La vida cotidiana en el infierno
El 2 de enero de 1999 fallec¨ªa en Berl¨ªn, su ciudad natal, el gran publicista Sebastian Haffner, a la edad de 91 a?os. Su verdadero nombre era Raimund Pretzel y proven¨ªa de una familia acomodada. Su padre, un funcionario prusiano que pose¨ªa una excelente biblioteca con m¨¢s de 10.000 vol¨²menes, le transmiti¨® su pasi¨®n por los libros, pero tambi¨¦n lo ayud¨® a adquirir la sensatez necesaria para observar el mundo con sentido com¨²n. El muchacho estudi¨® jurisprudencia y, a sus 25 a?os, era ya pasante en el Tribunal Imperial de Justicia; con cierta probabilidad, su carrera hubiera sido la de un alto y brillante funcionario de Estado de no haber llegado Hitler al poder en Alemania, el 30 de enero de 1933.
HISTORIA DE UN ALEM?N. RECUERDOS, 1914-1933
Sebastian Haffner Traducci¨®n de Bel¨¦n Santana Destino. Barcelona, 2001 264 p¨¢ginas. 2.500 pesetas
LTI
Victor Klemperer Traducci¨®n de Adam Kovacsics Min¨²scula. Barcelona, 2001 410 p¨¢ginas. 3.660 pesetas
Aunque aquel joven rubio y bien parecido no era de origen jud¨ªo, sino 'ario', y no ten¨ªa nada que temer en ese sentido de los nazis, que incluso le hubiesen permitido medrar en la Administraci¨®n, en 1938 eligi¨® el camino del exilio traslad¨¢ndose a Inglaterra. All¨ª trabaj¨® para The Observer como periodista y, tras estallar la Segunda Guerra Mundial, public¨® Germany: Jekyll
Y ya como Sebastian Haffner regres a su patria en 1954, donde trabaj para Die Welt y, despu¨¦s, durante muchos a?os, para el semanario Stern. Aparte de sus pol¨¦micos art¨ªculos de an¨¢lisis hist¨®rico-pol¨ªtico -la pacata izquierda germana siempre consider¨® a Haffner un columnista 'de derechas', dados sus inveterados ataques al comunismo de la RDA-, public¨® t¨ªtulos tan se?eros como Churchill, Die November Revolution, Anmerkungen zu Hitler o el ¨²nico de sus libros aparecido en Espa?a, hoy descatalogado: El pacto del diablo (Bruguera), sobre las relaciones germano-sovi¨¦ticas.
Entre el legado de Haffner, los albaceas hallaron un texto in¨¦dito que llevaba por t¨ªtulo Historia de un alem¨¢n. El original databa de 1939. Apenas publicado en Alemania, el pasado a?o 2000, el in¨¦dito de Haffner se convirti¨® en un gran ¨¦xito de ventas, y es que su contenido result¨® ser apasionante. Mezcla de reflexi¨®n ensay¨ªstica y autobiograf¨ªa, Haffner intentaba explicarse, por una parte, las razones que hab¨ªan posibilitado el ascenso de Hitler al poder, y con este fin repasaba con admirable claridad y concisi¨®n la historia de Alemania desde 1914 hasta aquel momento. Por otra parte, el autor se centraba en su propia vivencia durante los meses que siguieron a aquel acontecimiento fat¨ªdico y que tan graves consecuencias traer¨ªa consigo.
Fue el instinto, 'la nariz', lo que previno en contra de los nazis a aquel chico culto, despabilado, individualista y celoso de su libertad, que era Raimund Pretzel a sus 25 a?os, en 1933. En modo alguno pod¨ªa adherirse a un r¨¦gimen que se inmiscu¨ªa sustancialmente en la vida privada de las personas, que se propon¨ªa dirigir sus movimientos, controlar las amistades, los gustos y, principalmente, el pensamiento de todos. Aquel joven, que incluso en cierta ocasi¨®n se hab¨ªa declarado 'm¨¢s bien de derechas', sent¨ªa que hab¨ªa algo que 'ol¨ªa mal' en los nuevos se?ores: su ret¨®rica, su cinismo, la brutalidad de sus acciones. Pero ese olfato para discernir entre lo carente de valor y aquello que s¨ª lo pose¨ªa, desgraciadamente -se lamenta el autor-, era ajeno a la mayor¨ªa de los alemanes.
