Por amor al baloncesto y por orgullo
A sus casi 39 a?os, Jordan ha vuelto a las canchas para poner en su sitio a sus te¨®ricos sucesores
El amor lo puede todo. Ha podido hasta con el mejor jugador de la historia del baloncesto. Ese sentimiento hizo que Michael Jordan (17 de febrero de 1963) volviera a la cancha a sus casi 39 a?os. Pero tambi¨¦n, obvio, regres¨® por orgullo. Un competidor nato no pod¨ªa pasar el tiempo entre casinos y campos de golf sin comprobar si a¨²n ten¨ªa la capacidad y los arrestos suficientes para enfrentarse a una nueva generaci¨®n, a sus hipot¨¦ticos sucesores. Un picor con el que no quer¨ªa convivir, seg¨²n sus propias palabras. Jordan ha vuelto para acabar con tanto chisme. No hay nadie que ponga en peligro su reinado.
Las dudas que suscit¨® su tercer regreso quedaron disipadas pronto. Jordan no se arriesga a tirar su legado a la basura por un capricho o un ataque de soberbia. Su imagen, vestido ahora con el azul de los Wizzards, se alza tan majestuosa como siempre. No importa que no salte tanto o falle m¨¢s tiros.
Si hay algo de lo que se puede acusar a Jordan es de que no sabe guardar secretos. La estrella no pudo contener sus ganas de gritar al mundo que quer¨ªa volver. ?Es posible que el mejor tenga secretos?
A los dos meses de su reestreno en el Madison Square Garden neoyorquino, el 30 de octubre, Jordan sigue siendo sin¨®nimo de magia. En dosis m¨¢s peque?as, cierto, pero no hay muchos afortunados que puedan hacerla como ¨¦l.
A la NBA le ha venido muy bien que haya vuelto. A todos les ha venido muy bien. No hay nadie que transmita como ¨¦l. No es que no haya buenos jugadores, pero les falta esa conexi¨®n que tiene Jordan con el espectador. A Bryant, McGrady o Carter es como si a¨²n les faltara un cable que conectara sus canastas con las emociones de los espectadores. Sin embargo, cada jugada de su majestad es un mensaje individualizado.
Verle despu¨¦s de cada partido con sus rodillas escondidas en hielo es el ¨²ltimo s¨ªmbolo de su sacrificio hacia el baloncesto y sus seguidores. Ha vuelto para hacer felices a los dem¨¢s, para llenar un hueco que ni grandes matadores ni estrellas prematuras pueden llenar.Jordan no es s¨®lo una persona. ?l ya se considera una marca registrada. Es una multinacional con bases muy s¨®lidas y que no tiene posibilidad de quiebra. A nadie le preocupa que en un partido s¨®lo meta seis puntos o que no est¨¦ entre los jugadores m¨¢s votados para el All-Star. Su biograf¨ªa ya no necesita nada de eso.
Y el caso fue que, sin quererlo, su regreso se convirti¨® casi en un asunto de Estado. ?Qui¨¦n mejor que ¨¦l para aliviar a un pa¨ªs que nunca hab¨ªa vivido un septiembre m¨¢s tr¨¢gico? En un momento en el que se necesitaban h¨¦roes, nadie mejor.
Pero no todo ha sido de color rosa. Ha habido tambi¨¦n espinas. Si algo ha tenido de novedosa su reaparici¨®n es que, de entrada, no hubo unanimidad. Por primera vez hubo un sector cr¨ªtico. Pero ya no hay nada que avale las tesis pesimistas.
Homero dividi¨® la historia en tres edades: la de los dioses, la de los h¨¦roes y la de los hombres. Como m¨ªnimo, Jordan pertenece a la de los h¨¦roes. Un h¨¦roe que vive otra ¨¦poca, pero que mantiene su halo divino. Su sola presencia ha servido para transformar a un equipo de desesperanzados en otro competitivo. Hay quien piensa que si ha vuelto es para ganar otro campeonato. Con Jordan nunca digan 'nunca jam¨¢s'. Su epitafio viviente, escrito en su vuelo de bronce esculpido en el United Center de Chicago, lo advierte de otro modo: 'Nunca hubo nadie como ¨¦l y nunca lo habr¨¢'.
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