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Reportaje:

Testimonios del gran ¨¦xodo

?ngeles Espinosa

Han llegado con lo puesto. La ropa, los ni?os, la vida. Poco m¨¢s pod¨ªan llevarse en un viaje tan incierto. Atr¨¢s han dejado familiares, amigos y, sobre todo, un pa¨ªs al borde de un nuevo precipicio. Tras 22 a?os de guerra, los afganos huelen el caos y la violencia. Y no pueden m¨¢s. 'Hasta ahora, mi familia se cambiaba de lugar para seguir viva. Es la primera vez que nos vamos de Afganist¨¢n. Es demasiado duro para seguir aguantando', se lamenta Hamida, una mujer de 57 a?os que parece una anciana.

Hamida acaba de huir de Afganist¨¢n con su marido, Abdelkader Q., de 60 a?os, y un grupo familiar que, incluidos algunos consuegros, suma 45 personas, entre ellas, una docena de ni?os. Los Q. (uno de los hijos pide no mencionar su apellido) llegaron a Peshawar (Pakist¨¢n) procedentes de Kabul el d¨ªa 20, tras tres d¨ªas de viaje y horas de incertidumbre. Hablan en casa de unos parientes, donde provisionalmente se han instalado: una habitaci¨®n para las mujeres y otra para los hombres.

Las mujeres afganas que llegan 'se quitan el 'burka' y se cubren la cabeza seg¨²n la costumbre local', dice el propietario de una tienda de venta de chales
Los talib¨¢n han amenazado con la ejecuci¨®n inmediata a quien ose utilizar la red de oficinas de radio de la ONU y los tel¨¦fonos sat¨¦lites de algunas ONG
Los que han pasado a Pakist¨¢n se han alojado con parientes, aunque hay noticias de algunos que por falta de medios se han quedado en las monta?as

'Ten¨ªamos pasaportes y visados, pero la verja estaba cerrada', asegura Ghotai, una de las nueras de Hamida, en referencia al paso fronterizo de Torkham y en contradicci¨®n con lo que afirman las autoridades paquistan¨ªes. 'Hab¨ªamos o¨ªdo en la BBC y en la televisi¨®n paquistan¨ª que con documentos se pod¨ªa pasar', a?ade. ?No est¨¢ prohibida la televisi¨®n? 'S¨ª, pero ten¨ªamos una escondida en el s¨®tano y la ve¨ªamos en secreto por las noches', explica divertida Ghotai, en medio de los gestos c¨®mplices de sus cu?adas. Es la ¨²nica vez que las mujeres esbozan una sonrisa.

Negocio de contrabandistas

As¨ª que el martes 18, los Q., una familia que en cualquier otro pa¨ªs pertenecer¨ªa a la clase media acomodada, se subieron a un autob¨²s en Kabul y viajaron hasta Torkham, v¨ªa Jalalabad. 'All¨ª pasamos dos noches, hasta que encontramos a unos contrabandistas que prometieron ayudarnos a cruzar la frontera. Salimos el jueves a las seis de la ma?ana y atravesamos las monta?as a pie; s¨®lo alguno de los ancianos que est¨¢ m¨¢s enfermo viaj¨® a lomos de asno', relata Ghotai, se?alando a Wahidi, una de las abuelas.

'Alquilar un asno sale muy caro', interrumpe Hamida. As¨ª que no qued¨® m¨¢s remedio que andar y que las madres cargaran con los m¨¢s peque?os. 'Fue muy duro, sobre todo cuando llegamos a un desfiladero muy estrecho; una mujer se desmay¨® y se le cay¨® el ni?o. Menos mal que un hombre pudo rescatarle y todo qued¨® en un susto', prosigue Ghotai, que debido a su ingl¨¦s se ha convertido en la portavoz del grupo.

Pero las penalidades no hab¨ªan terminado. Tras cinco horas de camino, y ya en territorio paquistan¨ª, sus gu¨ªas les entregaron a unos desconocidos. 'Nos encerraron a las mujeres y a los ni?os en una habitaci¨®n y exigieron a los hombres m¨¢s dinero para trasladarnos en coche a Peshawar', prosigue la mujer en medio de las interrupciones de sus cu?adas, que quieren a?adir sus propias experiencias al relato.