Despu¨¦s de referirse brevemente a las tres d¨¦cadas que transcurrieron entre el fin de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento de Hitler: la inflaci¨®n, la 'era Stresemann' y, finalmente, los a?os postreros de la Rep¨²blica de Weimar, en tonos que recuerdan lejanamente a El mundo de ayer, de Zweig, Haffner describe magistralmente el infierno en que, en cuesti¨®n de d¨ªas, se convirti¨® la vida diaria en el Reich. De repente, 'la masa lo invadi¨® todo: lo b¨¢rbaro se convirti¨® en cotidiano; lo chato y obtuso, la falta de nouance, de valour se torn¨® general'. Desde entonces s¨®lo cupo lo 'pesado y artificial, lo colectivo aplast¨® el pensamiento individual; la libertad fue abolida y comenz¨® el dominio de la oscuridad y el terror'. 'El infierno' se convirti¨® en norma para los ciudadanos que se negaron a colaborar activa o pasivamente con aquella ideolog¨ªa bomb¨¢stica y fundamentalista. El ambiente se estrech¨® cada vez m¨¢s en torno a los esp¨ªritus libres y fueron nulas las posibilidades de resistir individualmente a esa especie de Goliat portaesv¨¢sticas en que se convirti¨® la naci¨®n entera.
Detr¨¢s de las aclamaciones de j¨²bilo al paso de escuadras de j¨®venes uniformados, tras el obligatorio saludo a la romana -cualquiera que se abstuviera de alzar el brazo en p¨²blico recib¨ªa una paliza-, oculto bajo la fanfarria militar, se escond¨ªa o bien la necedad de un pueblo sin conciencia, machacado por la ideolog¨ªa, o bien el miedo. De s¨²bito, el denominado 'pueblo de los poetas y los pensadores' dej¨® de serlo, pues tanto poetas y pensadores acabaron en los campos de concentraci¨®n o huyendo al extranjero. 'La cultura descendi¨® de golpe hasta niveles ¨ªnfimos', sofocada por el hervidero de consignas, por los discursos de los ide¨®logos; de pronto, dej¨® de producirse 'algo que mereciera la pena'.
Moralmente, la naci¨®n entera se desquici¨®, y no s¨®lo cuantos fueron se?alados como v¨ªctimas; tambi¨¦n quienes se unieron a los nazis, bien por cortedad, mero oportunismo o, simplemente, para salvar la vida, cayeron en una espiral de terror y chantaje emocional, y cuando quisieron salir de ella ya no lo lograron: Hitler y sus centuriones, pero tambi¨¦n la gran mayor¨ªa de sus conciudadanos, los succionaron hacia un atroz v¨®rtice de dominio. As¨ª, por pura inconsciencia, muchas personas se vieron convertidas en c¨®mplices del gran crimen contra la humanidad perpetrado por Alemania. Y es que, constata Haffner, para los ciudadanos 'normales' fue m¨¢s c¨®modo dejarse trastornar por aquel r¨¦gimen extremadamente nacionalista, populista y racista que oponer resistencia; no en vano, se impon¨ªa en toda la naci¨®n aquel car¨¢cter general que era el denominador com¨²n de una gran parte de los alemanes de la ¨¦poca: falta de coraje civil, 'instinto de reba?o' (en palabras de Nietzsche) y, sobre todo, una marcada incapacidad sustancial de disfrutar de una vida de sosiego y felicidad individuales; nada tem¨ªa m¨¢s el burgu¨¦s medio que 'el vac¨ªo y el aburrimiento'; as¨ª, el horror vacui junto a la estupidez y los difusos deseos de 'salvaci¨®n' lo enjaezaron de tal forma que se convirti¨® en presa f¨¢cil de las ideolog¨ªas de todo cu?o.
Entreverada con tales ideas y reflexiones acaso un tanto generales pero que dan en el clavo, Haffner narra, adem¨¢s, en su impresionante documento -magn¨ªficamente traducido al castellano- una tibia historia de amor: la del narrador y una muchacha jud¨ªa, acaso el trasunto literario de la mujer que lo seguir¨ªa a Inglaterra y que m¨¢s tarde ser¨ªa su primera esposa: Erika Hirsch. Asimismo, relata el avatar de su mejor amigo, tambi¨¦n de origen semita, jurista como ¨¦l, y ya sin la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de vivir con normalidad en Alemania, donde bajo los auspicios de la nueva barbarie legal se ordenaba al pueblo que diese rienda suelta a su ancestral antisemitismo.
