de Siria. En las paredes del campo hay retratos encolados de los lideres de Hezbol¨¢, aliados de los palestinos, de Hafez el Assad y de su hijo Bachar, a los que consideran protectores de la causa palestina. Tambi¨¦n se ven pasquines en papel rojizo con alguno de los muertos en la Intifada. Nadie quiere explicar si se trata de los hombres bomba del Movimiento Ham¨¢s y de la Yihad Isl¨¢mica.
Pocos creen en que la pista de la investigaci¨®n del FBI conduce a Osama Bin Laden en las monta?as de Afganist¨¢n. 'Todas las pruebas se pueden fabricar. ?C¨®mo es posible que dejaran ese rastro detr¨¢s, con cintas de v¨ªdeo en ¨¢rabe sobre c¨®mo pilotar un avi¨®n?', se pregunta Samir, un liban¨¦s que ayud¨® a enterrar los muertos en 1982. ?Y si se prueba que Bin Laden estaba detr¨¢s de todo?, pregunto. Silencio. Algunos del grupo que se ha arremolinado se escrutan con la mirada antes de responder. 'Entonces habr¨¢ que castigar al que lo hizo, a ¨¦l y a toda su organizaci¨®n, detenerle y llevarle ante la justicia', responde Samir. Los dem¨¢s asienten.
Frente al mercado est¨¢ el vertedero, un lugar donde se depositan los restos de comida y la ropa inservible. Entre esas monta?as malolientes rebuscan gatos y personas: unos, en pos de un manjar que llevarse a la boca; otros, de alg¨²n tesoro que vender. Algunos quincea?eros llevan el cabello cortado a capas, imitando a los h¨¦roes de la televisi¨®n estadounidense, y otros recorren las callejuelas pestilentes, sin alcantarillas ni agua ni luz el¨¦ctrica, en unas ruidosas motos Vespa con el motor casi al aire, y embutidos en camisetas holgadas y descoloridas y con inscripciones de los marines estadounidenses o de una marca de post¨ªn cualquiera falseada. Tres muchachos en camisolas de tirantes y pantal¨®n corto se afanaban para colocar una canasta de baloncesto. Se llaman Ibrahim, Rami y Hamad y tienen 20 a?os. Los tres sue?an despiertos con jugar en la NBA y se saben al dedillo los nombres de los jugadores m¨¢s renombrados de aquella liga. 'A m¨ª me gusta mucho Estados Unidos, su gente y su manera de vivir... Lo ocurrido all¨ª ha sido terrible. Ellos no tienen la culpa de lo que pueda hacer su Gobierno', asegura Rami. Y Hamad interviene limpi¨¢ndose el sudor de la frente: 'Tampoco tiene la culpa el pueblo paquistan¨ª o el afgano; los pueblos jam¨¢s tienen la culpa de lo que hacen sus gobernantes'.
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