Muerte de un testigo
Cada una de las muertes, de civiles o militares, producidas por la guerra es una tragedia personal irreversible que ninguna estad¨ªstica podr¨¢ nunca registrar. En las guerras contempor¨¢neas, las v¨ªctimas civiles superan con creces a las militares: siete civiles por cada soldado, invirtiendo la proporci¨®n de la Primera Guerra Mundial, seg¨²n recordaba el pasado domingo en estas p¨¢ginas el gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski. Entre esos civiles figuran siempre periodistas. Es decir, personas que han acudido voluntariamente al escenario de su muerte conscientes del riesgo, cuando podr¨ªan haberlo evitado. Como Julio Fuentes, enviado de El Mundo, asesinado el lunes junto a otros tres colegas cuando viajaban de Jalalabad a Kabul.
En las recientes guerras de Yugoslavia perdieron su vida un centenar de periodistas. Seg¨²n Reporteros sin Fronteras, el a?o pasado fueron asesinados o murieron en escenarios b¨¦licos 33 periodistas; en lo que va de 2001 son ya 20, de los que siete fallecieron en Afganist¨¢n. Julio Fuentes hab¨ªa estado en muchos conflictos b¨¦licos y visto muchos muertos, tambi¨¦n colegas. Los corresponsales de guerra viajan a los escenarios de mayor riesgo con el cometido profesional de ser testigos de los dramas humanos asociados a todas las guerras: la lucha por la supervivencia, el miedo, el odio, la crueldad; pero tambi¨¦n la solidaridad y la generosidad, el hero¨ªsmo que demuestran los seres humanos en condiciones extremas.
Con frecuencia, la presencia de los corresponsales act¨²a como elemento disuasorio de abusos y crueldades a¨²n mayores. Pero el precio que pagan es convertirse a veces ellos mismos en v¨ªctimas de quienes no quieren testigos.
Se suele decir que la primera v¨ªctima de la guerra es la verdad. Para intentar evitarlo, informando honestamente, se juegan su vida los corresponsales de guerra, y algunos la pierden en el empe?o. Como Julio Fuentes, nuestro compa?ero.
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