Con el nacionalsocialismo, entraron en vigor nuevas leyes que exclu¨ªan a los funcionarios jud¨ªos de la Administraci¨®n y ordenaban a los 'arios' boicotear todo negocio regentado por jud¨ªos e incluso a los profesionales aut¨®nomos como m¨¦dicos o abogados pertenecientes a aquella 'raza maldita'. Miles de familias jud¨ªas se vieron, pues, de la noche a la ma?ana sin posibilidades de subsistencia, y escasos fueron los 'arios' que se atrevieron a desobedecer las ¨®rdenes recibidas.
Victor Klemperer (1881-1960), profesor de lenguas rom¨¢nicas en la Escuela T¨¦cnica Superior de Dresde desde 1920, perdi¨® su empleo en 1935 a consecuencia de las pertinaces leyes antijud¨ªas. Su padre fue un rabino, pero el joven Viktor recibi¨® una educaci¨®n poco ortodoxa y siempre se sinti¨® alem¨¢n, e incluso bajo los nazis permaneci¨® fiel a la cultura de Goethe y Beethoven, afirmando que Hitler y sus carniceros no eran Alemania. Combati¨® como voluntario en la Gran Guerra y se cas¨® con una mujer 'aria', la pianista Eva Schlemmer. El matrimonio Klemperer estaba bien situado, ten¨ªa estatus social, una vivienda propia y un autom¨®vil; todo ello le fue arrebatado como consecuencia de las disposiciones raciales cada vez m¨¢s inhumanas y que, aparte del ejercicio de una profesi¨®n, prohibieron a los jud¨ªos poseer bienes inmuebles, desplazarse libremente por la ciudad, usar los transportes p¨²blicos, comprar en las tiendas e incluso tener animales de compa?¨ªa. Por cierto, Klemperer escribir¨ªa sobre esta ¨²ltima disposici¨®n: 'Una de las crueldades de las que no habla ning¨²n proceso de N¨²remberg y por la que levantar¨ªa un pat¨ªbulo alto como una torre para castigarla, aunque me costase la bienaventuranza eterna'.
A Eva se le ofreci¨® la oportunidad de divorciarse de su marido 'impuro', pero ella prefiri¨® compartir su suerte. As¨ª es que las nuevas autoridades 'realojaron' al matrimonio en dos min¨²sculas habitaciones en una 'casa de jud¨ªos', junto a varias familias m¨¢s de origen semita. All¨ª, sus miembros viv¨ªan en r¨¦gimen de reclusi¨®n, privados de los derechos m¨¢s elementales, teniendo que realizar trabajos forzados en distintas empresas de la ciudad y sometidos a vejaciones continuas por parte de la polic¨ªa, que ¨²nicamente anhelaba una m¨ªnima transgresi¨®n de cualquiera de las decenas de leyes absurdas para enviar al infractor a un campo de exterminio.
Sin embargo, el tranquilo profesor, curioso observador de la realidad, contumaz escritor de trabajos filos¨®ficos acerca de sus queridos pensadores de la Ilustraci¨®n y paciente escritor de diarios, no perdi¨® la sangre fr¨ªa ni la capacidad de interesarse por su entorno. D¨ªa a d¨ªa fue anotando como pudo las minucias cotidianas de la vida en la jaula del 'imperio', y ello aun a costa de su vida y la de su mujer, pues los jud¨ªos no deb¨ªan poseer libros ni escritos privados.
De tales dietarios, compilados entre 1933 y 1945 y que pr¨®ximamente publicar¨¢ en Espa?a Galaxia/C¨ªrculo, procede en parte el material que conforma la obra que Min¨²scula edita ahora por primera vez en castellano, en esta magn¨ªfica traducci¨®n de Kovacsics. LTI data de 1947, a?o en que Klemperer, superviviente por azar junto a su esposa al aniquilamiento definitivo, fue rehabilitado como profesor. Se trata de una aut¨¦ntica joya antitotalitaria centrada en el comentario y cr¨ªtica del lenguaje dominante durante el Tercer Reich, esto es, de la ret¨®rica que impusieron los vencedores, los idiotizadores de masas, y que, en definitiva, fue la mejor propaganda para inocular sus ideas. Klemperer arremete fr¨ªamente, desmenuz¨¢ndola en sus piezas fundamentales, contra aquella jerigonza que tan certeramente describi¨® Sebastian Haffner como 'la jerga horrible que en cada uno de sus vocablos llevaba impl¨ªcito un mundo entero de poderosa estupidez'.