Eran las siete de la tarde del jueves y sus nuevos gu¨ªas quer¨ªan que pasaran la noche all¨ª. 'El problema son los polic¨ªas de frontera paquistan¨ªes; de noche te detectan m¨¢s f¨¢cil. Aun as¨ª decidimos seguir el viaje dando un rodeo para evitar el puesto militar de Ali Masjid. Los contrabandistas nos dijeron que nos quit¨¢ramos los burkas y que los ni?os deb¨ªan estar callados, pero era dif¨ªcil evitar que lloraran. Fue el infierno'.

En total, los Q. tuvieron que desembolsar 50.000 rupias paquistan¨ªes en su azaroso viaje, 30.000 para pagar a los contrabandistas y el resto en el autob¨²s, la comida y los sobornos. Una rupia equivale a tres pesetas, pero para valorar la fortuna que supone esa cantidad hay que tener presente que un m¨¦dico gana 800 rupias en un hospital de Kabul. Nadie habla de afganis, la depreciada moneda nacional, cuyo escaso valor obliga a contar millones para la m¨ªnima transacci¨®n.

'Cuando llegamos a Peshawar llev¨¢bamos 24 horas sin comer ni beber y con el miedo metido en el cuerpo', dice Ghutai. 'De haber conocido las dificultades, no hubi¨¦ramos venido'. La decisi¨®n la hab¨ªan tomado d¨ªas antes los hombres de la familia. 'La gente no hablaba de otra cosa en Kabul; todo el mundo dec¨ªa que los norteamericanos iban a atacar y que la gente de Masud tambi¨¦n preparaba una venganza por su asesinato', explican. 'Algunos hemos venido a Pakist¨¢n, pero muchos se han ido a sus pueblos'.

Las organizaciones humanitarias a¨²n no tienen cifras precisas de cu¨¢ntas personas han logrado cruzar la frontera entre Afganist¨¢n y Pakist¨¢n desde que la amenaza de un ataque de Estados Unidos desatara el p¨¢nico entre los afganos. El Gobierno paquistan¨ª tiene contabilizados 6.000 ingresos, pero, dado que ha cerrado sus pasos, muchos est¨¢n cruzando ilegalmente a trav¨¦s de las monta?as. Las cifras var¨ªan entre 10.000 y 20.000. De momento, la mayor¨ªa de los que escapan de las ciudades se han trasladado al campo afgano, seg¨²n ha constatado el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Vivir en la monta?a

Los que han cruzado a Pakist¨¢n se han alojado con parientes, aunque hay noticias de algunos que se han tenido que quedar en las monta?as. 'Tenemos localizadas a 161 personas al norte de Waziristan', explica Niaz Ahmad, de ACNUR en Peshawar. 'Tambi¨¦n estamos tratando de confirmar que hay un grupo en Mohmand, pero ambas son zonas tribales y los periodistas extranjeros tienen prohibida la entrada', a?ade. M¨¢s al sur, en la provincia de Beluchist¨¢n, ACNUR negocia con las autoridades paquistan¨ªes para que acepten, por razones humanitarias, a las entre 5.000 y 10.000 personas atrapadas en el paso fronterizo de Chaman.

Azad, un afgano propietario de una tienda de telas en Saheen Town, tiene alguna pista. En las dos ¨²ltimas semanas, al menos una veintena de nuevos clientes han comprado chal¨¦s como los que usan las paquistan¨ªes. 'Aqu¨ª se quitan el burka y necesitan cubrirse la cabeza, seg¨²n la costumbre local', explica. 'Cuentan que se han ido porque han o¨ªdo que Estados Unidos va a atacar a los talib¨¢n: adem¨¢s, en Kabul y Jalalabad han cerrado muchas tiendas'.

Najibullah, un maestro de 42 a?os, acaba de volver del entierro de su padre, en Kabul. Su modesta habitaci¨®n de barro se convierte en el centro de informaci¨®n de Danish Abad, una barriada de Peshawar. 'S¨ª, mucha gente tiene miedo y se est¨¢ yendo, pero la vida sigue; yo me qued¨¦ sin trabajo hace cinco a?os y por eso me vine. Algunos de mis colegas que siguen all¨ª apenas tienen para vivir; dependen del pan de las ONG', explica este maestro, que ahora mantiene a su familia vendiendo verduras con un carrito mientras sus hijas van a la escuela.

