Las mujeres invisibles de Afganist¨¢n
La afganas tambi¨¦n carecen de rostro y voz en las zonas del pa¨ªs controladas por la Alianza del Norte
Sin rostro. Sin apenas nombre ni voz. Las mujeres deambulan por ciudades y aldeas escondidas bajo una tela azul o blanca. Pesa siete kilos y se llama burka, la prenda ancestral de Afganist¨¢n que las cubre de la cabeza a los pies. Una redecilla a la altura de los ojos les permite ver y las protege de las miradas de los hombres. Las m¨¢s j¨®venes, al cruzarse con un extranjero, le observan descaradamente y se r¨ªen, pero la mayor¨ªa lo esquiva, agacha la testa o le da la espalda. 'Los talibanes han convertido la tradici¨®n en ley, pero aqu¨ª, en el territorio controlado por la Alianza del Norte, esta tradici¨®n es mucho m¨¢s fuerte que cualquier norma', afirma Sherine Zaghow, una egipcia que trabaja con una ONG francesa en la localidad de Golbahar.
'Los hombres se ponen como locos cuando van a Tayikist¨¢n. Pueden ver mujeres sin la 'burka'
'No quiero llevar la 'burka' cuando tenga 16 a?os, pero si mi padre me lo ordena lo llevar¨¦'
Cuando las fuerzas talibanes conquistaron Kabul, en la madrugada de 27 de septiembre de 1996, desterraron a la mujer de la vida civil, expuls¨¢ndola de la ense?anza y confin¨¢ndola al hogar. El 65% del profesorado, el 40% de los escolares y casi la mitad de los 7.000 estudiantes de la Universidad de Kabul eran mujeres. Ninguna se atrevi¨® a desafiar al mul¨¢ Mohamed Omar, el l¨ªder talib¨¢n. El golpe humano y cultural result¨® brutal.
En el norte, la ense?anza es mixta, pero pocas alumnas logran terminar sus estudios secundarios. Las familias se convierten en el principal escollo al reclamar a las ni?as para efectuar tareas en el hogar o para casarlas a edad muy temprana. En la escuela de Avegealalh, un caser¨®n descascarillado en Charikar, a una docena de kil¨®metros del frente, ni?as como Maree, de 11 a?os, juegan con sus amigas cubiertas con un chador.
Maree cursa tercer grado de primaria, aprende con pasi¨®n dari (la lengua de los tayikos), ciencias, aritm¨¦tica, ingl¨¦s y los principios del Cor¨¢n.
Las clases se desarrollan de ocho a doce del mediod¨ªa seis d¨ªas por semana en un recodo de un pasillo en penumbra. Maree es la primera de la clase, la m¨¢s espabilada. Tiene unos hermosos ojos marrones claros y profundos. 'Me gustar¨ªa ser m¨¦dico', musita. Es la s¨¦ptima de ocho hermanos, la mayor¨ªa varones. 'Al llegar a casa estudio o ayudo a mi madre a limpiar y preparar la comida'.
Cuando se le pregunta por la burka esconde un poco el ment¨®n en el hombro y responde ruborizada: 'No me gusta. No lo quiero llevar cuando tenga 16 a?os'. Despu¨¦s, tras meditarlo, a?ade: 'Bueno, si mi padre me lo ordena, lo tendr¨¦ que llevar'.
Farzana trabaja en el hospital del Panchir. Es ayudante de enfermer¨ªa y se mueve en la sala de las mujeres. Tiene 18 a?os, es menuda y algo t¨ªmida. 'Me casar¨¦ con quien mande mi padre', afirma. Farzana viste una bata de color verdoso, pero en cuanto sale del hospital se coloca encima la burka, una prenda que le agrada.
Todas sus respuestas concluyen en una misma justificaci¨®n, 'lo manda mi padre', una figura que en la tradici¨®n afgana interpreta el rol del patriarca incontestable.
Karima, de 21 a?os, es celadora en el mismo hospital que Farzana, el ¨²nico de la zona que cuenta con dos quir¨®fanos, ox¨ªgeno y cirujanos italianos de la ONG Emergency. 'No llevo la burka en la calle. La detesto porque pesa demasiado; con ella no podr¨ªa caminar', dice. Karima, como muchas mujeres afganas, es una mutilada. Hace diez a?os, cuando era una ni?a como Maree, una mina antipersona le destroz¨® ambas piernas. Hoy camina con dos pr¨®tesis, se siente ¨²til, ayuda a su madre, refugiada en el Panchir como ella, y no quiere casarse.
Los matrimonios en Afganist¨¢n son de conveniencia y se arreglan entre las familias. El padre del chico visita al de la chica y mercadea la boda. No se trata de negociar una dote en dinero, pero s¨ª en especias o animales. Son muy raros los casos en los que la hija se opone a la decisi¨®n del padre y los que ¨¦ste acepta su opini¨®n. 'Se trata de una sociedad cerrada y machista, en la que el hombre resulta la figura central. La mujer apenas tiene derechos', sostiene Sherine Zaghow. 'El problema es inmenso; no existe inversi¨®n en educaci¨®n y las tradiciones se mantienen inamovibles desde hace siglos... Pero este mundo tambi¨¦n perjudica al hombre. Algunos de los que trabajan en nuestra organizaci¨®n no han visto el rostro de una mujer fuera de sus familias desde hace a?os, por eso se ponen como locos cuando hay que ir a Tayikist¨¢n para recoger un cargamento. Al menos all¨ª pueden ver mujeres sin la burka', a?ade Zaghow.
En la escuela de Avegealalh, un muro y una verja de hierro separan la calle del colegio. Se trata de dos mundos. En el de fuera, las mujeres caminan tapadas, los ni?os persiguen al extranjero pregunt¨¢ndole en ingl¨¦s How do you do? y los burros se mueven perezosos portando cargas excesivas de maderas o piedras. En el mundo de dentro, mujeres como Zarmina, Mariam y Royal cuelgan sus burkas en una taquilla de metal y se mueven por aulas y pasillos cubiertas con un chador. 'Me gusta la burka', afirma Zarmina, la profesora de Ciencias. 'Es una tradici¨®n nuestra y lo manda el islam', a?ade.
Mariam habla de los matrimonios de conveniencia y reconoce que, a veces, la chica puede ver a hurtadillas al chico antes del matrimonio. Royal, una profesora de ingl¨¦s incomprensible, est¨¢ de acuerdo con el sistema de boda arreglada por los padres. Las tres critican la pol¨ªtica de los talibanes y su radicalismo. 'Cuando ocuparon Charikar nos prohibieron dar clase; el colegio tuvo que ser cerrado', dice Zarmina, pero ninguna de ellas discute unas costumbres que apenas dejan entrever diferencias entre un fanatismo por decreto y otro heredado.
La incipiente sociedad civil de las ciudades como Kabul, en la que la mujer comenz¨® a disfrutar de un papel social relevante, qued¨® borrada de un plumazo por los talibanes. El salto atr¨¢s fue colosal, del siglo XIX a la Edad Media.
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