Como fil¨®logo que era, aquel amante de los cl¨¢sicos de todas las ¨¦pocas fue extremadamente sensible con la transformaci¨®n sufrida por su querida lengua materna, repentinamente inundada de vocablos nuevos acu?ados ad hoc o de t¨¦rminos anticuados a los que se otorg¨® un nuevo significado, cuajada de esl¨®ganes y consignas que invitaban a lo mismo: a no pensar en absoluto o a secundar a pies juntillas la ideolog¨ªa impuesta por los nuevos estadistas.
En aquel r¨¦gimen aborrecible, liderado por asesinos, las siglas de toda especie cobraron una importancia descomunal: era el signo m¨¢s visible de la preponderancia de lo colectivo y de la falta de individualidad; hab¨ªa las 'SS', las 'SA', las 'JH', las 'BDM' (luego vendr¨ªan los 'KZ'), etc¨¦tera, pero sobre todo, observa Klemperer, operaba el sofocante 'LTI', la Lingua Tertii Imperii, la lengua del Tercer Reich. Fue ¨¦sta la que de s¨²bito impregn¨® todos los ¨¢mbitos de lo cotidiano: la radio desde la que escup¨ªa el F¨¹hrer sus discursos de demente, los peri¨®dicos, convertidos en panfletos al servicio del partido, y el lenguaje del tendero de la esquina; todos cuantos viv¨ªan en Alemania se envenenaron con esas 'peque?as dosis de ars¨¦nico' en que se transformaron las palabras y que a la larga fueron letales, verdaderos c¨®mplices de las humillaciones y los asesinatos.
En un principio, mientras a¨²n se le permit¨ªa vivir como ciudadano normal, Klemperer se neg¨® a escuchar aquella abominaci¨®n o a hojear un solo libro nazi; pero andando el tiempo, ante la evidencia del poder arrollador que cobraban las nuevas expresiones, la curiosidad filol¨®gica pudo m¨¢s que sus escr¨²pulos y el despabilado profesor ley¨® incluso Mein Kampf, de Hitler, ('donde se predica la estupidez de las masas y la necesidad de mantenerlas en la estupidez'), as¨ª como cuanto panfleto nacionalsocialista ca¨ªa en sus manos a fin de analizar aquella ret¨®rica infernal, aquel abismo de vac¨ªo idiom¨¢tico que acabar¨ªa conformando una nueva visi¨®n del mundo. Klemperer descubri¨® que aquel lenguaje cargado de mentira era aceptado por la mayor¨ªa de las personas con absoluta naturalidad, impregnaba el habla cotidiana y conformaba las mentes de cuantos lo hablaban, lav¨¢ndoles el cerebro tanto a v¨ªctimas como a verdugos. As¨ª, incluso los propios jud¨ªos, cayeron presa de las novedosas concepciones y pronto hablaron el mismo idioma que los verdugos.
LTI tiene poco que ver con un intrincado tratado de filolog¨ªa para especialistas; es una obra amena, jugosa y rebosante de iron¨ªa que nos transporta a la oscura vida cotidiana del Reich a trav¨¦s de las palabras. Desde t¨¦rminos modestos como 'engranaje', 'sincronizaci¨®n', 'poner en marcha', hasta conceptos grandilocuentes como 'pueblo', 'raza', 'naci¨®n', 'conspiraci¨®n jud¨ªa mundial', 'guerra de los jud¨ªos', pasando por el an¨¢lisis de otros conceptos como 'h¨¦roe', 'fan¨¢tico', 'hist¨®rico', u observaciones acerca de la abundancia de superlativos, el modo de la puntuaci¨®n, la adjetivaci¨®n, etc¨¦tera, Klemperer elabora un impresionante breviario de la aberraci¨®n ling¨¹¨ªstica al servicio de la ideolog¨ªa totalitaria usando la t¨¦cnica de tomar palabras como protagonistas de peque?as an¨¦cdotas extra¨ªdas de la vida real, lo que convierte a LTI en un trabajo de campo, cuyos resultados son asequibles para casi cualquier lector. Pero acaso lo m¨¢s impresionante sea el retrato que elabora Klemperer a trav¨¦s de los clich¨¦s ling¨¹¨ªsticos puestos en boca de todos, de aquella sociedad que fue capaz de secundar a un 'l¨ªder' loco y a su pandilla de asesinos megal¨®manos, a aquellos 'ni?os terribles que de repente se tornaron gigantescos en su poder y capacidad para el mal'.