Un pa¨ªs cerrado a la prensa

Las noticias sobre lo que sucede en Afganist¨¢n se transmiten as¨ª, boca a boca, a falta de comunicaciones convencionales. El pa¨ªs est¨¢ cerrado a los periodistas extranjeros (salvo la cadena de televisi¨®n ¨¢rabe Al Yasira). Y las conexiones telef¨®nicas con el exterior se limitan a un pu?ado de l¨ªneas que una empresa paquistan¨ª tendi¨® hasta Kandahar, Jalalabad y Kabul, a la llegada de los talib¨¢n.

'Esta ma?ana hemos hablado con mi hermano, que sigue en Kabul, y nos ha contado que ha habido una manifestaci¨®n para que no entreguen a Osama', cuenta Mahboobah Khan. 'Primero, llamamos a alguien que tiene un n¨²mero paquistan¨ª; entonces les damos la direcci¨®n, quedamos a una hora y van a buscarle a casa. A la hora convenida, volvemos a llamar', explica. La conferencia apenas cuesta cinco rupias (15 pesetas) por minuto desde Pakist¨¢n, pero el receptor paga 10 por el servicio. 'Si nos llama ¨¦l desde una cabina, le cuesta 40, adem¨¢s de hacer una larga cola'.

Noticias sobre regiones m¨¢s remotas del pa¨ªs son complicad¨ªsimas de obtener. Hasta hace siete d¨ªas, se contaba con la red radiof¨®nica de la ONU y los tel¨¦fonos sat¨¦lite de algunas ONG. El personal local de esas organizaciones se comunicaba a diario con los responsables, evacuados por motivos de seguridad a Pakist¨¢n al inicio de la crisis, para informarles de c¨®mo se estaba viviendo la situaci¨®n. Ahora, los talib¨¢n han amenazado con la ejecuci¨®n inmediata a quien ose utilizar esos sistemas.

Los relatos procedentes de las oficinas de Herat capital, al oeste de Afganist¨¢n, tienen especial dramatismo. El personal de Oxfam, una ONG que distribuye comida, cuenta que hay quien empieza a comer hierba por falta de alimentos en el distrito de Jawand, cerca de la frontera con Turkmenist¨¢n, zona de combate entre la Alianza del Norte y los talib¨¢n. Alegan que, aunque cuentan con trigo suficiente para mantener a miles de personas durante las pr¨®ximas semanas, no pueden acceder a los almacenes por el riesgo de ser alcanzados por el fuego cruzado.

En Kandahar, una ciudad del sur, centro de operaciones de los talib¨¢n, la presi¨®n sobre los empleados humanitarios se ha hecho insostenible y se han ido, como la mayor¨ªa de sus 100.000 habitantes. 'No hemos tenido incidentes concretos, pero tras la toma de las oficinas de la ONU no podemos exponernos a arriesgar a nuestra gente', explica Alex Renton, portavoz de Oxfam en Islamabad. La ciudad, seg¨²n el testimonio de los ¨²ltimos viajeros que han llegado a Quetta (Pakist¨¢n), se ha quedado casi vac¨ªa.

'Mi hermano es piloto de helic¨®ptero con los talib¨¢n en Kandahar', cuenta un joven que pide el anonimato. 'A principios de la semana pasada le dijeron que se llevara a su familia a Kabul y que regresara para incorporarse a su unidad, pero hemos hablado con ¨¦l y sigue en Kabul. Mientras no le digan nada, se queda all¨ª a ver qu¨¦ pasa'. Como muchos otros afganos, su trabajo para los talib¨¢n es fruto de las circunstancias. 'Mi hermano no es uno de ellos, pero ?qu¨¦ otra cosa puede hacer un piloto?', explica antes de a?adir que su familia se march¨® de Afganist¨¢n porque con la llegada de esa milicia cerraron las escuelas para ni?as, y su padre quer¨ªa que sus hijas estudiaran una carrera.

'Lo que las ONG tememos', confiesa el responsable de una organizaci¨®n norteamericana, 'no son los misiles o un posible bombardeo, sino la desaparici¨®n de la ley y el orden, que haya un vac¨ªo de poder'. 'Los afganos', prosigue, 'est¨¢n abandonando Kabul y otras ciudades porque ya han tenido esa experiencia varias veces antes y temen los asaltos, los robos y la violencia'. ?sa ha sido tambi¨¦n la raz¨®n por la que los cooperantes extranjeros han salido del pa¨ªs.

