Coraz¨®n partido. Cric
La mujer se levanta. Hace sitio en la mesa, apartando el micr¨®fono y los papeles. Extiende sobre el hueco un trapo blanco, y coloca encima un libro abierto. Sobre el libro un objeto redondo que acaba de sacar de una bolsa. ?Qu¨¦ es? Desde las butacas no se ve. El p¨²blico levanta la cabeza, se concentra. Es un coraz¨®n, de verdad, el coraz¨®n de un animal grande. La mujer coge ahora un cuchillo y parte el coraz¨®n por la mitad, sobre el libro. Murmullos en la sala. Luego lo cubre con un manojo de flores malvas. Y empieza a leer un poema.
Que el p¨²blico devora. Ha funcionado el gesto de romper el coraz¨®n sobre el libro. Porque era inesperado, ins¨®lito en un contexto como ese -el sal¨®n del actos del Centro Cultural Koldo Mitxelena, en mitad de un encuentro de poetas-. Por la eficacia pl¨¢stica de sus materiales: un cuchillo, un coraz¨®n literal, y el color. Por la fulgurante conexi¨®n con el mensaje. Violento. Part¨ªrsenos el coraz¨®n, decimos sin pensar, y ahora lo estamos viendo.
La mujer es la escritora gallega Chus Pato, est¨¢ participando en San Sebasti¨¢n en el VI Encuentro de Mujeres Poetas, en la mesa redonda dedicada a las representaciones formales de la violencia, y hace un momento ha dicho que somos consumidores no creadores de lenguaje.
Devorar los lenguajes. Desgastarlos. Y me pregunto cu¨¢ntas veces funcionar¨ªa la escena del coraz¨®n partido sobre el libro, cu¨¢ntas veces lograr¨ªa captar la misma atenci¨®n del mismo p¨²blico. Quiz¨¢s una vez m¨¢s. Por una curiosidad de comprobaci¨®n, de cotejo legitimador de la sorpresa reci¨¦n nacida. Pero poco m¨¢s. Luego el mensaje ir¨ªa perdiendo vagones, hasta quedar in¨²til en una v¨ªa muerta. Coraz¨®n podrido. Lirios marchitos. Texto borrado.
La violencia es un tornillo sin fin, una cinta infinita, un disco rayado. En las calles, en las casas, y tambi¨¦n en el interior de nuestro pensamiento se repite, se copia cruelmente a s¨ª misma. Tanto que hemos llegado a representarnos la paz s¨®lo como su ausencia. Tanto que la echamos de menos en el cine o los libros o las obras pl¨¢sticas; lo violento se confunde muy a menudo con lo importante; lo fuerte con lo bueno.
Esa violencia incesante, fluvial, tiene razones complejas, culpas m¨²ltiples que no puedo abarcar totalmente. Lo que puedo hacer es pensar e imaginarme maneras de acabar con ella. Y pienso ah¨ª mismo, en esa misma sala de debate que la violencia sigue por la manera en que es representada. Porque la violencia se informa, no se expresa en los medios de comunicaci¨®n. 'Lo previsible es invisible', es una de la reglas de las reglas de la expresividad. Los telediarios invisibilizan el horror a fuerza de relatar cl¨®nicamente -igual tono, perspectiva, estilo- lo horrible, a fuerza de cortar para representarlo el mismo coraz¨®n todos los d¨ªas, a la misma hora con el mismo cuchillo, con el mismo revestimiento floral, caduco.
Cuando yo era peque?a se vieron las primeras im¨¢genes del hambre: los ni?os de Biafra. Entonces nos parti¨® el coraz¨®n su desgracia. Lo injusto de su situaci¨®n; que sentimos insoportable, intolerable. Pero a quienes controlan la informaci¨®n no les interesa la justicia, s¨®lo las justificaciones -para poner hoy aqu¨ª, y quitar de all¨¢-. Y prefieren que nos vayamos haciendo a la idea de que lo intolerable es en realidad inevitable. Por eso nos anestesian con im¨¢genes inexpresivas, vacuas.
La poeta ha retirado el coraz¨®n de la mesa. El dolor -mal contado a conciencia, una vez y otra vez, culpablemente- ya no nos hace reaccionar. Est¨¢ previsto, calculado. Que al cabo de cien telediarios de guerra ya no parezca guerra sino cine b¨¦lico. Que despu¨¦s de mil fotos de ni?os de vientres abultados y piernitas de alambre y moscas en los ojos, el horror se vuelva ?qu¨¦ horror!, y luego sin puntos de exclamaci¨®n, y luego seguir comiendo mientras lo vemos, y luego quedarnos dormidos mientras siguen las noticias como un disco rayado... un cric continuo, sin letra, s¨®lo un cric. Cric, cric, cric...
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