Las Memorias de Albert Speer (1905-1981), arquitecto ¨¢ulico de Hitler, destacan claramente esa faceta de seres inmaduros dotados de inmenso poder¨ªo que fueron los nazis y, sobre todo, el car¨¢cter de su c¨²pula de gobierno, pues abordan tanto los imponentes proyectos arquitect¨®nicos del Reich, concebidos para perdurar 'eternamente', como la guerra mundial, emprendida por Hitler en su desmesurado af¨¢n imperialista de someter Europa y el resto de la tierra.
Publicado en 1961, el grueso volumen que compilase el ex jerarca nazi Albert Speer durante sus a?os de cautiverio en el penal de Spandau se convirti¨® de inmediato en un ¨¦xito de venta. Sin duda, interesaba sobremanera conocer las opiniones de quien fuera condenado en 1946, en el proceso de N¨²remberg, a 20 a?os de prisi¨®n, acusado como criminal de guerra. En Espa?a se edit¨® en los a?os setenta en una versi¨®n mutilada y deficiente, recuperada ahora completa (con notas al pie y fotograf¨ªas) por El Acantilado, y cuidadosamente revisada por Rosa Sala. Hoy, las Memorias, al margen de la antipat¨ªa que pueda suscitar su autor, quien sin duda se esfuerza en todo momento por mostrar su faz m¨¢s agradable, perduran como uno de los documentos hist¨®ricos m¨¢s valiosos para acercarse a Hitler y a la corte de personajes histri¨®nicos que lo rodeaba, pues Speer fue un testigo excepcional de la vida del tirano.
El brillante arquitecto, persona de notable inteligencia y talento, describe la realidad del Reich desde la cima m¨¢s elevada: su visi¨®n es la del privilegiado habitante de un reino casi de ensue?o que conscientemente prefiri¨® evadirse de la realidad cotidiana de muerte y terror de aquel r¨¦gimen sangriento al que serv¨ªa, en aras de la satisfacci¨®n de sus ambiciones personales, centradas principalmente en su trabajo 'creador'. Speer se consideraba simplemente 'el arquitecto'; en un principio, 'no quer¨ªa saber de pol¨ªtica', hasta que, en 1942, asumi¨® tareas de enorme responsabilidad al ser nombrado por Hitler ministro de Armamento. En competencia con G?ring, plane¨® la econom¨ªa b¨¦lica y, gracias a su empe?o, mantuvo una fabulosa producci¨®n hasta el final de la guerra. En N¨²remberg se le acus¨®, precisamente, de que su sabia gesti¨®n hubiese retrasado el fin de la contienda en Europa, as¨ª como de haber empleado en las f¨¢bricas alemanas a miles de trabajadores esclavos.
El joven Albert Speer, v¨¢stago de una familia acomodada de la burgues¨ªa de Mannheim, termin¨® sus estudios de arquitectura en 1927. Casi de inmediato recibi¨® un encargo que pudo haberle llevado a trasladarse por tiempo indefinido al reino de Afganist¨¢n, pa¨ªs en el que acaso hubiera hecho carrera como urbanista cortesano de no haber sido derrocado el soberano Aman Allah por un golpe de Estado, suceso que dio al traste con las ilusiones de quien ya se ve¨ªa construyendo fabulosos palacios estilo Mil y una noches.