La abuela Hamida comparte esa opini¨®n. Seg¨²n ella, las noticias sobre el inminente ataque estadounidense s¨®lo fue un factor m¨¢s que ha llevado a su familia a Pakist¨¢n. 'No hay seguridad', asegura. 'En cualquier momento puede entrar alguien a tu casa y llevarse a tus hijas y los talib¨¢n reclutar a tus hijos'. Esta ¨²ltima posibilidad fue lo que inclin¨® la balanza. Sin el trabajo de los hombres no tendr¨ªan qu¨¦ comer. La familia vive del taller de reparaci¨®n que los hijos de Hamida montaron al ver que sus t¨ªtulos de ingeniero, veterinario y economista no les val¨ªan con los talib¨¢n.

Mir Rais da testimonio de la leva masiva emprendida por los talib¨¢n. Este muchacho de 24 a?os estudia cuarto a?o de Medicina en la Universidad de Kabul. 'Cuando la situaci¨®n se hizo preocupante, el domingo 16 por la ma?ana, los talib¨¢n vinieron a las residencias universitarias y nos invitaron a unirnos a la lucha', relata. ?Invitaron? 'Bueno, primero invitan y despu¨¦s obligan, pero no me qued¨¦ para comprobarlo'. 'Los primeros en irse fueron un grupo de estudiantes paquistan¨ªes, yo les segu¨ª horas despu¨¦s', a?ade.

Estudiar en Kabul

'Que estudiemos all¨ª no significa que nos guste luchar o que simpaticemos con los talib¨¢n', explica Mir. 'Mi familia vive en Pakist¨¢n desde hace algunos a?os, pero los afganos tenemos problemas para formarnos aqu¨ª, as¨ª que me matricul¨¦ en Kabul y viv¨ªa en una residencia'. La Universidad afgana de Peshawar est¨¢ m¨¢s tiempo cerrada que abierta y los centros paquistan¨ªes resultan demasiado caros para los afganos.

En su hu¨ªda hacia Pakist¨¢n, Mir encontr¨® cerrado el paso de Torkham, aunque pronto un hombre se ofreci¨® a cruzarle a trav¨¦s de las monta?as por 300 rupias. 'Tardamos seis horas y llegu¨¦ con los pies destrozados', explica mientras muestra las huellas de las ampollas. En el camino se toparon con una veintena de personas, de las que dos tuvieron que darse la vuelta porque 'eran ancianas y una, adem¨¢s, asm¨¢tica'.

Otros han logrado pasar, pero est¨¢n exhaustos. La mujer de Mohamed Farooq est¨¢ hospitalizada. 'Llegamos ayer por la tarde, y esta ma?ana ha ingresado porque no se ten¨ªa en pie', relataba Farooq el pasado mi¨¦rcoles. Este vendedor de verduras de 45 a?os, su mujer y tres de sus hijos salieron el lunes de su pueblo, Char Qala-e-Wazir Abad, con otras 18 familias. 'O¨ªmos que Estados Unidos iba a bombardear a los talib¨¢n y nos entr¨® miedo; nuestro pueblo est¨¢ muy cerca de la capital y no ten¨ªamos otro sitio donde ir', afirma.

'?ramos unas sesenta personas', recuerda Farooq; 'viajamos hasta Torkham y, como no ten¨ªamos papeles, contactamos con unos contrabandistas a los que pagamos 750 rupias por persona; pasamos la noche all¨ª y al d¨ªa siguiente salimos a las seis de la ma?ana, anduvimos por las monta?as hasta las dos y luego nos trajeron en un coche hasta aqu¨ª'. Aqu¨ª es la casa de la hermana de su mujer: una pieza de barro sin agua corriente ni apenas ventilaci¨®n, donde ya hab¨ªa enviado con anterioridad a sus hijos mayores para que pudieran ir a la escuela.

