Cangrejos, estrellas de mar y otros animalillos inquietantes
El programa '?Toca, toca!' de CosmoCaixa ofrece a los visitantes el contacto directo con los ejemplares expuestos
Cualquier visitante asiduo de museos conoce bien el precepto de que no se pueden tocar los objetos expuestos. Si el visitante es de corta edad, la norma se le repite varias veces, con la idea de intentar asegurar su cumplimiento. Pues bien, como no hay regla sin excepci¨®n, a los que acuden al Museo de la Ciencia CosmoCaixa de Alcobendas se les insiste justo en lo contrario. Hasta tal punto es as¨ª, que una de sus secciones lleva por t¨ªtulo el atrayente (sobre todo para los ni?os) imperativo de ?Toca, toca!
Se trata de un espacio en el que se reproducen dos importantes ecosistemas: la selva amaz¨®nica y el litoral mediterr¨¢neo, con algunos ejemplares de los animales que los habitan. Planteada como un taller, la actividad tiene como objetivo principal que los participantes pierdan el miedo hacia ciertos animales sin perderles el respeto.
Sin embargo, parece evidente que no asustarse ante una boa constrictor o, en menor medida, ante un erizo marino de los que tanto abundan en las costas espa?olas y cuyos efectos sobre la planta del pie quien m¨¢s quien menos conoce bien, es tanto m¨¢s dificultoso en proporci¨®n inversa a la edad de los visitantes. Por eso, las monitoras que conducen el taller echan el resto con los m¨¢s peque?os. Fue lo que tuvo que hacer la monitora Ar¨¢ntzazu (licenciada en Biolog¨ªa) con el grupo escolar de siete ni?as de cinco a?os que acudi¨® al taller hace unos d¨ªas: emplearse a fondo (hay que decir que con una estrategia m¨¢s que eficaz) en que las peque?as perdieran poco a poco su resistencia a meter la mano en el agua de una gran cubeta que cobija a cangrejos, estrellas de mar y otros animalillos mucho menos conocidos pero de aspecto inquietante.
El caso es que, al final, incluso las menos audaces (las que s¨®lo se atrev¨ªan con la indefensa esponja y retiraban una y otra vez la mano en el ¨²ltimo momento, cuando Ar¨¢ntzazu estaba a punto de depositar el erizo sobre su palma) terminaron tocando la mayor parte de los bichos inmersos en el agua; por cierto, se dir¨ªa que m¨¢s que acostumbrados a este trasiego, a tenor de la escasa o nula reacci¨®n que mostraban los animalitos al pasar de mano en mano.
Pero, cuando las ni?as hab¨ªan perdido casi del todo la resistencia a tocar a los animales, la monitora las condujo misteriosamente (causando en ellas mucha expectaci¨®n) hacia una 'cueva' ('agachaos para entrar') cuyo interior lo preside un gran cartel que advierte: 'No toques, no'. La aparente contradicci¨®n qued¨® explicada minutos despu¨¦s cuando Ar¨¢ntzazu inform¨® de que todos los animales que se agrupan en ese apartado son las diferentes especies venenosas que habitan la pen¨ªnsula Ib¨¦rica; es decir, que 'conviene conocerlas, porque podemos toparnos con alguna al salir al campo', explic¨®. Mara, Mar¨ªa, Cristina, Paula, Patricia o Miriam observan entonces con prudencia un ejemplar de v¨ªbora, una peque?a escolopendra ('es como un ciempi¨¦s venenoso') o un alacr¨¢n, y prestan mucha atenci¨®n cuando la monitora les explica la costumbre de estos animales de refugiarse bajo las piedras.
Unos minutos m¨¢s tarde, todas ellas se adentran en un peque?o decorado que reproduce el h¨¢bitat de la selva amaz¨®nica. Aqu¨ª pueden tocar de nuevo, pero ya est¨¢n m¨¢s reticentes despu¨¦s del paso por la zona de animales venenosos. Llegan a atreverse con la tortuga acu¨¢tica, de escaso tama?o, y Mar¨ªa, mientras la sostiene entre sus manos ('c¨®gela como si fuera un bocata'), incluso asegura que 'sonr¨ªe'; pero el resto rechaza el ofrecimiento de tomar la tortuga de patas rojas (de mayor tama?o), a pesar de que, para facilitar el trato, la monitora les dice que la llamen por su nombre de pila, Manolo.
