?Choque de culturas o crisis de una hegemon¨ªa?
La tesis de Samuel Huntington s¨®lo tiene un m¨¦rito: ha hecho que desaparezca la de Francis Fukuyama que, al d¨ªa siguiente de la ca¨ªda del imperio sovi¨¦tico, anunciaba el triunfo del modelo occidental, y m¨¢s concretamente norteamericano. ?Se puede hablar de choque del mundo musulm¨¢n y del mundo occidental o cristiano? En Pakist¨¢n, tan cerca de Afganist¨¢n, el conflicto permanente con India es el centro de las preocupaciones, lo que entendi¨® bien el presidente Musharraf cuando decidi¨® unirse al lado de Estados Unidos. Los Estados musulmanes de Indonesia, Egipto, las rep¨²blicas ex sovi¨¦ticas de Asia Central y Marruecos, no se sublevaron contra las amenazas norteamericanas de una respuesta armada al atentado del 11 de septiembre. Y en el campo occidental, las manifestaciones, a veces masivas, contra los ataques norteamericanos en Afganist¨¢n, no se han extendido, porque a las mujeres les resultaba muy dif¨ªcil apoyar a los talibanes y a los dem¨®cratas al grupo Al Qaeda. Es imposible borrar de nuestras memorias el impacto de los aviones que destruyeron las torres de Nueva York y a las miles de v¨ªctimas que trabajaban all¨ª o que estaban en los aviones desviados y da igual llamar a este ataque acto de terrorismo o de guerra. Al contrario, no son dos culturas las que chocan, sino un grupo religioso y pol¨ªtico, unido a un poder totalitario, que ha desafiado a la potencia norteamericana. ?Ni las Torres Gemelas ni el Pent¨¢gono pod¨ªan considerarse lugares culturales o religiosos! ?Cu¨¢ntos de nosotros pensamos, de forma tan relativista, que dos concepciones de lo verdadero y lo falso, de la vida y de la muerte, se bat¨ªan sobre Manhattan? Al contrario, tuvimos una reacci¨®n inmediata: el rechazo a una violencia organizada por una red terrorista y no a un dirigente de todo el mundo isl¨¢mico. A¨²n hoy, no vemos progresar esta idea de un conflicto de civilizaciones o de una guerra de los dioses, como dec¨ªa Max Weber, e intentamos disociar esos dos problemas tan diferentes: por un lado, la respuesta forzosamente brutal a un ataque extremadamente brutal; por el otro, la dominaci¨®n de Estados Unidos sobre el mundo, que a principios del siglo XX se habr¨ªa denominado imperialista. Sin embargo, algunos insisten: son las dos caras de la misma moneda y el terrorismo de Bin Laden no es m¨¢s que una fuerza extrema de la lucha por la liberaci¨®n del mundo, y en particular del mundo ¨¢rabe, del imperialismo norteamericano. Este razonamiento, que puede seducir por su sencillez, es sin embargo inaceptable, porque no tiene en absoluto en cuenta las motivaciones de los actores en provecho de una interpretaci¨®n que supone arbitrariamente que todos los conflictos son de la misma naturaleza, porque todos dependen de las mismas causas y de los mismos objetivos generales. ?Pero se entiende bien la 'Gran Guerra' de 1914-18 al hablar de lucha entre las grandes potencias por la hegemon¨ªa de Europa? ?Se entiende el nazismo convirti¨¦ndolo en un instrumento de defensa del gran capitalismo alem¨¢n? Del mismo modo que nadie olvida los lazos de la pol¨ªtica y de la econom¨ªa, todos conocemos la fuerza de los movimientos propiamente nacionalistas, revoluciones propiamente religiosas o populismos formados por la propaganda de un individuo o de un partido.
Hemos conocido recientemente una controversia muy limitada entre los partidarios de una democracia llamada asi¨¢tica y la tradici¨®n universalista occidental. Esta construcci¨®n ideol¨®gica, nacida en Singapur y en Kuala Lumpur, no consigue reducir el universalismo de la Ilustraci¨®n a una cultura particular, la de Occidente. Hoy d¨ªa es inaceptable poner en entredicho la cultura de nuestra sociedad en nombre del programa de Al Qaeda. Por el contrario, hay que oponer a este tipo de interpretaci¨®n el an¨¢lisis, mucho m¨¢s justo y profundo, que pone en entredicho y condena el dominio econ¨®mico y pol¨ªtico que se esconde detr¨¢s de la globalizaci¨®n. Es decir, que confundir¨ªa de forma voluntaria el internacionalismo creciente de los intercambios econ¨®micos -que, en conjunto, es positivo- con la afirmaci¨®n de un capitalismo extremo que rechaza todas las formas de control pol¨ªtico y social en nombre de la superaci¨®n del Estado nacional por la econom¨ªa 'global'.
Porque ¨¦se es el significado m¨¢s importante del 11 de septiembre de 2001. Igual que la emoci¨®n ante el n¨²mero de v¨ªctimas inocentes fue sincera y profunda, este acontecimiento tr¨¢gico hizo que la mayor parte del mundo descubriera que acab¨¢bamos de vivir, desde los a?os setenta y sobre todo desde 1989, el triunfo absoluto, casi evidente, de las fuerzas econ¨®micas sobre las fuerzas pol¨ªticas, y a la vez la descomposici¨®n de ¨¦stas: partidos, sindicatos, debates ideol¨®gicos, aumento de las desigualdades y la frecuencia de las crisis regionales que amenazan al conjunto de la econom¨ªa mundial. Yo denuncio desde hace muchos a?os la idea materialmente peligrosa e intelectualmente est¨²pida que reduce la econom¨ªa al comercio internacional, olvidando los problemas de la producci¨®n, la gesti¨®n, el reparto y el consumo. S¨®lo una visi¨®n tan alejada de la realidad puede reclamar la liberaci¨®n de la econom¨ªa de todo control externo.
Pero nosotros no condenamos un capitalismo global en nombre de los talibanes y de Al Qaeda, sino a pesar de ellos e incluso contra ellos. En concreto, los movimientos hostiles a la globalizaci¨®n no combaten un sistema econ¨®mico, sino la destrucci¨®n de los mecanismos de la democracia hecha en su nombre. Ellos no piden la reconstrucci¨®n de las barreras aduaneras, sino el reconocimiento de una democracia capaz de gestionar la econom¨ªa en el inter¨¦s de la mayor¨ªa. El triunfo del orgullo occidental y sobre todo norteamericano sigui¨® a la ca¨ªda del r¨¦gimen sovi¨¦tico. Hoy d¨ªa descubrimos y condenamos este dominio, la miseria y la fragilidad de la mayor¨ªa.
Alain Touraine es soci¨®logo franc¨¦s, director del Instituto de Estudios Superiores de Par¨ªs.
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