Los relatos se repiten. Miedo, angustia, odiseas personales para cruzar la frontera, el abuso de los contrabandistas. ?Y luego, qu¨¦? Ninguno de los entrevistados espera alivio alguno de un eventual ataque estadounidense. 'El objetivo tal vez sean los talib¨¢n, pero est¨¢ claro que afectar¨¢ a muchas personas que no lo son', advierte Najibullah, el maestro. 'No s¨¦ lo que pasar¨¢ y no me importa qui¨¦n mande despu¨¦s, lo importante es que tengamos paz', pide Farooq. Las mujeres de la familia Q. se hacen eco de ese deseo. ?Y la Alianza del Norte? 'No son mejores que los talib¨¢n', coinciden todos ellos.Han llegado con lo puesto. La ropa, los ni?os, la vida. Poco m¨¢s pod¨ªan llevarse en un viaje tan incierto. Atr¨¢s han dejado familiares, amigos y, sobre todo, un pa¨ªs al borde de un nuevo precipicio. Tras 22 a?os de guerra, los afganos huelen el caos y la violencia. Y no pueden m¨¢s. 'Hasta ahora, mi familia se cambiaba de lugar para seguir viva. Es la primera vez que nos vamos de Afganist¨¢n. Es demasiado duro para seguir aguantando', se lamenta Hamida, una mujer de 57 a?os que parece una anciana.

Hamida acaba de huir de Afganist¨¢n con su marido, Abdelkader Q., de 60 a?os, y un grupo familiar que, incluidos algunos consuegros, suma 45 personas, entre ellas, una docena de ni?os. Los Q. (uno de los hijos pide no mencionar su apellido) llegaron a Peshawar (Pakist¨¢n) procedentes de Kabul el d¨ªa 20, tras tres d¨ªas de viaje y horas de incertidumbre. Hablan en casa de unos parientes, donde provisionalmente se han instalado: una habitaci¨®n para las mujeres y otra para los hombres.

'Ten¨ªamos pasaportes y visados, pero la verja estaba cerrada', asegura Ghotai, una de las nueras de Hamida, en referencia al paso fronterizo de Torkham y en contradicci¨®n con lo que afirman las autoridades paquistan¨ªes. 'Hab¨ªamos o¨ªdo en la BBC y en la televisi¨®n paquistan¨ª que con documentos se pod¨ªa pasar', a?ade. ?No est¨¢ prohibida la televisi¨®n? 'S¨ª, pero ten¨ªamos una escondida en el s¨®tano y la ve¨ªamos en secreto por las noches', explica divertida Ghotai, en medio de los gestos c¨®mplices de sus cu?adas. Es la ¨²nica vez que las mujeres esbozan una sonrisa.

Negocio de contrabandistas

As¨ª que el martes 18, los Q., una familia que en cualquier otro pa¨ªs pertenecer¨ªa a la clase media acomodada, se subieron a un autob¨²s en Kabul y viajaron hasta Torkham, v¨ªa Jalalabad. 'All¨ª pasamos dos noches, hasta que encontramos a unos contrabandistas que prometieron ayudarnos a cruzar la frontera. Salimos el jueves a las seis de la ma?ana y atravesamos las monta?as a pie; s¨®lo alguno de los ancianos que est¨¢ m¨¢s enfermo viaj¨® a lomos de asno', relata Ghotai, se?alando a Wahidi, una de las abuelas.

'Alquilar un asno sale muy caro', interrumpe Hamida. As¨ª que no qued¨® m¨¢s remedio que andar y que las madres cargaran con los m¨¢s peque?os. 'Fue muy duro, sobre todo cuando llegamos a un desfiladero muy estrecho; una mujer se desmay¨® y se le cay¨® el ni?o. Menos mal que un hombre pudo rescatarle y todo qued¨® en un susto', prosigue Ghotai, que debido a su ingl¨¦s se ha convertido en la portavoz del grupo.

Pero las penalidades no hab¨ªan terminado. Tras cinco horas de camino, y ya en territorio paquistan¨ª, sus gu¨ªas les entregaron a unos desconocidos. 'Nos encerraron a las mujeres y a los ni?os en una habitaci¨®n y exigieron a los hombres m¨¢s dinero para trasladarnos en coche a Peshawar', prosigue la mujer en medio de las interrupciones de sus cu?adas, que quieren a?adir sus propias experiencias al relato.

Eran las siete de la tarde del jueves y sus nuevos gu¨ªas quer¨ªan que pasaran la noche all¨ª. 'El problema son los polic¨ªas de frontera paquistan¨ªes; de noche te detectan m¨¢s f¨¢cil. Aun as¨ª decidimos seguir el viaje dando un rodeo para evitar el puesto militar de Ali Masjid. Los contrabandistas nos dijeron que nos quit¨¢ramos los burkas y que los ni?os deb¨ªan estar callados, pero era dif¨ªcil evitar que lloraran. Fue el infierno'.