Presentada tambi¨¦n por su nombre, le llega el turno a Lola, un peque?o ejemplar de boa constrictor, pero ya s¨ª que han renunciado incluso a acariciarla. No en vano han escuchado con mucha curiosidad las explicaciones de la bi¨®loga sobre el modo de alimentarse del reptil: 'Aprietan a sus v¨ªctimas hasta romperles los huesos y luego desencajan su mand¨ªbula y se las tragan enteras'.
Para no cerrar la sesi¨®n con un tono tan dram¨¢tico, Ar¨¢ntzazu propone a las chicas un juego de adivinanzas: '?Por qu¨¦ las serpientes sacan constantemente su lengua?'. Las respuestas son variopintas: para comer, jugar, saludar..., hasta que se les desvela la respuesta: 'Para oler'.
Sin duda, la cercan¨ªa con los animales y la presencia de algunas rarezas como el pez pulmonar (que es capaz de sufrir una especie de hibernaci¨®n cuando falta el agua) es el principal atractivo de este apartado del museo, que sistem¨¢ticamente agota las entradas para todas las sesiones (seis diarias, con un aforo m¨¢ximo de 30 personas) a las pocas horas de su apertura (no se admiten reservas, excepto colegios).
Tanto el ?Toca, toca! como otra actividad exclusiva para ni?os de tres a ocho a?os, el Clik de los ni?os (un espacio de juegos donde a los m¨¢s peque?os se les intenta despertar la curiosidad sobre el funcionamiento de las poleas o la transformaci¨®n de la energ¨ªa, por ejemplo) son ideas originales dise?adas por la Fundaci¨®n La Caixa (gestora del museo) para su desarrollo tanto en el CosmoCaixa como en el Museo de la Ciencia de Barcelona.
CosmoCaixa. Pintor Vel¨¢zquez, s/n, Alcobendas (N-I, salida 14). De martes a domingo, de 10.00 a 20.00. Tel¨¦fono 914 845 200. Fax 914 845 225.
CosmoCaixa. Pintor Vel¨¢zquez, s/n, Alcobendas (N-I, salida 14). De martes a domingo, de 10.00 a 20.00. Tel¨¦fono 914 845 200. Fax 914 845 225.
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Dos jornadas de puertas abiertas
Desde su apertura, hace a?o y medio, Cosmocaixa ha recibido m¨¢s de 700.000 visitas; a pesar de esta gran afluencia de p¨²blico, los pr¨®ximos d¨ªas 10 y 11, con motivo de la Semana de la Ciencia, el museo celebrar¨¢ sendas jornadas de puertas abiertas con entrada gratuita. Seg¨²n responsables del museo, uno de sus mayores empe?os y a la vez clave de su ¨¦xito es el de convencer al p¨²blico de que ¨¦ste es un museo interactivo y de que, por tanto, sin la manipulaci¨®n del visitante no se pueden llevar a cabo las mil y una demostraciones cient¨ªficas que encierran sus salas. Mostrar el cuarto estado de la materia, realizar experimentos de percepci¨®n sensorial y de reacciones qu¨ªmicas o hacer visible, mediante el espectacular y gigantesco p¨¦ndulo de Foucault, ni m¨¢s ni menos que el movimiento rotatorio de la Tierra, son s¨®lo unas cuantas posibilidades de las que ofrece el centro. Sin olvidar algunas propuestas l¨²dicas como utilizar los telescopios de sonido instalados en los jardines del museo, que permiten a dos interlocutores o¨ªrse a m¨¢s de cien metros de distancia, o algunos tesoros que guarda en la parte expositiva; por ejemplo, el f¨®sil m¨¢s antiguo de un ¨®rgano visual.
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