Al triunfar el nacionalsocialismo, Speer, inspirado por un 'olfato' bien distinto al de Haffner, se afili¨® al partido nazi, y poco despu¨¦s, gracias a algunos encargos menores hechos por Goebbels, trab¨® contacto con el arquitecto oficial de Hitler, Troost, y con el propio F¨¹hrer, cuya personalidad le impresion¨® 'desde el primer momento'. Poco tard¨® en descubrir la debilidad que Hitler, en tanto que 'artista que no hab¨ªa podido llegar a serlo', sent¨ªa por la arquitectura. Speer se entendi¨® de maravilla con el dictador; entre ambos proyectaron obras mastod¨®nticas, destinadas para representar ante el mundo a un imperio que tendr¨ªa que durar 'm¨¢s de mil a?os'. Cuenta Speer que se sent¨ªa 'como Fausto, siendo Hitler su Mefist¨®feles'. Fallecido Troost, ser¨ªa Speer, que tan s¨®lo contaba 30 a?os, el ¨²nico responsable de los proyectos arquitect¨®nicos de Hitler: palacios particulares para los miembros prominentes del partido, canciller¨ªas, inmensos estadios, extensas avenidas y arcos de triunfo gigantescos; todo sal¨ªa de la imaginaci¨®n del arquitecto, que sab¨ªa entusiasmar a Hitler con aquel tipo de construcci¨®n mastod¨®ntica, pl¨²mbea, elaborada con materiales pesados y bastos, como la piedra y el granito, destinados a perdurar por los siglos de los siglos.
Unido por lazos de amistad a su benefactor, Speer fue incapaz de disimular la simpat¨ªa que sinti¨® hacia la parte afable que siempre le mostr¨® Hitler. Al arquitecto se debe en gran parte el t¨®pico, tan divulgado, del 'irresistible magnetismo personal del F¨¹hrer'. En todo caso, el ambicioso colaborador, seducido por la posibilidad de llegar a ser un 'segundo Schinkel', el m¨¢s c¨¦lebre de los arquitectos prusianos del siglo XIX, prefiri¨® ignorar siempre al dictador hist¨¦rico, al demente que era capaz de encolerizarse como un chiquillo, arrojarse al suelo y, literalmente, 'comerse' de rabia las alfombras de su despacho.
Nada de ello priva de inter¨¦s a los testimonios de Speer sobre la corte hitleriana. Son memorables las descripciones de la cursiler¨ªa del 'cogollito' formado por los escogidos de Hitler durante sus estancias en la residencia de recreo de Berchtesgaden, donde las se?oras charlaban de temas insustanciales cual amas de casa burguesas mientras el F¨¹hrer comentaba con sus fieles pel¨ªculas americanas que acababa de ver en pase privado. Imprescindibles, tambi¨¦n, los testimonios acerca de G?ring, Bormann, Hess, Hoffmann o las apreciaciones acerca de la misteriosa amante del F¨¹hrer, Eva Braun. Tampoco hay que despreciar las reflexiones de Speer acerca de las diferentes etapas de la guerra, e inolvidable resulta la narraci¨®n trepidante de los acontecimientos acaecidos durante las ¨²ltimas semanas antes de la capitulaci¨®n, cuando Speer se opuso por primera vez en su vida a las ¨®rdenes de Hitler logrando impedir con su deslealtad que se llevase a cabo el siniestro plan del tirano, que pretend¨ªa nada menos que arrasar Alemania, destruir f¨¢bricas, puentes, minas, ciudades y aldeas antes que dejarlas en manos de los aliados, condenando a 'caer con ¨¦l' a la poblaci¨®n alemana.
Al pulcro Speer se le apod¨® despu¨¦s de su proceso 'el nazi bueno', en flagrante ox¨ªmoron. Manifest¨® que no supo nada de los cr¨ªmenes contra la humanidad del nazismo hasta el ¨²ltimo momento. Cuesta creerlo. Ello no impide que sus Memorias, sinceras o no, constituyan una lectura apasionante.
Sebastian Haffner
Se llamaba Raimund Pretzel. Era pasante en el Tribunal Imperial cuando los nazis llegaron al poder. Aunque no era jud¨ªo, se exili¨® en Gran Breta?a en 1938. Tom¨® su seud¨®nimo de la Sinfon¨ªa Haffner, de Mozart, para evitar que su familia fuera represaliada en Berl¨ªn. Regres¨® a Alemania en 1954, donde ejerci¨® como pol¨¦mico analista. Tras su muerte en 1999 se descubri¨® el original de Memorias de un
alem¨¢n.
Victor Klemperer
Hijo de un rabino y primo del director de orquesta Otto Klemperer, este profesor de la Universidad de Dresde perdi¨® su puesto debido a leyes que imped¨ªan a los jud¨ªos desde ejercer su profesi¨®n hasta usar los transportes p¨²blicos.
Escribi¨® unos c¨¦lebres diarios de los que procede el material de LTI, Lingua Tertii Imperii.
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