En total, los Q. tuvieron que desembolsar 50.000 rupias paquistan¨ªes en su azaroso viaje, 30.000 para pagar a los contrabandistas y el resto en el autob¨²s, la comida y los sobornos. Una rupia equivale a tres pesetas, pero para valorar la fortuna que supone esa cantidad hay que tener presente que un m¨¦dico gana 800 rupias en un hospital de Kabul. Nadie habla de afganis, la depreciada moneda nacional, cuyo escaso valor obliga a contar millones para la m¨ªnima transacci¨®n.

'Cuando llegamos a Peshawar llev¨¢bamos 24 horas sin comer ni beber y con el miedo metido en el cuerpo', dice Ghutai. 'De haber conocido las dificultades, no hubi¨¦ramos venido'. La decisi¨®n la hab¨ªan tomado d¨ªas antes los hombres de la familia. 'La gente no hablaba de otra cosa en Kabul; todo el mundo dec¨ªa que los norteamericanos iban a atacar y que la gente de Masud tambi¨¦n preparaba una venganza por su asesinato', explican. 'Algunos hemos venido a Pakist¨¢n, pero muchos se han ido a sus pueblos'.

Las organizaciones humanitarias a¨²n no tienen cifras precisas de cu¨¢ntas personas han logrado cruzar la frontera entre Afganist¨¢n y Pakist¨¢n desde que la amenaza de un ataque de Estados Unidos desatara el p¨¢nico entre los afganos. El Gobierno paquistan¨ª tiene contabilizados 6.000 ingresos, pero, dado que ha cerrado sus pasos, muchos est¨¢n cruzando ilegalmente a trav¨¦s de las monta?as. Las cifras var¨ªan entre 10.000 y 20.000. De momento, la mayor¨ªa de los que escapan de las ciudades se han trasladado al campo afgano, seg¨²n ha constatado el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Vivir en la monta?a

Los que han cruzado a Pakist¨¢n se han alojado con parientes, aunque hay noticias de algunos que se han tenido que quedar en las monta?as. 'Tenemos localizadas a 161 personas al norte de Waziristan', explica Niaz Ahmad, de ACNUR en Peshawar. 'Tambi¨¦n estamos tratando de confirmar que hay un grupo en Mohmand, pero ambas son zonas tribales y los periodistas extranjeros tienen prohibida la entrada', a?ade. M¨¢s al sur, en la provincia de Beluchist¨¢n, ACNUR negocia con las autoridades paquistan¨ªes para que acepten, por razones humanitarias, a las entre 5.000 y 10.000 personas atrapadas en el paso fronterizo de Chaman.

Azad, un afgano propietario de una tienda de telas en Saheen Town, tiene alguna pista. En las dos ¨²ltimas semanas, al menos una veintena de nuevos clientes han comprado chal¨¦s como los que usan las paquistan¨ªes. 'Aqu¨ª se quitan el burka y necesitan cubrirse la cabeza, seg¨²n la costumbre local', explica. 'Cuentan que se han ido porque han o¨ªdo que Estados Unidos va a atacar a los talib¨¢n: adem¨¢s, en Kabul y Jalalabad han cerrado muchas tiendas'.

Najibullah, un maestro de 42 a?os, acaba de volver del entierro de su padre, en Kabul. Su modesta habitaci¨®n de barro se convierte en el centro de informaci¨®n de Danish Abad, una barriada de Peshawar. 'S¨ª, mucha gente tiene miedo y se est¨¢ yendo, pero la vida sigue; yo me qued¨¦ sin trabajo hace cinco a?os y por eso me vine. Algunos de mis colegas que siguen all¨ª apenas tienen para vivir; dependen del pan de las ONG', explica este maestro, que ahora mantiene a su familia vendiendo verduras con un carrito mientras sus hijas van a la escuela.

Un pa¨ªs cerrado a la prensa

Las noticias sobre lo que sucede en Afganist¨¢n se transmiten as¨ª, boca a boca, a falta de comunicaciones convencionales. El pa¨ªs est¨¢ cerrado a los periodistas extranjeros (salvo la cadena de televisi¨®n ¨¢rabe Al Yasira). Y las conexiones telef¨®nicas con el exterior se limitan a un pu?ado de l¨ªneas que una empresa paquistan¨ª tendi¨® hasta Kandahar, Jalalabad y Kabul, a la llegada de los talib¨¢n.

