Freire alcanza de nuevo la gloria
El corredor de Torrelavega se impone con un brillante 'sprint' y culmina el espl¨¦ndido trabajo del equipo espa?ol
Siempre parece que ?scar Freire no est¨¢. Es una sensaci¨®n de desasosiego dura de sobrellevar. Pas¨® ayer, por ejemplo. Faltaba un kil¨®metro. Los corredores, un pelot¨®n largo y estirado, m¨¢s grande de lo que se esperaba, pasaron en fila india por debajo del tri¨¢ngulo rojo. Pasaron por debajo de una c¨¢mara de televisi¨®n. Un plano en picado que permit¨ªa reconocer a todos. Pasaron los italianos, furiosos y divididos. Pas¨® Ullrich, derrotado y orgulloso, fiero. Pasaron los holandeses, tambi¨¦n favoritos, resignados a una llegada masiva en la que su Dekker y su Boogerd no ten¨ªan nada que hacer. Hasta se vio pasar a Zabel, fr¨ªo e inm¨®vil, como siempre, escalofr¨ªos por la piel.
No hab¨ªa franceses, derrotados. Hab¨ªa muchos desconocidos del Este. Tambi¨¦n delante se ve¨ªa a algunos espa?oles. Estaba el incre¨ªble Vicioso, el aragon¨¦s que descubr¨ªa el Mundial y se dejaba descubrir por el mundo, fugado y tenaz, r¨¢pido y vivo, infatigable. Estaba tambi¨¦n Beloki, inteligente y trabajador, hombre clave de la selecci¨®n. Estaba Botero, inmenso en su maillot amarillo, el color de Colombia. Estaban todos. Pero a Freire no se le ve¨ªa. Y hab¨ªa un hueco grande y la carrera estaba lanzada. S¨®lo quedaba un kil¨®metro y habr¨ªa sprint. Pero Freire no estaba. Tanto sufrir para acabar ah¨ª. Tanto amor y no poder hacer nada al final. Desasosiego y tristeza.
Fue un momento de invisibilidad, de duda, el ¨²nico; o, mejor, el segundo. Hasta entonces, hasta el kil¨®metro 253, hasta el final de la vuelta 21?, s¨®lo se hab¨ªa visto en el circuito, subiendo a Serafina, bajando hasta el fondo, subiendo hasta Pimenteira, el punto m¨¢s alto, mirador sobre Lisboa y el Tajo, el mar de la Paja..., s¨®lo se hab¨ªa visto a ciclistas espa?oles por todas partes. Perejil, que est¨¢ en todas las salsas. Eladio, Cuesta y D¨ªaz Justo, revoltosos, juguetones, de entrada. Tambi¨¦n Osa: control y fuga. Siempre delante. Diezmando a las otras selecciones. Dejando a Ullrich sin fuerzas ni compa?eros. Despu¨¦s, los dem¨¢s: Sevilla, enorme, jugando de defensa y delantero, abortando cortes, forzando la marcha con el italiano de turno, salpicando Lisboa con su gracia; Casero, en el llano, en los descensos; Vicioso, arriba y abajo; Blanco, oscuro, cara cubierta de barro, fuerza; Beloki, en los momentos dif¨ªciles, capit¨¢n de ruta, int¨¦rprete de Freire; Rubiera, cortando al final; Beltr¨¢n, la sombra del jefe.
Siempre a la que salta. Se fue Vicioso con Di Luca y Bettini, otra de las apuestas locas italianas, y murieron los alemanes. Era la vuelta 17?. Ullrich se qued¨® sin gregarios. Se agotaron todos persiguiendo. Se qued¨® Ullrich solo con Aldag. Ataque de nervios. Ataque desesperado. Impaciencia. Plato grande y todo, Ullrich atac¨® en el sitio equivocado, en el momento que no era. A falta de dos vueltas, 35 kil¨®metros. La gente se asust¨®. La coz, gritaba. Pero no pas¨® nada. O casi nada. 'Sab¨ªamos que, si no se iba solo, Ullrich levantar¨ªa el pie', dijo Beloki. No se pudo ir solo. Le aguant¨® Figueras, otro italiano y Boogerd y los holandeses.
Pero Freire no. Fue el momento m¨¢s grave. 'Me dej¨® tirado', dijo Freire, que quiso seguirle y no pudo; 'decid¨ª no salir m¨¢s a sus ataques y recuperar fuerzas'. Se alarmaron sus compa?eros. Le preguntaron por su circuito interno: '?Est¨¢s bien? ?Qu¨¦ hacemos?'. 'Les dije que no hab¨ªa problemas, que tiraran para adelante', les respondi¨®. 'Le hicimos caso', explic¨® Beloki; 'seguir¨ªamos la t¨¢ctica del sprinter, la que nos dict¨®. Le llevar¨ªamos hasta el final'.
En la siguiente vuelta, y en la siguiente, siempre en la Pimenteira, Ullrich volvi¨® a intentarlo. Siempre marcado, con gente encima, sin ¨¦xito. Hasta Simoni, el pimpante italiano, el ganador del Giro, dio un zapatazo. Y hasta pudo irse solo. Abri¨® hueco. Nadie se alarm¨®. 'En el descenso sab¨ªamos que caer¨ªa', cont¨® Freire. Cay¨®, pero, entre otras cosas, gracias a la traici¨®n de Lanfranchi, otro italiano, que entreg¨® su ¨²ltimo aliento en la persecuci¨®n de su compatriota. 'No sab¨ªa que Simoni iba solo', le disculp¨® Bettini, tambi¨¦n italiano y compa?ero en el Mapei de Freire y Lanfranchi, que disput¨® el sprint y fue el segundo.
As¨ª llegaron al ¨²ltimo kil¨®metro. Y Freire no estaba. 'Le vi all¨ª solo y, como yo no ten¨ªa nada que hacer en el sprint, le dije que se pusiera a mi rueda y le sub¨ª'. Fue Botero, el inmenso colombiano, el que le protegi¨® y le acerc¨® a la cabeza. Porque, llegado el momento, cuando faltaban 200 metros, cuando el Mundial se iba a decidir, hubo otro barrido de c¨¢mara desde el cielo. Una camiseta naranja abriendo el paso, el desesperado Dekker, el favorito que no encontr¨® su sitio. A su rueda, Zabel, invitado inesperado, impaciente, loco por acabar. Y detr¨¢s, a la derecha, contra las vallas, ¨¦l, Freire, progresando, rozando el alambre, las ruedas, lanzando su golpe de ri?ones. Llegado el momento, el hombre invisible, el que nunca aparece, ocup¨® de repente toda la pantalla. Porque, por dentro, por el hueco estrecho, super¨® a Zabel, el grande; pas¨® a Dekker, el desesperado; resisti¨® el intento de remontada de Bettini, del esloveno Hauptman. Sac¨® casi una bicicleta al segundo. Levant¨® los brazos y llen¨® el mundo con su sonrisa inmensa. 'No se gana todos los d¨ªas y, si no entras riendo...', concluy¨®. Era su segundo t¨ªtulo mundial, su segundo arco iris. A¨²n tiene 25 a?os.
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