Fugitivos
Dos fugitivos se encontraron de noche en la cumbre de un valle muy profundo y a lo lejos ladraban unos perros. Cerca hab¨ªa un pueblo antiguo que parec¨ªa deshabitado. Los fugitivos eran dos guerreros que ven¨ªan huidos llevando cada uno encima una derrota distinta, hasta el punto que uno de ellos ya hab¨ªa muerto. En las afueras del pueblo hallaron cobijo en una caba?a abandonada y all¨ª encendieron una hoguera para confesar su propia capitulaci¨®n al resplandor de las llamas. Comenzaron a hablar mientras en el valle ca¨ªa la niebla. El m¨¢s joven era de coraz¨®n noble y hab¨ªa arriesgado mucho en la vida, siempre del lado equivocado. Hab¨ªa estado en Nicaragua, en El Salvador, en Sarajevo, en otras guerras perdidas. De toda su lucha por la rebeli¨®n de los desheredados le hab¨ªa quedado la leve cicatriz de una esquirla de mortero que le mordi¨® la barbilla y el recuerdo de una pasi¨®n vivida entre los cascotes. En medio de la desdicha humana, tal vez excitado por ella, hab¨ªa llegado a sentirse un h¨¦roe s¨®lo porque un d¨ªa hizo el amor a cielo abierto bajo las bombas y ese acto de placer lo consider¨® una aportaci¨®n suya a la felicidad universal, pero aquella pasi¨®n hab¨ªa terminado y ahora lloraba por esta causa tambi¨¦n perdida. Dicho esto, el joven call¨® y entonces en el fondo del valle volvieron a sonar los perros. El otro fugitivo, que era mucho m¨¢s viejo, comenz¨® a contar su propia derrota y mientras hablaba, el compa?ero observ¨® que ten¨ªa los ojos cerrados como los cierran los muertos. El no hab¨ªa estado en ninguna guerra. Nunca hab¨ªa arriesgado nada, ni en el amor ni en la pol¨ªtica. Frente a la injusticia hab¨ªa callado. Hab¨ªa presenciado matanzas de inocentes y no hab¨ªa protestado. Jam¨¢s se hab¨ªa comprometido en una causa que alterara la rutina de sus d¨ªas. La locura le hab¨ªa tentado algunas veces y siempre hab¨ªa renunciado a ella por carecer de arrojo para ser feliz. Era un hombre anodino y tributable, un conformista, por eso ahora el resplandor del fuego iluminaba su rostro lleno de l¨¢grimas. Tal vez ninguno de los dos fugitivos ten¨ªa ya salvaci¨®n, pero se sent¨ªan unidos por la misma niebla. Despu¨¦s un largo silencio termin¨® la noche, dejaron de ladrar los perros y de las chimeneas del pueblo comenz¨® a salir humo con sabor de encina. La vida continuaba. El muerto sinti¨® en los p¨¢rpados cerrados la luz rosada que el amanecer dibujaba ya en la niebla en el fondo del valle. Entonces le dijo a su compa?ero: s¨®lo esa luz de oro puede salvarnos.
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