No hay absolutamente nada que justifique el terrorismo
La cat¨¢strofe que golpe¨® Washington y Nueva York s¨®lo tiene un nombre: la locura del terrorismo. Este acontecimiento catastr¨®fico no fue ni una oscura pel¨ªcula de ciencia-ficci¨®n ni el d¨ªa del Juicio Final. Fue terrorismo, que carece de nacionalidad, color o credo, independientemente de cu¨¢ntos nombres de dioses, deidades y sufrimientos humanos pueda enumerar para justificarse.
No hay ninguna causa, ni siquiera una causa justa, que pueda legitimar la matanza de civiles inocentes, independientemente de lo larga que sea la lista de acusaciones y el expediente de injusticias. El terror jam¨¢s allana el camino para llegar a la justicia, sino que conduce al camino m¨¢s corto para llegar al infierno.
Deploramos este terrible crimen y condenamos a las personas que lo hayan planificado y perpetrado, con todos los t¨¦rminos de repulsi¨®n y condena de nuestro l¨¦xico. No s¨®lo lo hacemos porque sea nuestra obligaci¨®n moral, sino tambi¨¦n para reafirmar nuestro compromiso con nuestra propia humanidad y nuestra fe en los valores humanos, que no distinguen entre un pueblo y otro. Nuestra simpat¨ªa por las v¨ªctimas, sus familias y el pueblo estadounidense en estos momentos tan dif¨ªciles es expresi¨®n de nuestro profundo compromiso con la unidad del destino humano. Porque una v¨ªctima es una v¨ªctima, y el terrorismo es terrorismo, aqu¨ª o all¨ª, no conoce fronteras ni nacionalidades y no carece de la ret¨®rica de la matanza.
No hay nada, absolutamente nada, que pueda justificar este terrorismo que funde la carne humana con hierro, cemento y polvo. Ni tampoco hay nada que pueda justificar la polarizaci¨®n del mundo en dos bandos que jam¨¢s podr¨¢n encontrarse: uno de bondad absoluta, el otro de maldad absoluta.
La civilizaci¨®n es resultado de la contribuci¨®n de las sociedades mundiales al patrimonio del mundo, cuya acumulaci¨®n e interacci¨®n conduce a la elevaci¨®n de la humanidad y a la nobleza de la conciencia. En este contexto, la insistencia de los modernos orientalistas de que el terrorismo reside en la propia naturaleza de la cultura ¨¢rabe e isl¨¢mica no contribuye en nada al diagn¨®stico del enigma y, por consiguiente, no nos ofrece ninguna soluci¨®n. M¨¢s bien hace que la soluci¨®n sea m¨¢s enigm¨¢tica, porque queda atrapada en el yugo del racismo.
Por lo tanto, cuando Estados Unidos busque razones para explicar la animosidad frente a su pol¨ªtica (una animosidad que no se dirige contra el pueblo estadounidense y su cultura mundialmente popular), debe distanciarse del concepto del 'conflicto de culturas'. Tambi¨¦n debe dejar de lado la necesidad de identificar a un enemigo siempre presente, necesario para verificar la 'supremac¨ªa de Occidente'. Por el contrario, deber¨ªa entrar en un ruedo pol¨ªtico en el que Estados Unidos pueda meditar sobre la sinceridad de su pol¨ªtica exterior. En concreto, deber¨ªa reflexionar sobre su ¨¦xito en Oriente Pr¨®ximo, donde los grandes valores estadounidenses de la libertad, la democracia y los derechos humanos han dejado de funcionar, especialmente en el contexto palestino, donde la ocupaci¨®n israel¨ª sigue sin tener que responder ante el derecho internacional mientras Estados Unidos le proporciona lo que necesita de racionalizaci¨®n y justificaci¨®n por unas pr¨¢cticas que rayan en el 'terrorismo de Estado'.
Sabemos que la herida de Estados Unidos es profunda, y sabemos que este momento tr¨¢gico es un momento para la solidaridad y para compartir el dolor. Pero tambi¨¦n sabemos que los horizontes del intelecto pueden atravesar paisajes de devastaci¨®n.
El terrorismo no tiene ni lugar ni fronteras, no reside en una geograf¨ªa propia: su patria es la desilusi¨®n y la desesperaci¨®n.
La mejor arma para erradicar del alma el terrorismo es la solidaridad internacional, respetar los derechos de todos los pueblos de este globo, vivir en armon¨ªa y acortar las diferencias cada vez mayores entre el Norte y el Sur. Y la forma m¨¢s eficaz de defender la libertad es comprender plenamente el significado de la justicia. Las medidas de seguridad por s¨ª solas no son suficientes, porque el terrorismo lleva en sus pliegues una multiplicidad de nacionalidades y no reconoce ninguna frontera. El mundo no puede dividirse en dos sociedades, una para los rebeldes y la otra para los agentes de la ley. Pero no hay nada, absolutamente nada, que justifique el terrorismo.
Mahmud Darwix es poeta palestino, autor de El f¨¦nix mortal (C¨¢tedra, 2000). El presente texto ha sido suscrito, entre otros, por los intelectuales palestinos Hanna Nasser, Sari Nusseiba, Salim Tamari, Rema Hammai, Izzat Ghazawi, Hassan Khader y Hannan Ashrawi. Este texto ha sido publicado en el peri¨®dico palestino Al Ayyam.
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