Teor¨ªa de la novela
Nadie que haya le¨ªdo La Odisea puede olvidar la escena del encuentro entre Nausicaa, la hija de Alcinoo, rey de los feacios, y Odiseo. Nausicaa sue?a una noche, por inspiraci¨®n de Atenea, que debe ir al r¨ªo a lavar su ropa y la de sus hermanos, y acude a hacerlo a la ma?ana siguiente en compa?¨ªa de sus sirvientas. Mientras esperan que se seque la ropa, se entretienen jugando a la pelota. Odiseo, que est¨¢ dormido tras unos matorrales, se despierta con sus gritos. Su barco ha naufragado a su regreso de la isla de Calipso y han muerto todos sus compa?eros. ?l mismo ha estado a punto de ahogarse y se ha visto obligado a permanecer varios d¨ªas flotando a la deriva en el mar, hasta llegar a la isla donde le encuentran Nausicaa y sus sirvientas. Est¨¢ desnudo y, apenas cubierto con una rama, sale aturdido al encuentro de las muchachas, pero ellas, asustadas por su aspecto terrible, huyen despavoridas al verle. Todas menos Nausicaa, que le socorre y le ense?a el camino a la ciudad. Su padre, el rey Alcinoo, le recibe con los honores de un h¨¦roe, y esa noche, despu¨¦s del banquete de bienvenida, Odiseo cuenta a los feacios sus aventuras por el mar. M¨¢s tarde, conmovidos por su relato, ¨¦stos pondr¨¢n a su disposici¨®n el barco en el que regresar¨¢ a ?taca.
La escena est¨¢ narrada de una forma delicada y realista, que contrasta poderosamente con el furor mitol¨®gico que preside gran parte del relato de las aventuras de Odiseo, y sin duda es ¨¦ste su principal y m¨¢s inesperado encanto. El encuentro con los lot¨®fagos, el secuestro y posterior huida de Polifemo, el descenso a la Casa de Hades, los amores lujuriosos de la bruja Circe, son algunos de los momentos culminantes de esta historia, que constituye, sin duda, uno de los pilares de la memoria del hombre occidental. Y sin embargo, es la discreta escena de la playa, la que abre las puertas de ese nuevo g¨¦nero que hemos dado en llamar novela. ?Pero qu¨¦ aporta al mundo desaforado y fulgurante del mito esta escena de imprevista y alegre cotidianidad? Las virtudes del reconocimiento y de la medida humana, y con ellas la opci¨®n misma del relato, que s¨®lo podr¨¢ existir en cuanto Nausicaa conduzca al h¨¦roe a la ciudad. Es en el interior del palacio donde Odiseo recupera sus verdaderas dimensiones y encuentra esa escucha que s¨®lo el que es semejante a nosotros puede ofrecernos, pues si bien el mundo de la aventura parece exigir la desigualdad, tan propia del mundo del mito, el de la comunicaci¨®n pide una relaci¨®n igualitaria, la presencia de un otro semejante a nosotros, que nos ofrezca su atenci¨®n y su hospitalidad. Odiseo habla, s¨ª, ante iguales, pero su relato remite a ese espacio infinito que se extiende m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de la ciudad y donde son las criaturas del mundo del mito las que campan por sus respetos. Esa vacilaci¨®n entre un ser que viene de fuera y la ciudad que, al acogerlo, hace posible que pueda contar su historia, es la esencia de la novela tal y como nosotros la entendemos, que es un g¨¦nero h¨ªbrido, situado por lo tanto en esa frontera en que realidad y sue?o, logos y mito se fecundan entre s¨ª. Porque el verdadero tema de La Odisea no ser¨¢ tanto las grandes haza?as del h¨¦roe, tomadas en definitiva de otros episodios del mundo del mito, sino el tema de su vuelta a casa. Vuelta que Homero, en un hallazgo de sublime perspicacia, le hace realizar a Odiseo dormido, dando a entender la existencia de un corte, de un salto entre los dos mundos. Un salto que la raz¨®n humana no puede dar sin tambalearse. Los feacios llegan a las costas de ?taca cuando Odiseo est¨¢ dormido y al depositarle inconsciente en la costa est¨¢n equiparando el mundo del que procede, y en el que han tenido lugar sus aventuras, con el mundo de los sue?os. El sentido de esta extra?a escena no puede ser m¨¢s claro, nos dice que para que Odiseo pueda recuperar su humanidad perdida tiene que renunciar a esa fuerza polivalente, polimorfa, que le equipara a los animales y a las fuerzas de la naturaleza, haciendo de ¨¦l expresi¨®n pura de la voluntad de vivir. Pero tambi¨¦n que ese mundo seguir¨¢ existiendo en sus sue?os. Y que a partir de ahora tendr¨¢ que viajar a esos sue?os para tomar lo que necesita para seguir alimentando la llama insaciable de la vida. Esa ambivalencia esencial es el coraz¨®n de ese arte narrativo que es la novela.