'Esta ma?ana hemos hablado con mi hermano, que sigue en Kabul, y nos ha contado que ha habido una manifestaci¨®n para que no entreguen a Osama', cuenta Mahboobah Khan. 'Primero, llamamos a alguien que tiene un n¨²mero paquistan¨ª; entonces les damos la direcci¨®n, quedamos a una hora y van a buscarle a casa. A la hora convenida, volvemos a llamar', explica. La conferencia apenas cuesta cinco rupias (15 pesetas) por minuto desde Pakist¨¢n, pero el receptor paga 10 por el servicio. 'Si nos llama ¨¦l desde una cabina, le cuesta 40, adem¨¢s de hacer una larga cola'.

Noticias sobre regiones m¨¢s remotas del pa¨ªs son complicad¨ªsimas de obtener. Hasta hace siete d¨ªas, se contaba con la red radiof¨®nica de la ONU y los tel¨¦fonos sat¨¦lite de algunas ONG. El personal local de esas organizaciones se comunicaba a diario con los responsables, evacuados por motivos de seguridad a Pakist¨¢n al inicio de la crisis, para informarles de c¨®mo se estaba viviendo la situaci¨®n. Ahora, los talib¨¢n han amenazado con la ejecuci¨®n inmediata a quien ose utilizar esos sistemas.

Los relatos procedentes de las oficinas de Herat capital, al oeste de Afganist¨¢n, tienen especial dramatismo. El personal de Oxfam, una ONG que distribuye comida, cuenta que hay quien empieza a comer hierba por falta de alimentos en el distrito de Jawand, cerca de la frontera con Turkmenist¨¢n, zona de combate entre la Alianza del Norte y los talib¨¢n. Alegan que, aunque cuentan con trigo suficiente para mantener a miles de personas durante las pr¨®ximas semanas, no pueden acceder a los almacenes por el riesgo de ser alcanzados por el fuego cruzado.

En Kandahar, una ciudad del sur, centro de operaciones de los talib¨¢n, la presi¨®n sobre los empleados humanitarios se ha hecho insostenible y se han ido, como la mayor¨ªa de sus 100.000 habitantes. 'No hemos tenido incidentes concretos, pero tras la toma de las oficinas de la ONU no podemos exponernos a arriesgar a nuestra gente', explica Alex Renton, portavoz de Oxfam en Islamabad. La ciudad, seg¨²n el testimonio de los ¨²ltimos viajeros que han llegado a Quetta (Pakist¨¢n), se ha quedado casi vac¨ªa.

'Mi hermano es piloto de helic¨®ptero con los talib¨¢n en Kandahar', cuenta un joven que pide el anonimato. 'A principios de la semana pasada le dijeron que se llevara a su familia a Kabul y que regresara para incorporarse a su unidad, pero hemos hablado con ¨¦l y sigue en Kabul. Mientras no le digan nada, se queda all¨ª a ver qu¨¦ pasa'. Como muchos otros afganos, su trabajo para los talib¨¢n es fruto de las circunstancias. 'Mi hermano no es uno de ellos, pero ?qu¨¦ otra cosa puede hacer un piloto?', explica antes de a?adir que su familia se march¨® de Afganist¨¢n porque con la llegada de esa milicia cerraron las escuelas para ni?as, y su padre quer¨ªa que sus hijas estudiaran una carrera.

'Lo que las ONG tememos', confiesa el responsable de una organizaci¨®n norteamericana, 'no son los misiles o un posible bombardeo, sino la desaparici¨®n de la ley y el orden, que haya un vac¨ªo de poder'. 'Los afganos', prosigue, 'est¨¢n abandonando Kabul y otras ciudades porque ya han tenido esa experiencia varias veces antes y temen los asaltos, los robos y la violencia'. ?sa ha sido tambi¨¦n la raz¨®n por la que los cooperantes extranjeros han salido del pa¨ªs.

La abuela Hamida comparte esa opini¨®n. Seg¨²n ella, las noticias sobre el inminente ataque estadounidense s¨®lo fue un factor m¨¢s que ha llevado a su familia a Pakist¨¢n. 'No hay seguridad', asegura. 'En cualquier momento puede entrar alguien a tu casa y llevarse a tus hijas y los talib¨¢n reclutar a tus hijos'. Esta ¨²ltima posibilidad fue lo que inclin¨® la balanza. Sin el trabajo de los hombres no tendr¨ªan qu¨¦ comer. La familia vive del taller de reparaci¨®n que los hijos de Hamida montaron al ver que sus t¨ªtulos de ingeniero, veterinario y economista no les val¨ªan con los talib¨¢n.

