Nostalgia por el cine en Afganist¨¢n
Los talibanes destruyeron las salas como si fueran objetivos militares
El 2 de agosto de 1999, cuando los talibanes ocuparon la peque?a localidad afgana de Charikar, atacaron con ferocidad, como si se tratara de un objetivo militar, el ¨²nico cinemat¨®grafo, demonizado en su visi¨®n radical del Cor¨¢n.
El Parvan Cinema, en Charikar, se llenaba siempre. Muchas personas ven¨ªan desde muy lejos
No es Cinema Paradiso; ni se mueve en ¨¦l un Philippe Noiret desenredando la magia del cine ante los ojos de un ni?o. S¨®lo se llama Parvan Cinema, se encuentra en Charikar y est¨¢ destruido. El 2 de agosto de 1999, cuando los talibanes ocuparon esta peque?a localidad afgana de la llanura de Shomal¨ª, atacaron con ferocidad, como si se tratara de un objetivo militar, el ¨²nico cinemat¨®grafo, demonizado en su visi¨®n radical del Cor¨¢n. Lo mismo sucedi¨® en Kabul en 1996: de las 15 salas existentes antes de la invasi¨®n sovi¨¦tica, seis sobrevivieron a los combates, pero ninguna al fanatismo.
En aquel d¨ªa de agosto de 1999, milicianos talibanes tocados con turbantes negros y armados con Kal¨¢shnikov destriparon los proyectores made in URSS a golpe de maza o los arrojaron al vac¨ªo; y rociaron con gasolina la pantalla de yeso, una mera pared blanca y demasiado irregular; y abatieron a patadas cada silla de madera de la platea, en las que se sentaban los hombres, y las del primer anfiteatro, en fila de a tres, en las que las mujeres se resguardaban en la oscuridad sin la obligaci¨®n del burka.
En el Parvan Cinema a¨²n huele a odio: un aroma agrio y nauseabundo. Y tambi¨¦n huele a inmundicia reciente; a excrementos y basura abandonada.
De nuevo en manos de la Alianza del Norte, Charikar se despereza cada ma?ana envuelta en una bruma gris de recuerdos y sombras. Jasrallah y su amigo Kajam, experto en reparar aparatos de radio, deambulan juntos entre una alfombra de cascotes y cal, recordando tiempos mejores. 'Se llenaba siempre', dice Kajam juntando las manos. 'Aqu¨ª se reun¨ªan 400 personas. Los pasillos estaban repletos; hab¨ªa gente de pie y otros asomados en las puertas y ventanas. Muchos ven¨ªan desde muy lejos. Cada d¨ªa hab¨ªa tres sesiones, de la ma?ana a la noche, y a menudo pod¨ªamos ver varias veces la misma pel¨ªcula'. En el Parvan Cinema se exhib¨ªan largometrajes de todo tipo: producciones indias, afganas y alg¨²n que otro producto estelar del lejano Hollywood. 'Aqu¨ª vi Rambo, cuando luchaba junto a los mujaidines en contra de los rusos', afirma Jasrallah dando un puntapi¨¦ a una vaina.
En Charikar no abundan las diversiones. 'A veces traemos a este lugar un aparato grande de televisi¨®n y un v¨ªdeo y vemos pel¨ªculas', confiesa Kajam, 'pero apenas podemos escuchar lo que dicen por el ruido del generador'.
Anwar tiene 30 a?os y es el Philippe Noiret del Parvan Cinema. ?l buscaba las pel¨ªculas en el mercado, cobraba la entrada (150 afganis, 50 pesetas) y accionaba los proyectores rusos desde el tercer piso. Hoy est¨¢ en Kabul, en la prisi¨®n de Aziz. Los talibanes se lo llevaron en la retirada y ahora le acusan de exhibir pel¨ªculas contrarias a la religi¨®n y cobrar dinero por ellas. Se trata de un delito grave. En ese tercer piso, donde Anwar manipulaba los sue?os, apenas queda suelo ni techo. El sol c¨¢lido del mediod¨ªa y el fr¨ªo de la noche se cuelan por los agujeros de la madera. Unos grandes boquetes obligan a saltar como en el truque para caminar por unas maderas ruidosas e inestables. En la pared de la derecha quedan seis ventanucos desde los que se ve de lejos la pantalla. En una de las dos habitaciones del fondo hay dos proyectores met¨¢licos de color verde. Tambi¨¦n fueron destrozados a golpes. Kajam y otro de sus amigos de Charikar, Assadallah, que ejerce de farmac¨¦utico, juguetean entre los restos.
Del techo cuelgan vigas, pajas y tiras de celuloide. 'Me encantaban las pel¨ªculas indias', confiesa Assadallah sin ocultar una risa pilla, 'las mujeres son muy guapas y buenas actrices'.
El Parvan Cinema era tambi¨¦n una peque?a sala de teatro y de canto, donde los ni?os y ni?as de las escuelas iban a representar sus peque?os dramas o comedias y entonar himnos patri¨®ticos. El escenario es hoy un agujero de ladrillos que se ha transformado en un foso. Rahamatallah, de 13 a?os, y Raza, de 16, escuchan absortos la conversaci¨®n de los adultos. Miran a la pantalla vac¨ªa y no ven nada en ella. Ni siquiera una memoria extinguida. 'Nunca he ido al cine; no s¨¦ qu¨¦ se ve en una pel¨ªcula', admite Raza con una sonrisa triste.
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