Algo as¨ª se nos cuenta en la epopeya de Gilgamesh. Enkidu, el compa?ero de Gilgamesh, es un salvaje que vive en compa?¨ªa de los animales. Un d¨ªa se encuentra con una mujer, y yace con ella. Cuando trata de regresar a su mundo los animales le reh¨²yen. Es el mismo tr¨¢nsito que realiza Odiseo, s¨®lo que, al contrario que ¨¦l, Enkidu abandona ese mundo de mala gana, convencido de que al hacerlo pierde lo mejor de s¨ª mismo. Gracias al impulso socializador del encuentro amoroso, abandona su condici¨®n natural e ingresa en el tiempo de la novela. Lo hace de la mano de una mujer, lo que no tiene nada de raro pues no hay nadie m¨¢s novelero que las mujeres, en cuya naturaleza se da esa alternancia de los mundos, esa ambivalencia esencial que les permite seducir al hombre desnudo y conducirlo a la casa. Es lo que hace Eva, que es el primer personaje de novela de nuestra cultura. Arrastra a su compa?ero a desafiar la prohibici¨®n de su Dios, y ambos son castigados por ello. Podemos imaginar que no le importa gran cosa ese castigo, ni la expulsi¨®n consiguiente. Al fin y al cabo, lleg¨® al para¨ªso demasiado tarde. No quiere esa vida ensimismada, fuera del tiempo, que se reitera eternamente a s¨ª misma, sino decidir por su cuenta y riesgo. Por eso le gustan las manzanas, que es el fruto de la otredad.
Los amantes no se comportan de otra forma. Tambi¨¦n ellos quieren hartarse de manzanas, que es un fruto doble, que perteneciendo al para¨ªso a la vez le niega. Es decir que guarda un secreto acerca de su constituci¨®n. Adan y Eva lo prueban y son expulsados por ello. Pero su gesto no es un accidente, sino un acto necesario, y encubre una reflexi¨®n sobre la naturaleza misma de lo amoroso. O, dicho de otra forma, el amor nos devuelve a ese mundo de la pura voluntad que es el mundo del mito, pero a la vez nos arranca de ¨¦l. Nos descubre la presencia de mister Hyde, pero se empe?a en sentarle en la mesa y en ense?arle a manejar la pala del pescado. Es lo que pasa con el pobre Enkidu, el compa?ero de Gilgamesh. El amor le aparta de su ser natural, pero a la vez preserva la memoria de ese tiempo. Y de hecho, a partir de ese instante, Enkidu s¨®lo podr¨¢ recuperar los deleites y dulces excesos de esa existencia anterior, la que comparti¨® con los animales y las fuerzas de la naturaleza, a trav¨¦s de su encuentro con la mujer amada. Gracias a ese encuentro volver¨¢ a correr con las gacelas por las praderas antiguas. Es ¨¦sa la radical ambivalencia de lo amoroso, que supone a la vez la fundaci¨®n de una casa, y el mantenimiento de esos corredores que conducen a esa desmesura situada m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de nuestra raz¨®n, donde reinan los apetitos y las costumbres m¨¢s extra?as. Una desmesura que no puede rehuir, pues el amor es una llamada a la totalidad. Es lo que hace que en ese texto absoluto de nuestra cultura, que es El cantar de los cantares, el cuerpo amado se confunda con los ciervos, las ovejas, los higos, est¨¦ lleno de mirra, contenga mandr¨¢goras, arroyos, es decir, que sea una met¨¢fora del mundo entero. Pero tambi¨¦n es un cuerpo que habla, lleno de palabras. Pues las palabras son el gran don del amor. Y es en un contexto como ¨¦ste donde debemos situar ese dictamen de Mallarm¨¦ en que afirma que el mundo s¨®lo ha podido ser concebido para transformarse en un hermoso libro. Nadie sabe esto mejor que los amantes, que necesitan el encuentro en el bosque, las carreras por las praderas y los reinos sumergidos, pero tambi¨¦n la fundaci¨®n de una casa, ese reino de la domesticidad que debe escribirse letra a letra, l¨ªnea a l¨ªnea, como los novelistas saben que deben escribirse los libros. Ya que la novela es la ¨¦pica de esa escritura dom¨¦stica.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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