Mir Rais da testimonio de la leva masiva emprendida por los talib¨¢n. Este muchacho de 24 a?os estudia cuarto a?o de Medicina en la Universidad de Kabul. 'Cuando la situaci¨®n se hizo preocupante, el domingo 16 por la ma?ana, los talib¨¢n vinieron a las residencias universitarias y nos invitaron a unirnos a la lucha', relata. ?Invitaron? 'Bueno, primero invitan y despu¨¦s obligan, pero no me qued¨¦ para comprobarlo'. 'Los primeros en irse fueron un grupo de estudiantes paquistan¨ªes, yo les segu¨ª horas despu¨¦s', a?ade.

Estudiar en Kabul

'Que estudiemos all¨ª no significa que nos guste luchar o que simpaticemos con los talib¨¢n', explica Mir. 'Mi familia vive en Pakist¨¢n desde hace algunos a?os, pero los afganos tenemos problemas para formarnos aqu¨ª, as¨ª que me matricul¨¦ en Kabul y viv¨ªa en una residencia'. La Universidad afgana de Peshawar est¨¢ m¨¢s tiempo cerrada que abierta y los centros paquistan¨ªes resultan demasiado caros para los afganos.

En su hu¨ªda hacia Pakist¨¢n, Mir encontr¨® cerrado el paso de Torkham, aunque pronto un hombre se ofreci¨® a cruzarle a trav¨¦s de las monta?as por 300 rupias. 'Tardamos seis horas y llegu¨¦ con los pies destrozados', explica mientras muestra las huellas de las ampollas. En el camino se toparon con una veintena de personas, de las que dos tuvieron que darse la vuelta porque 'eran ancianas y una, adem¨¢s, asm¨¢tica'.

Otros han logrado pasar, pero est¨¢n exhaustos. La mujer de Mohamed Farooq est¨¢ hospitalizada. 'Llegamos ayer por la tarde, y esta ma?ana ha ingresado porque no se ten¨ªa en pie', relataba Farooq el pasado mi¨¦rcoles. Este vendedor de verduras de 45 a?os, su mujer y tres de sus hijos salieron el lunes de su pueblo, Char Qala-e-Wazir Abad, con otras 18 familias. 'O¨ªmos que Estados Unidos iba a bombardear a los talib¨¢n y nos entr¨® miedo; nuestro pueblo est¨¢ muy cerca de la capital y no ten¨ªamos otro sitio donde ir', afirma.

'?ramos unas sesenta personas', recuerda Farooq; 'viajamos hasta Torkham y, como no ten¨ªamos papeles, contactamos con unos contrabandistas a los que pagamos 750 rupias por persona; pasamos la noche all¨ª y al d¨ªa siguiente salimos a las seis de la ma?ana, anduvimos por las monta?as hasta las dos y luego nos trajeron en un coche hasta aqu¨ª'. Aqu¨ª es la casa de la hermana de su mujer: una pieza de barro sin agua corriente ni apenas ventilaci¨®n, donde ya hab¨ªa enviado con anterioridad a sus hijos mayores para que pudieran ir a la escuela.

Los relatos se repiten. Miedo, angustia, odiseas personales para cruzar la frontera, el abuso de los contrabandistas. ?Y luego, qu¨¦? Ninguno de los entrevistados espera alivio alguno de un eventual ataque estadounidense. 'El objetivo tal vez sean los talib¨¢n, pero est¨¢ claro que afectar¨¢ a muchas personas que no lo son', advierte Najibullah, el maestro. 'No s¨¦ lo que pasar¨¢ y no me importa qui¨¦n mande despu¨¦s, lo importante es que tengamos paz', pide Farooq. Las mujeres de la familia Q. se hacen eco de ese deseo. ?Y la Alianza del Norte? 'No son mejores que los talib¨¢n', coinciden todos ellos.

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Sobre la firma

?ngeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo ¨¢rabe e isl¨¢mico. Ex corresponsal en Dub¨¢i, Teher¨¢n, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'D¨ªas de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y M¨¢ster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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